Rappel: “Con Franco hacíamos de todo... con discreción”
El “vidente” y modisto presenta sus memorias, relato de una vida extraordinaria en la que ha alternado con celebridades desde Balenciaga a Picasso y Raffaella Carrà, pasando por políticos de todo signo: “Yo le he leído la mano a Franco y a la Pasionaria”, revela. A ver quién se lo rebate
En el estudio de Rappel en Madrid, en la planta 19 de un exclusivo edificio del centro con unas vistas de caerse de espaldas, no hay centímetro sin ornamento. Cuadros, “muchos buenos y, alguno, muy bueno”, flores, bibelots, joyas, relicarios, placas y fotos firmadas por celebridades desde los Reyes eméritos para abajo, atestan el...
En el estudio de Rappel en Madrid, en la planta 19 de un exclusivo edificio del centro con unas vistas de caerse de espaldas, no hay centímetro sin ornamento. Cuadros, “muchos buenos y, alguno, muy bueno”, flores, bibelots, joyas, relicarios, placas y fotos firmadas por celebridades desde los Reyes eméritos para abajo, atestan el espacio de suelo a techo. Por no hablar de la alcoba, con una enorme cama cubierta con una colcha de raso morado pasión y un cuadro a carboncillo de la paloma de Picasso, firmado por el mismísimo Picasso, presidiendo el cabecero. Rappel recibe junto a José María Morón, su pareja desde hace 37 años y marido desde hace 5, que le conmina a abreviar las respuestas: “Rafa, al grano”, le ataja, cada poco. Misión imposible. Dueño de una memoria prodigiosa, Rappel recrea con nombres, apellidos y profusión de pelos y señales, escenas y figuras increíbles con la mesa donde, todavía, lee las manos o las cartas a su clientela a razón de 125 euros la sesión, de fondo. Ayer mismo, dice, estuvo María Graciela Galán, la cantante del dúo Pimpinela, pidiéndole augurios. Al acabar la entrevista, insiste en echarme las cartas, y, pese a decirle que no creo en eso, me puede la curiosidad, accedo, me suelta un par de cosas que me revuelven, se me caen los lagrimones y salgo pitando por si acaso me entran las dudas. Lo que sigue es un resumen comprimidísimo de una charla que, por la que firma, hubiera durado horas.
¿Por qué nos cuenta su vida a estas alturas?
Porque me hace ilusión. Soy muy mayor, cumplo 80 en agosto, y, aunque no me da miedo la muerte porque morir, vamos a morirnos todos, temo que me falle la memoria. Mi vida ha sido muy interesante. Hice amistad con Picasso en un tren de París a Lyon, estuve en la despedida de Édith Piaf en París porque ella era íntima de Cristóbal Balenciaga, que era íntimo de mi abuelo, que fue su sombrerero en Madrid y, al principio, mandaba las telas que se vendía en la tienda de mi familia. Y eso es solo una parte. Pero, por muy importante, rico o famoso que seas, no todo el mundo tiene esa ocasión.
Y ¿por qué la tuvo usted? Además de su cuna, ¿cuál ha sido su pasaporte a ese mundo?
Tener simpatía, don de gentes, ser cariñoso, generoso, servicial, saber estar. Conocer a gente que me presentaba a gente, estar en el sitio adecuado en el momento clave, transmitir ilusión. Y, sobre todo, tener una discreción total. A mí me han confiado cosas y he presenciado situaciones que me llevaré a la tumba. A mí me han invitado a casas a reuniones que acababan en orgías, otro se hubiera dado la vuelta...
¿Y usted participaba?
Bueno, eso ya no te lo cuento, pero yo, si me quedaba, oía, veía y callaba. A mí me ha venido gente a contarme cosas que no creerías. Una señora muy importante que me dijo que el padre de su último hijo no es su marido. Otra, principalísima, que me preguntó, desde el extranjero, si se divorciaba o no, y yo le aconsejé que no, porque yo veía que a su marido le quedaba poco tiempo de vida. Le dije: “Fulanita: no te interesa separarte, divorciada no eres nadie, y si aguantas un par de años podrás ir por el mundo como la viuda, y no te vuelvas a casar, ten tus aventuras con discreción y así serás siempre la viuda de”. Pues a los pocos meses vino a verme, me dijo que ya era la viuda eterna, y me regaló un cochazo. Yo soy el guardián de los secretos de mucha gente.
Empezó a hacer fortuna, como modisto y como vidente, con la clase privilegiada del franquismo. ¿Usted lo es?
