Jada Pinkett Smith: “Will y yo no le habríamos hecho ningún bien a nadie alimentando la ilusión de una relación”
La actriz y cantante cuenta en su biografía, ‘Válida, el amor que siempre merecí’, su viaje hacia el amor propio y la sanación, la lucha por su salud mental y cómo es su relación con Will Smith, su marido, pero con quien no convive desde hace años: “Nos queremos el uno al otro y nos queremos como familia”
Uno reconoce que Jada Pinkett Smith (Baltimore, 52 años) es una verdadera estrella cuando, al conectarse a la conversación a la hora pactada, ella ya está allí. Sin esperas, sin asistentes, sin nadie que la retoque ni aletee a su alrededor en la sala donde hará el Zoom. De cuando en cuando mira hacia abajo y, a mitad de la charla, acaba levantándose para perseguir a dos de sus perros, que merodean junto a su dueña, mientras pide disculpas generosamente: “Ay, perdón, mi gato ha atacado a mi perro”. Pinkett tiene siete canes, cuatro gatos y una serpiente. Le encantan las serpientes; de hecho, ll...
Uno reconoce que Jada Pinkett Smith (Baltimore, 52 años) es una verdadera estrella cuando, al conectarse a la conversación a la hora pactada, ella ya está allí. Sin esperas, sin asistentes, sin nadie que la retoque ni aletee a su alrededor en la sala donde hará el Zoom. De cuando en cuando mira hacia abajo y, a mitad de la charla, acaba levantándose para perseguir a dos de sus perros, que merodean junto a su dueña, mientras pide disculpas generosamente: “Ay, perdón, mi gato ha atacado a mi perro”. Pinkett tiene siete canes, cuatro gatos y una serpiente. Le encantan las serpientes; de hecho, llegó a tener hasta 10 a la vez. Lo sabrá quien lea su libro, Válida, el amor que siempre merecí (Libros Cúpula, a la venta desde el 29 de noviembre), como conocerá tantas otras cosas sobre ella: que creció en la deprimida Baltimore, Maryland, al este de EE UU, con una madre adicta —que dio a luz a Jada antes de acabar el instituto— y un padre ausente, criada por sus abuelos; que se convirtió en toda una capo de la droga, y en brillante patinadora, en su adolescencia; que el brillo de Hollywood nunca le interesó, simplemente quería trabajar y hacer películas; que fue vocalista de una exitosa banda de rock en los primeros dosmil; que habla un poquito de español y lo practica a diario con Duolingo, y que adora España, país que ha visitado en multitud de ocasiones; que ha probado todas las religiones habidas y por haber. También que su matrimonio con Will Smith (Filadelfia, 55 años) no es exactamente convencional: están separados desde hace unos siete años, viven en casas distintas, pero no piensan divorciarse y son “un equipo”, “una familia”, como repite constantemente durante la entrevista.
El libro se publicó en inglés (Worthy es su título original) a mediados de octubre, y rápidamente lectores y prensa corrieron a él para tratar de entender la vida de los Smith: Jada y Will y sus hijos, Jaden, de 25 años, y Willow, de 23. Ahora que llega en español, Pinkett Smith charla en exclusiva con EL PAÍS sobre los muchos retos a los que se ha enfrentado en su vida y que recoge en sus 400 páginas. Como ella misma reconoce, en su libro ha tratado de ser “lo más honesta” posible sobre su historia, que afirma que no es solo suya, sino que son “temas universales, situaciones universales, aunque a cada uno se nos presenten de distinta manera”. La suya es la de una joven salida de un entorno difícil que triunfa pero que, al llegar a la cima, ve que el éxito no es lo que creía, y se enfrenta al vacío, la soledad y una lucha a muerte contra sí misma. “Nadie está a salvo de las adversidades de la vida. Por alguna razón mucha gente piensa que si tienes cierto éxito y, ya sabes, un cierto estilo de vida, estás a salvo de pasar por experiencias humanas. Y eso no es real”, asegura, con una media sonrisa. Una fama mundial y una cuenta bancaria familiar estimada en 400 millones de dólares (unos 368 millones de euros) no la han librado de ser su peor enemiga durante décadas, y de no sentirse, hasta hace 10 años, querida, sobre todo por sí misma.
