Lee Miller, la corresponsal que dignificó a los que sufrieron la guerra y que Kate Winslet homenajea
Las fotos que tomó y las palabras que escribió en la revista ‘Vogue’ permanecen como una acusación al Holocausto. ‘Lee Miller. La mujer que abrió los ojos al mundo’, ha llegado a los cines tras el empeño de años de la actriz británica, que ejerce por primera vez como productora
Paciencia y decidir cuál de las tres etapas vitales de Lee Miller quería contar es lo que ha hecho durante una década la actriz británica Kate Winslet (Reading, 49 años). El pasado 7 de marzo por fin se estrenó Lee Miller. La mujer que abrió los ojos al mundo, una película dirigida por Ellen Kuras y protagonizada por la propia Winslet, además de ser su primer crédito como productora. En el prólogo del libro Lee Miller. Fotografías, de Antony Penrose (Blume, 2023), la intérprete escribe desde el set de rodaje: “Existen muchas historias de chicas a las que les sucedieron cosas. Lee Miller era una mujer que hizo que las cosas sucedieran”. “No habría hecho la película si no sintiera una pasión tan profunda y es que Lee… no salía de mi cabeza”, ha concedido la actriz, que se enfrentó a años de desafíos financieros para llevarla a cabo, en una entrevista publicada este 9 de marzo en Vanity Fair.
El largometraje se centra en la etapa en la que trabajó como corresponsal de guerra armada con su cámara Rolleiflex para la revista Vogue. Pero antes de ser fotoperiodista fue modelo, primero para su padre, después para las revistas Vogue y Vanity Fair, propiedad del señor Condé Nast, quien en 1927 evitó que Miller fuera atropellada por un coche. Aquel encuentro fortuito y salvador derivó en una carrera de modelo que le duró poco por culpa de unas fotos suyas anunciando toallitas higiénicas femeninas en la primavera de 1929. A partir de ese momento empezó a interesarse por la fotografía. Su interés por la pintura se deshinchó al llegar a la conclusión de que todo cuadro que se pudiera pintar ya había sido pintado. En cambio, la fotografía le parecía una experiencia inmediata y emocionante. Por eso se fue a París y se empeñó en ser alumna del fotógrafo surrealista Man Ray. Este, en un principio, no la quiso como estudiante. Al final estuvieron tres años juntos como maestro y alumna. También como amantes. Ambos dieron vida a una pareja artística que descubrió, más ella que él, la técnica fotográfica de la solarización. Aprendió tanto y tan rápido Miller de Ray que abrió su propio estudio de fotografía.
Antes de que comenzase la II Guerra Mundial conoció a Roland Penrose, quien primero fue amante y después su marido. En lugar de irse a Estados Unidos, se quedó en Europa. En Londres trató de volver a colaborar con la revista Vogue como fotógrafa, algo que había hecho antes gracias a los contactos de Ray. Sus fotos transcendieron más allá de bolsos y zapatos y no dieron la espalda a los daños materiales y humanos provocados por la deshumanización de Adolf Hitler. Después de que Londres fuera bombardeada, Miller salió a la calle y aprovechó la escombrera en la que se convirtió la capital británica como fondo para sus modelos. Al no estar satisfecha con los textos que acompañaban a sus fotos, empezó a escribirlos ella misma. De esta manera, sus reportajes iban más allá de la moda y empezó a investigar sobre otros temas, como el trabajo de las enfermeras estadounidenses y el de las mujeres operadoras de reflectores. Después vendrían decenas de rollos de película y miles de palabras que retrataron y relataron con elocuencia el saber estar de los médicos de campaña y los soldados y el sufrimiento que sobrepasaba a los civiles.
En 1942, quiso convertirse en corresponsal de guerra acreditada, algo inalcanzable para una mujer, y conoció a un joven que se convirtió en su compañero de trabajo en la cobertura de la contienda, el fotoperiodista de la revista Life David E. Scherman. Gracias a su nacionalidad estadounidense, su condición de fotoperiodista y un pequeño apoyo de Scherman, Miller obtuvo por parte del Ejército de Estados Unidos un permiso que le permitió acceder a la zona militar. Acreditada oficialmente, con su cámara Rolleiflex y con su ojo fotográfico surrealista, retrató el horror tan cerca como pudo. Al respecto de sus fotos, Kate Winslet dice en el citado prólogo: “Lo que tienen de extraordinarias es que muy pocas son fotografías de guerra tal como se podría esperar”.
Miller estuvo en La Cambe, en la normanda playa de Omaha, a finales de julio de 1944, después del Día-D. Además de cubrir el hospital de campaña que atendía a los heridos enviados a la retaguardia, estuvo en un puesto de evacuación de heridos en el frente. De Saint-Malo se fue a París, que fue liberada de los nazis el 24 de agosto de 1944. Lo peor vino al final. En abril de 1945, Lee Miller y David E. Scherman llegaron pocos días después de la liberación a los campos de concentración y exterminio de Buchenwald, cerca de la localidad alemana de Weimar, y al de Dachau, próximo a Múnich. Fueron sus fotos las que hablaron porque ella no pudo hacerlo durante mucho tiempo, aunque jamás olvidó su nauseabundo olor. Fotografió las cámaras de gas, la morgue con sus pilas de cuerpos no quemados y las chozas donde los vivos yacían junto a los cadáveres, demasiado débiles para moverse. En los campos de concentración y exterminio de Alemania tomó conciencia de la verdadera magnitud de la guerra. Desde entonces nunca volvió a ser la misma mujer.
La noche del mismo día que estuvieron en Dachau la pasaron en el apartamento que Hitler tenía en Múnich. En el cuarto de baño, Miller y Scherman compusieron una imagen. Él la fotografió, con la cámara de ella, desnuda en la bañera. En la misma foto se pueden ver sus botas sucias del polvo de Dachau. “David y Lee estaban de acuerdo en que una fotografía no solo se toma, también se hace. Ambos organizaban las cosas, las movían, para crear una mejor imagen”, recuerda Winslet en el libro.
A mediados de mayo los caminos de Miller y Scherman se separaron. Él regresó a Nueva York y ella siguió rumbo hacia el este: Viena, Budapest y Bucarest. En 1946 se reencontró con Roland Penrose. Se casaron y se instalaron en la campiña inglesa, en una casa en la granja Farley, donde la protagonista de esta historia cambió la fotografía por la cocina. Sus traumas apenas los contó. Una violación que sufrió de niña y el horror de la II Guerra Mundial personificado en el campo de concentración y exterminio de Dachau. Traumas que mantuvo a raya por medio de su intelecto, sentido del humor, su cámara Rolleiflex y una batidora, entre otros utensilios de cocina. Murió en 1977 por un cáncer de páncreas. Antony y Ami Bouhassane, su nieta, son los responsables de custodiar y dar a conocer su archivo. Un legado que Kate Winslet considera extraordinario. “Si dejamos de hacer películas sobre gente como Lee Miller, ¿cómo demonios vamos a cambiar la cultura y la actitud de la gente hacia mujeres complejas e interesantes que han vivido y llevan todas sus cicatrices en la cara?”, se preguntaba en la entrevista con Vanity Fair.