Cómo plantar árboles en el piso 26: Stefano Boeri, el arquitecto que ha creado el bosque vertical
El italiano, galardonado en los premios de Madrid Design Festival, explica la génesis del Bosco Verticale, el proyecto de rascacielos ajardinados que ya cuenta con edificios en Italia, China o Países Bajos
El arquitecto italiano Stefano Boeri (Milán, 66 años), que este miércoles 15 de febrero recibe el premio oficial de Madrid Design Festival, asegura sentirse especialmente ligado a España. “Estoy muy contento de recibir este premio en Madrid, porque cuando salí de la escuela en Italia prestábamos mucha atención a España”, explica a ICON Design por teléfono. “En mi primer viaje de trabajo, el director de la revista Casabella, Vittorio Gregotti, me envió a Madrid y a Barcelona. Conocí a ...
El arquitecto italiano Stefano Boeri (Milán, 66 años), que este miércoles 15 de febrero recibe el premio oficial de Madrid Design Festival, asegura sentirse especialmente ligado a España. “Estoy muy contento de recibir este premio en Madrid, porque cuando salí de la escuela en Italia prestábamos mucha atención a España”, explica a ICON Design por teléfono. “En mi primer viaje de trabajo, el director de la revista Casabella, Vittorio Gregotti, me envió a Madrid y a Barcelona. Conocí a Oriol Bohigas y a Rafael Moneo, que para mí es uno de los grandes héroes de la arquitectura. La estación de Atocha me parece una obra maestra, porque es un gran jardín, un parque urbano, interior, de dimensiones extraordinaria. Cuando se inauguró me inspiró mucho. Nadie hacía cosas así”.
El gigantesco invernadero inaugurado por Moneo en 1992 puede verse como un precedente, en cierto modo, del rasgo de estilo que ha ubicado a Stefano Boeri en la primera plana mediática de la arquitectura reciente: su modo de integrar la vegetación en la estructura de los edificios. El ejemplo paradigmático es el Bosco Verticale, un imponente complejo arquitectónico que ha transformado radicalmente el barrio milanés de Porta Nuova desde su inauguración en 2014. Cada una de las plantas de estas dos torres, de 18 y 26 pisos respectivamente, está dominada por árboles que crecen en las terrazas y salientes del edificio. Este edificio de lujo permite, virtualmente, transformar un apartamento a 80 metros de altura en una casita con jardín. Y, por extensión, crear un ecosistema propio, un bosque vertical en el que cada especie botánica convive con pájaros e insectos específicos, y se transforma a medida que pasan las estaciones o los árboles se desarrollan.
No parece extraño, por tanto, que Boeri confiese que su primera vocación no estuviese ligada a la arquitectura, sino precisamente a la naturaleza. “Yo quería estudiar biología marina y oceanografía, pero cuando estaba buscando universidad me di cuenta de que estaba evitando enfrentarme a un tabú, porque mi madre era arquitecta y diseñadora”. Se refiere a Cini Boeri, nombre fundamental del diseño de los años sesenta, setenta y ochenta, autora de suntuosas residencias (las más célebres están en Cerdeña) y, sobre todo, de muebles elegantes y vanguardistas que hoy siguen produciéndose. “Me di cuenta de que tenía una especie de bloqueo. La arquitectura era mi pasión absoluta, pero no quería repetir la carrera de mi madre. Así que me matriculé en Arquitectura sin decírselo antes, y elegí el ámbito más lejano posible al que ella había cultivado. Ella era diseñadora, y yo me centré en el urbanismo. Ella veía el mundo desde los objetos, desde el interior de la arquitectura, y yo prefería ocuparme de las calles, de la ciudad en perspectiva”.
Aunque trate de evitar la influencia de su madre (”dentro de una familia no se puede hablar de influencia, sino más bien de una herencia inevitable que uno descubre después”), hay proyectos que sugieren una cierta continuidad. Le preguntamos por la Casa nel Bosco, una delicadísima vivienda que Cini Boeri construyó en 1969 en un bosque de abedules sin talar ni un solo árbol. “Está claro que aquel proyecto me marcó, recuerdo perfectamente visitar las obras de aquella casa que no tocaba las raíces de los árboles, en la que cada muro, cada vano, se construía como en un tablero de ajedrez que respetaba cada árbol”, responde. Pero sus motivaciones, explica, estaban en otro sitio. Por un lado, en los arquitectos que admiraba, como Patrick Geddes: ”Era arquitecto, pero también biólogo, geólogo, sociólogo y político, con una línea alternativa a Le Corbusier y con puntos de vista opuestos sobre la relación entre naturaleza y arquitectura”. Por otro, en una corriente subterránea ligada al urbanismo y lo social, con nombres como Giancarlo De Carlo, miembro del influyente Team 10, e ideólogo de “la energía vital como linfa de la arquitectura”, explica.