Mis clientas eran las que venían a mi taller de costura. Yo quiero, necesito aclarar que no soy franquista, ni de izquierda ni de derechas: tengo amigos en todas partes. Yo he leído las manos a Franco, a Tierno Galván y a la Pasionaria. Cuando ella llegó a España, preguntó por mí, que entonces tenía un programa en Radio Callao que ella escuchaba mucho, me pidió que le leyera la mano, y, al verla, en vez de la A o la M o la N que solemos tener todos, le vi una R perfecta. Se lo dije y ella se puso a llorar, y me dijo: “Ay, mi Rubén de mi alma, mi hijo el mayor, que me lo mataron”, y lloraba y me besaba la mano. Resulta que lo mataron en la guerra en la Unión Soviética a los 22 años, y yo no tenía ni idea.
¿Y qué vio en la mano de Franco?
No te lo voy a decir, pero le hizo gracia. Yo lo conocí porque su señora fue la madrina de la inauguración de mi tienda de modas en Madrid, ella venía mucho y él quiso conocerme. Salía de juerga con su hermana, Pilar Franco, que era una señora viuda con 10 hijos muy divertida que se lo pasaba bomba conmigo. Íbamos a Bocaccio, la discoteca de moda, que tenía dos plantas. En el primer piso estaban los del teatro: María Asquerino tenía siempre una mesa reservada. Y el ambiente del de abajo era gay: había bailarines, diseñadores, y los señores bailaban y se besaban, con respeto, eso sí, sin numeritos. Entonces, yo la bajaba abajo. A Pilar le encantaba ese mundillo. Y yo me la llevaba a todos los estrenos y todos los garitos
Al lado de Bocaccio, entonces, se detenía a homosexuales por la ley de vagos y maleantes.
Yo no me enteraba, yo no tuve nunca ningún problema, ni ninguno de mis amigos. Es verdad que la libertad no era para todo el mundo. Con Franco hacíamos de todo... con discreción. Yo iba con naturalidad a clubes gais, a shows de transformistas, había una doble moral, sí, pero yo he hecho siempre lo que me ha dado la gana.
Imagino que, en sus años de director de la sala de fiestas Florida Park, en Madrid, en plenos setenta y ochenta, vería de todo.
Eso fue otra casualidad. El marido de una clienta de la tienda ganó el concurso para llevar la sala, que dependía del Ayuntamiento, y me nombró director. Vino a inaugurarla nada menos que Tom Jones y por allí pasaba todo aquel que era alguien. En el Florida se trataba a todo el mundo maravillosamente, y yo me encargaba de que la prensa siempre tuviera champán. Claro que habría de todo. En el Florida no se follaba, claro, ni se drogaba nadie a las claras, yo tenía unas normas. Pero en otros sitios, a las cuatro de la mañana, te pasaban sobrecitos con cosas para esnifar. Me decían: “Venga, Rappel, una rayita”. Pero nunca quise probarlo porque me dio miedo: mira que si lo pruebo y me engancho. Además, ya iba muy contento sin ellas. Tampoco bebía mucho: solo vino con burbujas.
Entonces, usted estaba casado y con hijos. ¿En qué momento salió del armario?
Yo no soy idiota, había tenido algunos escarceos, coqueteos, y más en el ambiente en el que me movía, de artistas y famosos, gente guapa y maravillosa. Me considero bisexual, pero nunca había pasado del coqueteo, nunca había estado con un hombre. Hasta que vino un chico joven guapísimo a mi consulta a que le echara las cartas [se extiende en un relato pormenorizadísimo del flechazo, el romance, el cortejo y la ruptura con su exmujer, mientras José María, el aludido, asiente] y, al final, empezamos una historia que acabó con los dos viviendo juntos en mi apartamento de Madrid. De eso va a hacer 39 años.
¿Cómo cayó en casa?
Al principio fue más desagradable. Mi mujer y mis hijos se disgustaron, claro, pero yo, cuando me fui, les dije que, hiciera lo que hiciera o viviera con viviera, no les iba a faltar de nada. Decidí salir, entrar y acostarme con quien quisiera. Y así ha sido. Mis hijos han ido a los mejores colegios, han tenido los mejores viajes, puedo presumir de que no les ha faltado de nada y, en la actualidad, mi mujer vive en nuestro piso de la calle Ayala, con todo pagado, le paso un sueldo todos los meses y las últimas Navidades le regalé otro abrigo de piel, aunque ella me dijo que ya tiene muchos, porque sé que a ella le gustan.
¿Se echa usted mismo las cartas? ¿A qué vidente va el vidente?
No, porque yo, para mí, claro, me voy a desear todo lo mejor, y todo acabaría muy bonito. Entonces, cuando me entraban dudas de aceptar un trabajo, comprar una casa o cosas así, sí que iba al vidente. Pero ahora no voy a ninguno. Fue una, Maruja, en la calle Infantas, una señora medio paralítica, que andaba con dos bastones, quien me dijo un día que fui a verla: “Uy, cariño, qué cambio va a dar tu vida, hay un chaval, más joven que tú, con el que vas a tener una amistad que va a ir a más, te vas a separar de tu mujer y vas a formar una pareja”. No hace tanto, tuve el presentimiento de que se estaba muriendo, fui a la residencia donde estaba y me dijeron que estaba en el tanatorio, muerta. Fui, no había nadie velándola, me abrieron la capilla y pude despedirme y darle gracias por todo.