Pinkett Smith ha querido ser fiel a su historia, y su lectura muestra esas verdades crudas: desde su incursión en las drogas como vendedora, que la hicieron enfrentarse a amenazas a punta de pistola, hasta su alopecia, con los chistes malos de Chris Rock que provocaron la célebre bofetada de los Oscar de 2022, o su cercanía con la muerte: de sus pensamientos suicidas al fallecimiento, en los noventa y en plena juventud, de varios amigos íntimos, como el rapero Tupac Shakur, prácticamente un hermano para ella y con el que se crio en Baltimore. Recordar y ponerlo en papel, ¿ha sido una catarsis? “Sí, absolutamente. Y también ha sido duro, durísimo”, reconoce. “Cuando estás intentando encontrar las palabras, expresar por lo que has pasado para sacarlo fuera... tuve que meterme en todas las grietas para lograr expresarlo de verdad. Fue como revivirlo”.
En sus inicios no encajó en Los Ángeles (”era muy diferente culturalmente, no estaba acostumbrada, es muy extensa y es difícil encontrar tu comunidad, porque hay mucha distancia”, observa ahora, absolutamente asentada en la ciudad), donde no siempre tuvo aceptación y popularidad en el cine. A menudo era rechazada por su altura (1,51 metros), por su acento o por su forma de ser cruda, en ocasiones considerada tosca, sin encajar con personajes supuestamente delicados. “Puedes sacar a la chica de Baltimore, pero Baltimore nunca sale del todo de la chica”, ríe ahora. Cuando cumplió los 21, poco antes de conocer a Will Smith, pasó por una grave depresión en la que necesitó ayuda profesional y antidepresivos; a los 40 sufrió tal colapso que supo que debía reinventarse. “A los 40 toqué fondo. Pero creo que tenemos que dar las gracias por esos hundimientos, por sobrevivirlos. Pueden ser tan intensos que requieren una transformación profunda. Con 40 necesité una curación profunda, como nunca antes, y estoy muy agradecida”.
Sus hijos y su marido la animaron a sacarlo todo en este libro; el actor ya hizo lo propio en su autobiografía, Will, publicada hace dos años. “Tras su experiencia, creyó que me iría bien. Y tenía razón”, relata ella. Él protagoniza buena parte de sus líneas. Han compartido 30 años y han forjado juntos sus vidas y sus carreras. Como se sabe desde hace años, mantienen una especie de relación abierta que, al publicarse el libro, se desveló más bien como un matrimonio con caminos separados. Muy separados. La biografía de la actriz de Matrix y Madagascar explica que se quieren, pero que desde hace años no son una pareja al uso. No están divorciados, pero no viven juntos. En una sociedad tan tradicional como lo es en muchas ocasiones la estadounidense, su acuerdo es difícil de comprender, y ella lo sabe.
“Creo que el matrimonio y las relaciones se basan en un plan personalizado. Y creo que todo el mundo intenta estar casado o estar en pareja de una cierta manera, en vez de observar su relación de forma individual. Y que deberían intentar descubrir qué necesita esa relación, en vez de preocuparse sobre encajar en una cierta idea”, afirma, hablando despacio y con calma, en unas palabras en las que hay reflexión y terapia. “Es interesante, porque todos somos individuos únicos que nos emparejamos con otro individuo único, pero luego no esperamos que nuestra relación tenga sus propios componentes únicos. Es como si tuviéramos que encajar en unos estándares, en una idea específica. Espero que la gente tenga el valor para comprender que estar en pareja es dar con el formato ideal que ayude a cada uno a encontrar el amor. Y eso es distinto para cada cual”.
Ella también ha necesitado su propio camino. Aunque se crio en un ambiente laico, en la llamada Sociedad Ética en la que le enseñaron sobre distintos cultos, ha estudiado e investigado las religiones, sus historias y sus textos sagrados para dar con el “Gran Supremo”, como le llama, ese que la ha ayudado a encontrarse. “Mi abuela era atea, no creía en Dios, pero me dijo: ‘Te voy a educar para que decidas si quieres elegir a Dios por ti misma”. Ha leído el Corán y acompañado a monjes en Vietnam. Y también ha probado la Cienciología pero, aclara, no tanto de un modo espiritual. “Fue por el Study Tech [Tecnología de Estudio], que me gustaba mucho. Ese es un aspecto más secular de la Cienciología. Tomé lo que necesité de ahí y seguí”, asegura sobre el método de estudio de este movimiento, fuertemente arraigado en Hollywood.
