Eugenia de Errázuriz, la Marie Kondo con apellidos vascos que inventó el minimalismo hace 100 años
Creó la estética y las reglas del interiorismo que marcan la vida contemporánea. Hoy, millones de casas en el mundo responden a los cánones que ella dictó hace un siglo
“Todo lo que ella hizo parece nada, pero ¿quién había pensado las cosas como Eugenia antes que Eugenia?”, se preguntó Victoria Ocampo en un ensayo de 1949 en el que reconocía estar “un poco impaciente ante el exceso de eugenismo” que se palpaba entonces en ciudades como Buenos Aires, París, Londres y Nueva York. El texto de la intelectual y feminista argentina era un homenaje a la chilena Eugenia de Errázuriz, ...
“Todo lo que ella hizo parece nada, pero ¿quién había pensado las cosas como Eugenia antes que Eugenia?”, se preguntó Victoria Ocampo en un ensayo de 1949 en el que reconocía estar “un poco impaciente ante el exceso de eugenismo” que se palpaba entonces en ciudades como Buenos Aires, París, Londres y Nueva York. El texto de la intelectual y feminista argentina era un homenaje a la chilena Eugenia de Errázuriz, benefactora de Pablo Picasso y otros artistas vanguardistas y artífice de lo que hoy conocemos como decoración minimalista. Pero también era una despedida a Errázuriz, que acababa de morir con 89 años en su Santiago de Chile natal. “No se sabía contigo dónde empezaba tu espíritu y terminaba tu materia”, concluía Ocampo en su panegírico.
Eugenia Huici Arguedas de Errázuriz nació el 15 de noviembre de 1860 en el seno de una rica familia de origen vasco que había hecho fortuna con la minería en Chile y Bolivia. Irónicamente, la madre del minimalismo nació rodeada de opulencia y lujos. Su educación religiosa en una escuela de monjas inglesas en Valparaíso fue lo que moldeó su gusto por la sobriedad. El 6 de junio de 1879, con 18 años, se casó con el pintor y heredero chileno José Tomás Errázuriz, también de origen vasco. La pareja se mudó a Europa, donde ella empezó a mostrar los primeros signos de su ascetismo. Cuando posaba para John Singer Sargent, Madame Errázuriz prefería vestir de negro y que el pintor la retratara en espacios anodinos.
Pero su verdadera conversión llegó a mediados de la década de 1910. Ya separada de su marido, pasó de esposa y madre victoriana a mujer independiente y mecenas de artistas de vanguardia como Jean Cocteau, Arthur Rubinstein, Ambrose McEvoy, Cecil Beaton, René Crevel y Christopher Wood. La “bella chilena”, como la llamaban en París, consiguió que Rubinstein actuara en la corte de Alfonso XIII en 1916. Ese mismo año, Errázuriz conoció a Pablo Picasso, al que adoptó como un hijo. El pintor malagueño acababa de perder a su amante y musa, la coreógrafa Eva Gouel, y encontró en su nueva benefactora el apoyo emocional y económico que necesitaba para seguir pintando. La millonaria adquirió Retrato de una joven, de 1914 y Hombre con una pipa, de 1915, obra maestra cubista que le abrió al artista el camino a su primera gran exposición en Nueva York. También organizó un encuentro entre el pintor y Serguéi Diaghilev para que trabajaran juntos en los Ballets Rusos.
Las casas de Errázuriz también empezaron a mutar, pasando del estilo eduardiano del momento ―recargado y ornamental― a su propio gusto, el eugenismo, líneas severas y superficies limpias. Para ella, amueblar una casa consistía en quitarle muebles. Mucho antes de que Mies van der Rohe pronunciara su “menos es más”, ella ya decía: “Elegancia significa eliminación”. En 1918, compró una casa en Biarritz a la que llamó La Mimoseraie. Allí montó su laboratorio de diseño. Pintó de blanco las paredes para que las obras de Picasso resaltaran -fue la primera en colocar una pintura cubista sobre un aparador francés del XVIII- y retiró las alfombras para que los suelos de terracota brillaran por sí mismos. “Su necesidad de minimalismo surgió de su profunda devoción católica, que la llevó a creer que los objetos sin una función eran indulgentes y, por lo tanto, pecaminosos. Ella veía las obras de arte de su casa como portales a una espiritualidad más profunda”, explica a EL PAÍS Julie Pierotti, comisaria de la Dixon Gallery and Gardens, el museo de arte de Memphis que en 2018 organizó la primera exposición dedicada a la mecenas chilena.
El eugenismo, una mezcla de tradición y modernidad, despertó la admiración de Cocteau, Stravinsky y Blaise Cendrars. Pablo Picasso y Olga Koklova pasaron su luna de miel en La Mimoseraie en 1918. La anfitriona habilitó un estudio para su amigo y protegido, donde el malagueño siguió experimentado con el cubismo. Ese mismo verano también propició un encuentro entre Picasso y el marchante de arte Nathan Wildenstein. Poco después, Paul Rosenberg, socio de Wildenstein, llegó a un acuerdo para representar la obra del pintor español en Europa y Estados Unidos.