¿Por qué cree que la gente quiere conocer su futuro?
Porque tiene dudas, quiere que la escuchen, le encanta que le adivinen lo que le va a pasar. Yo he dado consejos, soy una mezcla de psicólogo, asesor, abogado y cura.
Lo suyo no tiene nada de científico. Hay quien piensa que estafa a sus clientes.
¿Qué estafa? Yo pago mis impuestos y no obligo a nadie a venir. Cobro 125 euros, una hora y, además hago muchas consultas gratis, a gente que me para por la calle, me dice que querría venir y que no tiene dinero. Yo, si un cliente me pide un ritual, o un conjuro, o algo para el mal de ojo, le digo lo que tiene que hacer en la consulta, pero hay gente que les dicen que tienen que preparar no sé qué amuleto y les cobra, imagínate, 1.500 euros. Eso sí que es una estafa.
Tiene este estudio, un chaletazo, un picasso. ¿Por qué sigue trabajando a los 79?
Porque me encanta, y además, ¿sabes qué pasa? Que siento una especie de deber moral que hace que no me quiera jubilar nunca. Si la gente me llama con la esperanza de que con una consulta conmigo les puede dar un poco de luz en su vida, ¿por qué voy a estar en mi casa viendo la tele en el sofá o tumbado al sol en la piscina?
¿Qué cosas le rebelan?
Hombre, pues en un momento dado, que haya un abuso de poder y que, por ese abuso, se maltrate a la gente. No puedo aprobar que por ideas políticas haya gente que esté en la cárcel, o que las persigan. Pienso que a la gente hay que dejarla ser libre, siempre y cuando no hagan daño a los demás.
En su última etapa en la tele le salieron muchos imitadores. ¿No se ha sentido nunca ridiculizado?
He sido siempre muy provocador, me he vestido con túnicas, me han hecho reportajes con mis mil tangas. Nunca me ha faltado nadie el respeto, y no me he sentido ridiculizado. A mí me han imitado desde Martes y 13 a Los Morancos y, al revés, les regalé unas gafas de esas torcidas, que puse de moda, para que salieran con las mías de verdad. Me encanta y me río muchísimo. Siempre he sido muy seguro de mí mismo. Me decía mi amigo el humorista Moncho Borrajo: “Rappel, qué huevos tienes de ir así por la vida”.
¿Y los tiene?
Claro que sí. Nunca he querido pasar desapercibido. Mira, una vez iba con Raffaella Carrà, que fue mi jefa y mi gran amiga, paseando por Roma, pasamos por una joyería maravillosa, me quedé embobado con un collar de amatistas, que además es la piedra del poder, la que llevan el Papa y los obispos en el anillo, le dije a Rafaella que se la comprara, y al final me la regaló ella. Mírala [se levanta, la coge de una vitrina y me la enseña]. No me digas que no es divina. Ya seré sencillo cuando esté muerto.
Pues sí que ha tenido usted una vidorra.
Pues sí, me he divertido muchísimo sin hacer mal a nadie y hoy, gracias a Dios, me acuesto muy tranquilo, porque si yo, en mi casa, me como un filete, mis hijos tienen todos para comerse un filete y mi exmujer come filete. Faltaría más.
'EL FUTURO YA ES AYER'
Rafael Payá Pinilla (Madrid, 79 años) decidió llamarse Rappel cuando abrió su taller de modas "con escaparates a la calle" a los 26 años, en el exclusivo barrio de Salamanca de Madrid. Antes, Rafa, nieto, por una rama, de un aristócrata íntimo del modisto Cristóbal Balenciaga, y, por otra, de unos confiteros a cuyo local acudía la crema de la sociedad de la época, destacó desde niño por su don de gentes, su gusto por la moda y por las artes adivinatorias. Aprendió a echar las cartas y leer las manos de una gitana, La Pioji, y empezó a recibir a clientas que querían que les adivinara el futuro, muchas de ellas las mismas que le encargaban vestidos. Íntimo de Rocío Jurado, Lola Flores y la práctica totalidad de las celebridades desde los años sesenta hasta ahora, Rappel fue, además, director de la sala de fiestas Florida Park, y una de las presencias habituales de los saraos de la jet-set de Marbella, además de colaborador de algunos de los programas de televisión más populares de la época. Casado y padre de cuatro hijos, uno de los cuales murió siendo bebé, Rappel se enamoró, ya cuarentón, de José María Morón, con el que convive desde 1987. Hoy, en vísperas de cumplir los 80, presenta El futuro ya es ayer, unas trepidantes memorias y un retrato de la sociedad de la época.