La residencia campestre de Chequers, el retiro de los primeros ministros británicos desde hace un siglo
La mansión, regalada al país por un aristócrata, es el lugar donde se ha aislado ahora Boris Johnson después de recibir el alta tras una semana ingresado por coronavirus
Rodeada del verdor y toda la belleza de la campiña inglesa, la señorial mansión de Chequers va a ser todo un bálsamo para Boris Johnson después de una semana de ingreso hospitalario por infección de coronavirus. El inquilino de Downing Street convalece desde el domingo en la que desde hace un siglo ejerce de “segunda residencia” de los primeros ministros británicos, ubicada a 60 kilómetros al noroeste de Londres y concebida como un retiro para pen...
Rodeada del verdor y toda la belleza de la campiña inglesa, la señorial mansión de Chequers va a ser todo un bálsamo para Boris Johnson después de una semana de ingreso hospitalario por infección de coronavirus. El inquilino de Downing Street convalece desde el domingo en la que desde hace un siglo ejerce de “segunda residencia” de los primeros ministros británicos, ubicada a 60 kilómetros al noroeste de Londres y concebida como un retiro para pensar, relajarse o recibir en cómplice intimidad a grandes líderes mundiales En esta ocasión la única compañía de Johnson durante su baja de incierta duración va a ser —al margen del servicio— la de su compañera Carrie Symonds, también contagiada del Covid-19 y que espera un hijo de ambos para el verano.
“Cuanto mejor sea la salud de nuestros líderes, con mayor sensatez nos gobernarán”, es la máxima que convenció en 1917 al entonces diputado y aristócrata sir Arthur Lee para regalar al Estado la magnífica edificación del siglo XVI, situada en una finca de 1.000 acres, más de cuatro kilómetros cuadrados, a pie de las colinas de Chiltern. Diez años después, el primer ministro Lloyd George la estrenaba bajo la consigna del benefactor de “pasar dos días a la semana respirando el aire puro” de este enclave de Buckinghamshire. Pero los salones de la mansión no solo han sido testigos del reposo de los sucesivos jefes de gobierno, también de algunos protagonistas de momentos históricos. Aquí se inspiró Winston Churchill para escribir sus famosos discursos radiados durante la Segunda Guerra Mundial o, cuatro décadas más tarde, Margaret Thatcher escenificaba allí el principio del fin de la guerra fría al recibir al líder soviético Mijail Gorbachov.
Por entre los paneles de caoba de Chequers han desfilado varios presidentes estadounidenses a partir de Richard Nixon, dignatarios de todas las latitudes y algún dictador, como Robert Mugabe, de Zimbabue. También la mismísima reina Isabel II o estrellas del calibre de Elton John y David Bowie. Porque el asueto tampoco ha sido ajeno a una mansión donde, por ejemplo, ya el primer ministro británico Clement Attlee (1883-1967) organizaba fiestas infantiles.
Es difícil no “enamorarse” del lugar, sostenía Thatcher, cuyo marido, Denis, asentía con esta sentencia: “Chequers es la razón por la que merece la pena el puesto”. No dejó claro si aludía al cargo de primera ministra o a su propio papel de consorte. A Norma, esposa del sucesor de la Dama de Hierro, John Major, le gustaba tanto que hasta le dedicó un libro (Chequers, The Prime Minister´s Country House and History) . Y Tony Blair halló en esta residencia el lugar perfecto para seguir trabajando sin los agobios del mundillo político de Westminster. “Tony se pasaba casi todo el día sentado en el jardín, rodeado de papeles, haciendo alguna llamada de teléfono y siempre con una taza de té en la mano”, ha relatado quien fuera su director de comunicaciones, Alistair Campbell.
Un mes antes de la muerte de la princesa de Gales en un accidente automovilístico en París, en agosto de 1997, Blair compartió con lady Di un encuentro secreto en Chequers, presumiblemente para abordar la profunda crisis en que el divorcio de la princesa y el príncipe Carlos había sumido a la monarquía británica. Mientras tanto, los hijos de ambos se bañaban en la piscina que un anterior jefe de gobierno, Edward Heath, mandó construir en 1973.
Poco sospechaba David Cameron, al recibir en la mansión campestre a su colega francés François Hollande en 2015, que un año después se vería obligado a dimitir a raíz del triunfo del Brexit en el referéndum que él mismo había convocado. Aquel día confesó al presidente galo que Chequers era “un buen lugar para pensar, lejos de Londres”.
Probablemente Boris Johnson esté de acuerdo desde la reclusión de lujo a la que se ha visto abocado tras su paso por el hospital londinense de Saint Thomas, incluidos tres días en la unidad de cuidados intensivos. Descansar, recuperarse y pensar es ahora la única —aunque importante— labor que tiene por delante mientras el titular de Exteriores, Dominic Raab, asume las riendas del país entre los celos y tensiones de otros ministros. Lejos del nido de víboras de Downing Street, el único ruido que se escucha en Chequers es el canto de los pájaros.