Princesas, divas y folclóricas: ¿por qué nos siguen causando tanta fascinación Lady Di o Lola Flores?
Personajes asentados en la memoria popular a menudo vuelven a estar de moda y no es raro ver sus imágenes y frases más icónicas repetidas en las redes sociales. Sus historias nos sacan de la realidad, evaden y entretienen, y, además, son testimonios muy potentes de su época
Han pasado ya 27 años desde el accidente de coche que le arrebató la vida a Lady Di y a su acompañante, el empresario multimillonario Dodi Al-Fayed, pero la prensa rememora ese 31 de agosto cada verano e incluso los medios recurren a titulares jugosos que prometen revelar detalles hasta ahora desconocidos de lo que sucedió aquella fatídica madrugada en un túnel de París, aunque poco o nada queda por contar ya. Sin ir más lejos, aprovechando la efeméride, se anunció a principios de este mes de septiembre la publicación de un libro de memorias con anécdotas del peluquero de la princesa de Gales y, un día después, otro basado en los recuerdos de ella de su profesora de baile. Su sombra es tan alargada que en la actualidad todavía se rescata su imagen como referente de estilo en las revistas de moda día sí, día también. Diana de Gales acompañada de las palabras icónica, estilosa o elegante parece ser una combinación muy susceptible al clic en internet. No falla.
Ocurre un poco lo mismo con las folclóricas españolas, cuyas declaraciones del pasado son traídas al presente con relativa facilidad para ser atribuidas al abanderamiento de una causa, colectivo o incluso, por qué no, también a una manera de entender la vida. Frases como “El brillo de los ojos no se opera”, de la genial Lola Flores, o “El único sujetador que me importa es el mental”, de Rocío Jurado, son dos citas que se mantienen en el imaginario colectivo pese a que hayan pasado más de tres décadas desde que las pronunciaron. Tanto la royal británica como las divas españolas más cañís forman parte de ese cóctel de famosos que nos son tan ajenos como a la vez tan nuestros. Una contradicción que, sin duda, es la clave de su éxito.
De ahí que sus historias seduzcan y enganchen: nos gusta conocer cómo ellas —aristócratas de alto copete, divas, folclóricas, reinas o princesas— esconden tras sus fachadas de grandes figuras un halo de luces, sombras y miserias igual de humanas que las del resto de los mortales. “Es en ellas donde estaban las historias, las fantasías, la belleza… Eso realmente ha perdurado en el tiempo y su parte más cómica o más genuina sigue enganchando a generaciones posteriores”, explica a EL PAÍS la periodista y escritora Valeria Vegas. La divulgadora especializada en cultura pop añade: “Tristemente, creo que hoy en día no existen personajes equiparables porque ya no se hacen públicas esas pasiones desbordadas ni cumbres borrascosas como aquellas en que las alegrías eran muy grandes y los dramas eran mucho drama”.
Para Vegas, hace bastante tiempo que vivimos en un mundo en el que la magnificencia y el exceso penalizan un poco y ahora se lleva lo natural. “Este tipo de mujeres que de alguna manera se acercaban a lo artificial, a lo impostado, agradan porque se vinculan al pasado, pero sus actitudes en el presente estarían mal vistas”, apunta.
Hace tiempo que la ostentación excesiva ha dejado de ser una virtud para las personas con proyección mediática y ha pasado a convertirse más bien en un defecto. Esto no ocurre de manera casual, sino que coincide con el progresivo desarrollo de un modelo social que busca evitar la segregación y penaliza a quienes intentan marcar una diferencia —ya sea de clase o económica— con los demás. Es cierto que, a nivel artístico, las grandes figuras actuales pueden mostrar cierta vanidad y arrogancia, pero en general resultan más carismáticas aquellas que en el plano personal se enorgullecen de sus entornos u orígenes humildes. Las que demuestran que la fama no se les ha subido a la cabeza y con las que cualquiera se pueda sentir identificado.
Tras esta evolución de pensamiento, adentrarse en la excentricidad propia de las folclóricas, aristócratas o divas del pasado resulta fascinante. Es una especie de pulsión fisgona que se activa ante lo que se consideran vidas icónicas, pero que, sin embargo, no es una costumbre nueva, viene de muy lejos. Antes de que existieran estas mujeres que casi todos conocemos hubo otras cuya popularidad no se logró perpetuar en el tiempo. Por ejemplo, la primera duquesa de Alba por derecho, María Teresa Álvarez de Toledo, muy popular en los mentideros del siglo XVII; la actriz Margarita Xirgu, pieza clave de la representación teatral lorquiana cuyo pronunciamiento político la condenó a morir en el exilio; o a la cantante y actriz Imperio Argentina, con una gran carrera cinematográfica. La diferencia reside en que de ellas no existen documentos gráficos actuales que podamos traer al presente en formato reel de Instagram o fotos aspiracionales que nos resulten cercanas por similitud a nuestro tiempo.
“Influye que ciertas mujeres como Lola Flores, Carmen Sevilla o Sara Montiel, siendo muy exitosas en sus carreras artísticas, tuvieron una segunda vida laboral muy asociada al entretenimiento televisivo ya de mayores”, sostiene Lidia García, doctora en Historia del Arte con una tesis sobre copla y prácticas camp y creadora del podcast Ay Campaneras. “Generacionalmente, los milenials tenemos el recuerdo de verlas de pequeños en la televisión durante sus intervenciones como personajes de la cultura popular del momento, y eso no pasa con otras anteriores que fueron igual o más importantes que ellas en sus facetas profesionales”, explica. Más allá del recuerdo de sus apariciones públicas más recientes, García añade que, muchas veces, también tienen ese valor añadido de servir como testimonios muy potentes de su época. “Por ejemplo, en las historias de vida de las folclóricas a veces encontramos relatos completamente alucinantes que tienen que ver con cómo era la España del momento en el que vivían: los años de posguerra, de la transición... Esta cualidad de testigos de época hace que probablemente las sigamos percibiendo interesantes durante mucho tiempo. Aparte de por su talento, por supuesto”, comenta.
Además de la televisión, la prensa fue una pieza clave para muchas de ellas. “La prensa rosa ha tenido un papel fundamental para que sus relatos lleguen a nuestros días. En esto era muy certera Concha Velasco, que siempre decía que debía mucho a los medios porque las revistas del corazón hacían para ellas una labor de marketing tremenda, se retroalimentaban. De hecho, las artistas que no aparecían siempre se percibieron como más lejanas y hoy en día tienen menos cariño del público”, añade Valeria Vegas.
Cabe preguntarse entonces si estas mujeres tan diversas que en la actualidad resisten en la memoria colectiva, y que a menudo aparecen citadas en los medios de comunicación por la fascinación que suscitan, también tendrán fecha de caducidad. Si en el futuro se pondrá un filtro diferente a sus declaraciones que haga que sean canceladas o que dejen de resultar atractivas. O si, de lo contrario, se considerará que merecen seguir siendo compartidas. Por el momento interesan, entretienen y, a veces, hasta inspiran.