María Teresa Campos, más que una lección de estilo, el suyo fue alarde de poder
La periodista, fallecida el martes en Madrid, también dio cuenta de sus habilidades como comunicadora a través de la moda. De los trajes sastre y chaquetas de sus inicios al despliegue de piezas con firma exclusiva en sus días como reina de las mañanas, pasando por una lujosa colección de zapatos
“¿Quién tiene ganas de verano?”. La pregunta en el último post de @mtc_mariateresacampos recibió el troleo por respuesta. En la imagen, publicada en marzo de 2018, unos pumps con estampado tropical y deje pin-up; en los comentarios, barbaridades. La cuenta de Instagram que promocionaba la colección de zapatos de María Teresa Campos permanece callada desde entonces. Y sigue ahí, congelada en el tiempo, metafórico t...
“¿Quién tiene ganas de verano?”. La pregunta en el último post de @mtc_mariateresacampos recibió el troleo por respuesta. En la imagen, publicada en marzo de 2018, unos pumps con estampado tropical y deje pin-up; en los comentarios, barbaridades. La cuenta de Instagram que promocionaba la colección de zapatos de María Teresa Campos permanece callada desde entonces. Y sigue ahí, congelada en el tiempo, metafórico testimonio de su propia creadora. Alguien tenía que habérselo dicho: zapatero, a tus zapatos.
De todos los éxitos profesionales de la periodista y presentadora, fallecida este martes en Madrid a los 82 años, MTC pasa por ser el único que no fue. Una ambiciosa línea de calzado (al amparo financiero de Teteco S.L., productora audiovisual en su momento relacionada con la familia e investigada por Hacienda en 2014) que se estrelló contra la realidad sociocomercial. Lanzada a bombo y platillo en 2016, duró un año, apenas dos temporadas, despachadas en El Corte Inglés de Castellana, en Madrid, y en el de su Málaga natal. Y eso que se anunciaba “para todo tipo de mujeres, de todas las edades”, convenientemente asistida/asesorada por su nieta influyente, Alejandra Rubio, decían. Curioso: la periodista que consiguió conectar con el grueso de la audiencia femenina doméstica, despertándola a la información de actualidad, incuso política, no logró, sin embargo, que se pusiera en sus zapatos. Lo que tiene pasar por la vida entronizada en unos manolos mientras a las demás les endilgas unos campos.
“María Teresa, por favor, haz los tacones más bajos”, “María Teresa, ¿son cómodos?”, “María Teresa, no puedo comprarlos, calzo un 37 por si tienes buena fe y me los regalas”, le escribían las seguidoras al principio, cuando el community manager aún respondía con un “Muchas gracias, saludos”. De todos los factores que explican aquella debacle zapatera cifrada en casi 175.000 euros de pérdidas inasumibles, incluida una imagen pública bajo mínimos a partir de 2018 —entre los arranques subidos de soberbia tras salir de Telecinco y los dimes y diretes del clan familiar—, al del salto de clase nunca se le ha querido hincar el diente. Tampoco pasa nada por reconocerlo: no, la Campos no era su público. Nunca lo fue, ni cuando ejercía de reverso rojeras (socialista, republicana, feminista) de Encarna Sánchez ni cuando se merendaba descarada a Jesús Hermida, ni mucho menos cuando se coronó reina de las mañanas catódicas en los noventa (primero en la televisión pública, después en la otrora cadena amiga). Aunque los estilismos aventuraran que sí.
Las habilidades como comunicadora de la periodista malagueña también alcanzaban, claro, el manejo de su indumentaria. Daba el tipo de mujer media, adscrita a las convenciones del bienvestir (y mejor peinar), atrevida en colores y estampados sin pasarse de la raya, elegante a su manera y, en un momento dado, aspiracional en términos profesionales. Los trajes sastre, las americanas marcadas de hombreras y las chaquetas de línea box chanelista fueron una constante mientras tuvo que medirse con los colegas masculinos en la pantalla y los ejecutivos en los despachos, la elección power dressing de cualquier mujer que tuviera que bregar en el ámbito laboral liberal al menos hasta finales de los noventa. En la forma, podía resultar fácil identificarse, mirarse en su espejo; en el fondo, en absoluto.
Que la Campos adquiera sus tailleurs hechos/ajustados a medida, sus vestidos floreados y su sus blusas de lunares en Dafnis es solo una conjetura, aunque se sabe de su relación de amistad con María Rosa Salvador, artífice de la legendaria boutique y taller de costura del paseo de La Habana madrileño —con sucursal marbellí— que vistió a las señoras bien-señoras fetén de la jet nacional durante casi cuatro décadas. Lo que sí consta es el despliegue de firmas y diseñadores internacionales de relumbrón que exhibió especialmente a partir de su liderazgo imbatible en las mañanas televisivas a principios de los 2000. Se cuenta que, cada vez que estrenaba temporada, lo hacía vestida para la ocasión por su etiqueta fetiche, Dolce & Gabbana.
Cuando aceptó ser fotografiada para el especial Fabulosas a cualquier edad de la edición española de Harper’s Bazaar, en junio de 2015, compareció con su propia ropa: un conjunto de top y pantalón Capri de la firma italiana. Se trataba de una adaptación exclusiva para ella de la cápsula de aquel verano inspirada por los motivos de la cerámica maiolica (o majolica) de la localidad siciliana de Caltagirone. Así se supo, al fin, lo que siempre había sido un secreto a voces, al menos entre el gremio de estilistas: que la presentadora cercana, de andar por casa, era una vip de la moda de lujo. Aquellos total looks que una vez habían pasado sin etiquetar por alfombras rojas y photocalls (de Missoni a John Galliano), de repente comenzaron a identificarse en las webs del corazón. Luego llegó Las Campos, el docu-reality que protagonizó junto a sus hijas, Terelu Campos y Carmen Borrego, con dos entregas entre 2016 y 2018, y la María Teresa fashionista quedó vista para sentencia.
Lo último que supimos del extraordinario guardarropa de la periodista fue que disponía de dos vestidores convenientemente habilitados para atesorarlo en su residencia de Aravaca, adonde se mudó a principios de 2022. Dos vestidores, dos, amén de la habitación propia destinada a su ingente colección de zapatos, ahí bien de chaneles, pradas, jimmychoos y, sobre todo, manolos. En el reality ya la había mostrado orgullosa cuando vivía en el fabuloso chalé de Las Rozas. También que no le importaba gastarse más de 3.000 euros de una tacada en una zapatería (en Nueva York, regalos para las hijas). Lo que le faltaba para percibirla despegada/desapegada definitivamente de la audiencia que había cultivado. Su privilegio, por supuesto. Pero conviene no llamarse a engaño: en su obsesión zapatera, María Teresa Campos siempre estuvo más cerca de Imelda Marcos que de una Carrie Bradshaw. Las cosas del poder.