Cecil Beaton describió La Mimoseraie como “la casa de un campesino” y Patricia López-Willshaw, sobrina nieta de Errázuriz, la definió como un lugar con “la paz de un convento”. La propia Eugenia dijo: “Amo mi casa porque es muy limpia y muy pobre”. Pero su aproximación a la decoración no tenía nada que ver con la pobreza, sino con su visión tan personal de lo que era el minimalismo y el funcionalismo. En La Mimoseraie todo tenía un propósito o más de uno. Como cuenta Pierotti en el catálogo de la exposición que organizó para la Dixon Gallery, un vaso de vidrio podía servir como jarrón para flores o como cenicero y una regadera podía ser a la vez una herramienta de jardinería y un objeto de arte.
Errázuriz creía que el espacio era el lujo supremo y se adelantó un siglo a Marie Kondo, la gurú japonesa del orden. Si algo no servía, lo tiraba. En el salón de su casa de la Avenue Montaigne de París no había más que dos cuadros de Picasso y un par de sofás, y en el recibidor, unas sillas de hierro de jardín que había comprado en el parque de Bois de Boulogne. En el otoño de 1918, Marcel Proust le hizo una visita y quedó tan impresionado con lo que vio que incluyó la siguiente referencia a ella en El tiempo recobrado (1927): “Y, como aquellas damas ilustres del siglo XVIII que se hicieron religiosas, vivían en pisos llenos de pinturas cubistas, con un pintor cubista trabajando solo para ellas y ellas viviendo solo para él”.
Las mujeres más vanguardistas de la época, incluidas Coco Chanel, Elsa Schiaparelli y Victoria Ocampo, empezaron a seguirla e imitarla. Aunque nunca fue considerada una decoradora profesional, todas le pedían consejos. Ella solo daba una recomendación: “Tira y sigue tirando. Elegancia significa eliminación”. “Y como flores que se vuelven hacia el sol miraban a madame Errázuriz buscando en ella la definición de la elegancia, del buen gusto y del amor a la belleza”, escribió el fotógrafo Cecil Beaton en El espejo de la moda (1954).
La “bella chilena”, una ferviente católica, llegó a servir como terciaria o miembro laica de la orden franciscana. Su hábito era una camisola negra diseñada para ella por Chanel. Al final creó su propia religión. Y el decorador de interiores francés Jean-Michel Frank se convirtió en su discípulo más devoto. En 1935, Frank y Alberto Giacometti crearon una colección de muebles de hierro inspirados en los que tenía Errázuriz en su casa. “Su enfoque sobre el minimalismo de alta calidad inspiró a algunos de los artistas, escritores, músicos, diseñadores y arquitectos más importantes de su tiempo”, apunta Julie Pierotti. El eugenismo contagió a Madeleine Castaing, gran dama de la decoración francesa, y a arquitectos como el suizo Le Corbusier o el argentino Alejandro Bustillo. A finales de la década de 1920, Bustillo proyectó para Victoria Ocampo la primera residencia modernista de Buenos Aires.
Cuando llegó a la vejez, Eugenia de Errázuriz se dio cuenta de que se había gastado toda su fortuna en casas y obras de arte. A principios de la década de 1940, al borde de la bancarrota, empezó a vender sus Picassos. En marzo de 1948, a la edad de 87 años, regresó a su Chile natal. Una de sus hijas le compró una casa en Santiago, decorada a su gusto. Antes de morir, Madame Errázuriz hizo su último acting minimalista: destruyó la mayoría de las cartas y recuerdos que había coleccionado a lo largo de su vida. No volvió a escribir a sus amigos artistas y dejó de comer. “Quiero ayudar a Dios a sacarme de este mundo”, dijo a sus familiares. El 26 de noviembre de 1949, poco después de cumplir 89 años, falleció tal como había vivido: rodeada de sencillez. Sus últimas palabras fueron: “Muero como quiero morir. Todo lo demás es vanidad, vanidad”.
“Su influencia en el gusto de los últimos 50 años ha sido tan enorme que toda la estética de la decoración interior moderna, y muchos de los conceptos de simplicidad que hoy en día son tan generalmente reconocidos, se pueden entender como un homenaje ante sus pies”, sentenció Cecil Beaton en El espejo de la moda. Sin embargo, Errázuriz sigue siendo una desconocida para muchos. “Quizás porque era mujer y no era una artista, sino una mecenas de las artes, su historia ha sido pasada por alto por la historia del arte”, concluye Julie Pierotti. “Pero ahora, cuando se están desenterrando tantas historias de mujeres importantes, es un buen momento para apreciar realmente su profundo efecto”.