Sin embargo, a la hora de ubicar la inspiración para el Bosco Verticale, Boeri dirige la mirada más allá de los límites de la arquitectura. Por ejemplo, la intervención 7.000 robles de Joseph Beauys, que promovió la reforestación de Kassel durante la Documenta de 1982, o El barón rampante, la novela de Italo Calvino publicada en 1957, un año después del nacimiento de Boeri, y que cuenta la historia de un aristócrata que decide vivir en la copa de los árboles. “Para mí fue fundamental, porque muchos años después, cuando realizamos el Bosco Verticale, me di cuenta de que había intentado hacer lo mismo que Cosimo, el protagonista del libro, que no quiere bajar de los árboles. El hecho de ver el skyline de Milán filtrado por las hojas de un árbol cuyas raíces tal vez estén dos pisos por debajo supone cumplir un sueño implícito, un deseo involuntario”.
Así contado suena casi onírico, pero las arquitecturas ajardinadas de Boeri son extraordinariamente complejas. En una época en que la sostenibilidad o la sobriedad constructiva se han convertido en prioritarias para una nueva generación de arquitectos, los edificios del milanés han sido calificados como “extravagantes” por su elevado coste de mantenimiento. Pero Boeri defiende su planteamiento por, precisamente, la delicadeza y la empatía que exige el trabajo diario con las plantas. “Hemos tenido que aprender oficios que no conocíamos”, responde. “Siempre me han apasionado los árboles y me puse a estudiar botánica. Cuando me propuse cumplir este sueño de construir un edificio alto con fachadas de árboles, conté con la ayuda de un grupo de expertos que tuvieron que ponerse a estudiar cosas que nunca habían estudiado. Por ejemplo, qué implica tener un árbol de nueve metros a 120 metros del suelo, sometido a mucho viento y con una exposición particular al sol”. Boeri se detiene en detalles muy significativos, como la composición de la tierra necesaria para fijar los árboles al suelo, o la importancia de la humedad. “Lo que hacemos es crear un espacio vital para el árbol, y tratamos de respetarlo y de construir las casas en torno a ese espacio, previendo también su uso, del mismo modo que una vivienda debe prever los usos futuros de sus habitantes”, afirma. “El punto de partida es el árbol. Es un cambio de perspectiva”.
Y ese cambio de perspectiva, afirma, era muy necesario en una ciudad, Milán, que ha tenido una relación conflictiva con los espacios verdes. “En cierto modo Milán siempre ha sido una ciudad verde, porque los patios milaneses desde el siglo XV eran jardines, huertos y parques botánicos, pero en una época esa historia se canceló y olvidó. No estaba en Gio Ponti, ni en Aldo Rossi. Hoy, en Milán, lo verde es un redescubrimiento formidable. Me di cuenta de lo disruptivo que resultaba el Bosco Verticale por las sospechas y acusaciones que suscitó”.
Tras el impacto que supuso la inauguración del Bosco Verticale, el estudio de Boeri ha acometido diversos proyectos inspirados por la misma filosofía en China, Países Bajos o Bélgica. “Tenemos mucha suerte, porque nuestro trabajo permite concebir la arquitectura como forma de experimentación, tratando de mejorar en cada proyecto”, explica. En Eindhoven, por ejemplo, el concepto se traslada a la vivienda social. En Utrecht, un nuevo bosque vertical alberga comercios, oficinas, viviendas y espacios de coworking, casi como una ciudad en miniatura. Pronto comenzarán las obras de un edificio en Dubái donde pone a prueba muchos de sus principios. “A fin de cuentas, el sol, el agua y la sombra son los grandes retos del futuro”, explica. “Este edificio absorbe la máxima cantidad posible de energía solar, consume el mínimo de agua y proyecta sombra sobre las fachadas, reduciendo la temperatura del interior”.
Debates técnicos aparte, el giro de guion introducido por Boeri en la arquitectura reciente se afianza en la experiencia de habitar sus bosques verticales. Él mismo, cuenta, alquiló un apartamento en una de las torres milanesas, que usa como estudio y como ejemplo para futuros clientes. “Es una experiencia única”, afirma. “Y lo más hermoso es vivir en un edificio que cambia a cada instante, según la inclinación del sol o las estaciones. Cambia incluso la forma, porque las plantas crecen, o las podan, y hay especies que se desarrollan más rápido que otras. Siempre hay momentos inesperados. Hemos tenido otoños espectaculares, pero este último otoño, por ejemplo, hubo sequía en Italia y las plantas sufrieron. Por supuesto, el bosque vertical era menos verde, pero así es la vida y así es la naturaleza, y por eso es una experiencia increíble”.