La desproporcionada mesa de Putin: la larga vida de un mueble que ha dado la vuelta al mundo
Fabricada en Italia para un Kremlin que quería recuperar el lujo zarista, hoy es un mueble que simboliza la distancia entre Rusia y Occidente
El Estado más extenso del mundo cabe en una mesa de madera. Claro que no es precisamente pequeña. Situada en uno de lo salones del gran palacio del Kremlin, mide seis metros de largo y el pasado febrero se hizo famosa por la reunión que mantuvieron en ella el presidente de Rusia, Vladímir Putin, y su homólogo francés, Emmanuel Macron. La imagen de los dos mandatarios conversando desde los extremos opuestos del mueble dio lugar a numerosos memes (e...
El Estado más extenso del mundo cabe en una mesa de madera. Claro que no es precisamente pequeña. Situada en uno de lo salones del gran palacio del Kremlin, mide seis metros de largo y el pasado febrero se hizo famosa por la reunión que mantuvieron en ella el presidente de Rusia, Vladímir Putin, y su homólogo francés, Emmanuel Macron. La imagen de los dos mandatarios conversando desde los extremos opuestos del mueble dio lugar a numerosos memes (en uno aparecían usándolo como pista de bádminton) e hizo que la mesa se convirtiera en un símbolo del progresivo distanciamiento entre Occidente y la Rusia de Putin, a quien en vísperas de la invasión de Ucrania el presidente de Francia pretendía hacer entrar en razón para evitar la guerra.
Dio igual que un portavoz del Kremlin justificase el uso de la mesa diciendo que sus seis metros de largo habían sido necesarios para proteger la salud de Putin ante la negativa de Macron a someterse a un test de covid en Moscú. El 24 de febrero, día de la invasión de Ucrania, el presidente Putin no necesitó una mesa tan exageradamente larga para reunirse con Imran Khan, por entonces primer ministro de Pakistán, uno de los países amigos de Rusia en Asia: en el encuentro, a los dos hombres solamente les separaba una mesita de café.
Ovalada como un zepelín, la mesa más famosa del Kremlin está vinculada a la figura de Putin desde su llegada a la presidencia de Rusia. No obstante, está hecha en Italia. Aunque poco después de la reunión entre Putin y Macron un ebanista valenciano intervino en un programa de Cope para atribuirse su autoría, enseguida se supo que había salido del taller de Oak, una empresa de muebles italiana con sede en Como. Renato Pologna, dueño de Oak, esgrimió contra su colega valenciano bocetos del mueble y un certificado firmado por Boris Yeltsin, primer presidente de la Federación de Rusia. Se supo entonces las dimensiones de la mesa y que la parte superior está fabricada con una única pieza de madera de haya, lacada en blanco y decorada con hojas de oro. También que Oak la fabricó para el Kremlin en 1995.
No fue el único mueble que viajó desde Lombardía a Moscú. Según explicó Renato Pologna a la agencia Reuters, tras la caída de la URSS la Federación de Rusia había investigado el aspecto que presentaba el gran palacio del Kremlin antes de la Revolución de 1917 para que sus diseñadores pudieran recrear sus interiores, deslucidos durante los años de Stalin. Los diseños de los muebles que debían decorar las distintas salas del palacio fueron enviados luego a Italia para que Oak pudiera fabricarlos, embolsándose la empresa más de 20 millones de euros por este encargo. Según Renato Pologna, las autoridades rusas inspeccionaron la mesa y los demás muebles de Oak con unos escáneres gigantescos antes de instalarlos. Querían comprobar que no ocultaban micrófonos.
“¡Es magnífico!”, recogía EL PAÍS en julio de 1999 que exclamó Boris Yeltsin al ver restaurado el gran palacio del Kremlin. Empeñado en recuperar la parafernalia de los zares, el presidente ruso se había gastado una fortuna en restaurar el antiguo palacio, construido por iniciativa de Nicolás I como residencia de la familia imperial en Moscú. Durante los trabajos se restauraron espacios tan importantes como el salón de Santa Catalina, pero algunos expertos denunciaron que el Kremlin también se había inventado otros de estética dudosa. “No es que sea malo, es que es monstruosamente malo”, criticó en The Guardian algunas de las obras el historiador de la arquitectura ruso Alexei Komech. “La mezcla de columnas, mármol y malaquita parece sacada de un restaurante”.
A la faraónica obra no le faltó su maldición. En septiembre de 1999, la BBC y otros medios internacionales informaron de que la fiscalía de Suiza y la rusa investigaban el posible cobro de comisiones ilegales por parte del Kremlin. Las habría pagado Mabetex, la empresa suiza que se había encargado de la restauración y amueblamiento del gran palacio y otros edificios del Kremlin, como soborno para conseguir los contratos. El caso salpicó también a Oak, de la que según el Corriere della Sera los investigadores sospechaban que además de haber fabricado muebles por encargo del Kremlin a través de Mabetex había lavado dinero para los rusos; y al propio presidente Yeltsin, ya que al parecer sus hijas habían utilizado unas tarjetas de crédito pagadas por la empresa suiza.
Finalmente, la fiscalía rusa dio carpetazo al asunto, pero para entonces Yeltsin había perdido su palacio. La última nochevieja del siglo XX, el presidente presentó su renuncia en una sorprendente intervención televisada en la que se aprovechó para presentar a su sucesor, Vladímir Putin, prácticamente un desconocido hasta su nombramiento como primer ministro unos meses antes. “El Estado se mantendrá firme en la protección de la libertad de expresión, la libertad de conciencia, la libertad de prensa, y la propiedad privada”, prometió Putin en su primer discurso como presidente de la Federación de Rusia. De fondo brillaban las luces de un árbol de Navidad.
La famosa mesa de Putin y otras muchas enormes que hay en el gran palacio del Kremlin están hechas para celebrar reuniones. También son útiles como arma intimidatoria. Solo hay que hacer como el presidente y sentar al interlocutor en la Siberia del mueble, algo que además de con Macron también ha hecho con otros líderes europeos como el canciller de Alemania, Olaf Scholz. Con Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, se reunió en la misma mesa que con ellos cuando le recibió unos días después, pero en este caso dejó que les solo separara la parte ancha en vez de los seis metros del largo.
Usada o no por el Kremlin con una finalidad política, en el cine la elección de una mesa larga como la de Putin nunca es casual. En muchas películas se ha usado para representar al villano, y así por ejemplo en La espía que me amó (1977) el pérfido Stromberg recibe a James Bond (después de intentar arrojarle a una piscina de tiburones) sentado en el extremo opuesto de una mesa enorme con el resto de sillas vacías bajo la que además oculta un arma. Otras veces, la imagen de dos comensales sentados en los extremos de una mesa se ha usado para representar su falta de comunicación. Es lo que hizo Orson Welles para contar en apenas un minuto lo infeliz que era el matrimonio de su Ciudadano Kane (1941): el magnate y su mujer empiezan desayunando en una mesa que, a medida que discuten y pasan los años, se va haciendo más y más larga.