Fue con ese método con el que sus dos hijos estudiaron, en casa, guiados por muchas religiones y por sus pasiones artísticas, que sus padres trataron de liberar y respetar. Igual que no fue fácil criarlos, tampoco ha sido fácil para los Smith dar con la dinámica de su relación. “He tenido que hacer mi propio camino de curación para entender qué necesito yo y cómo dármelo a mí misma. Y para que la gente que me quiere, como Will, sepan cómo ayudarme en ello. Pero nadie puede ser mi felicidad, nadie me puede dar una cajita roja con un lazo, aunque claro que es genial que alguien descubra cómo ayudarnos en la construcción de nuestra felicidad interna”, asegura. “Una vez que la encuentras, puedes ver la belleza en las relaciones, en tener una familia y ver que eso es la prioridad, y querernos y caminar juntos es una prioridad, para Will y para mí. Ayudarnos a comprendernos como individuos y a entender al otro”.
No son una pareja al uso, no es la historia que los cuentos de hadas o las películas de Hollywood han vendido durante décadas. El romanticismo no es la base de su relación. “He descubierto, sobre todo en relaciones largas, que hay quienes persiguen el romance. Y puede ser un aspecto de tu vida, pero el amor romántico en sí no es sostenible, en el sentido de que necesitas poner otros componentes del amor para crear la base. El amor romántico... puedes experimentar el romanticismo, pero ¿esperar que una relación sea una versión romantizada del amor y que eso sea lo que persigues? Buah...”, ríe, gesticulando. “El amor es mucho más profundo que eso”. Cree que es algo que en nuevas generaciones como la de su hija Willow se ve de una manera más distinta y más compleja. También la crianza por parte de sus padres le ha enseñado otro modelo. Jada Pinkett vive en su propia casa, cerca de lo que llama “la casa familiar”, desde hace un par de años. “Somos familia, y lo que hemos decidido [junto a Will] es que queremos caminar juntos, en nuestra verdad. Y eso significa que puede que viva cinco años sola y luego me mude de vuelta a la casa familiar, o que él decida irse, o lo que sea, en pos de nuestra felicidad. Eso en vez de intentar encajar en ideas y visiones. Porque eso no va con nosotros”.
No es tanto que su historia sea una excepción, pero sí lo es que dos actores, dos estrellas, hablen abiertamente de algo así, y eso les ha hecho enfrentarse al rugido de la opinión pública. “Me parece que no le haríamos ningún bien a nadie alimentando la ilusión de una relación. Pero si luego tienes el valor de ser honesto sobre ello, es como ‘No, no, no, no’. Lo difícil en una relación no es no tener retos, eso no existe, es cómo enfrentarlos. En vez de fingir, deberíamos empezar a ayudarnos unos a otros, compartir testimonios sobre esas dificultades”, asegura la actriz. “Además, creo que pasar por dificultades no significa que se acabe. Puede, puede ser, pero no necesariamente”. Como resume: “Nosotros simplemente nos queremos el uno al otro y nos queremos como familia”. “Y quien tenga la historia de princesas... Dios mío, pues qué suerte has tenido”, comenta, irónica.
Para Jada Pinkett Smith, el conocimiento y la aceptación la salvaron. En parte, gracias a un encuentro con una curandera que hace una década la introdujo en el mundo de la ayahuasca, una intensa droga psicodélica vegetal que se consume como bebida durante una ceremonia de varios días y de forma vigilada. Su experiencia le hizo tener pesadillas, pero también liberarse, tanto que siguió acudiendo a ver a esa mujer y en una ocasión llevó a parte de su familia y amigos (aunque no especifica a quién). “No es algo que recomendaría exactamente”, reconoce. “Es una de esas cosas de las que, si hablas, la gente pregunta y pregunta y te dice que quiere probarlo. Pues hasta que no me lo dicen tres veces, nada. Tienes que pedírmelo tres veces”, ríe.
Su proceso de transformación también ha afectado a los suyos, que la ven alegre, sana. Incluso a su marido, que ya no es ese hombre al que, como cuenta en el libro, no le preocupaban sus sentimientos. “Bueno, eso era al principio de la relación. Según ha ido envejeciendo, ha ido prestando más atención a eso”, bromea. “Ha sido una bonita transformación. Estando conmigo, yo he cambiado, y también lo ha hecho la relación. Podemos apoyarnos en nuestro proceso de sanación”. Ella se declara feliz, feliz consigo misma, y su trabajo le ha costado: “Es un proceso continuo, trabajo en ello cada día, sí, en esto nunca se acaba”, reconoce, afirmando que cada día da las gracias por haber llegado hasta aquí. “Pese a todos los clichés”, ríe, “es verdad. Una vez que sanas, que sabes que contigo misma es suficiente, eso lo es todo. Saber quién eres, tenerte a ti misma, lo es todo. Y todo lo que te ofrezcan después es un regalo. Lo demás es la guinda del pastel”.