Una ‘egopolítica’ que seca el vaso
Aunque el agua es un bien común, cada país se enroca en su propia estrategia, sobre todo los que más acrecientan la crisis climática
El agua es al mismo tiempo la salvación y el problema. El planeta se calienta cada vez más. El líquido se evapora hacia la atmósfera en grandes cantidades, lo que provoca sequías, estrés hídrico, salinización de los suelos. Estos riesgos generan inestabilidad política, social y, sobre todo, ira. El agua baña la geopolítica del planeta. Oriente Próximo y el norte de África son las regiones más afectadas por esta carencia. Pero so...
El agua es al mismo tiempo la salvación y el problema. El planeta se calienta cada vez más. El líquido se evapora hacia la atmósfera en grandes cantidades, lo que provoca sequías, estrés hídrico, salinización de los suelos. Estos riesgos generan inestabilidad política, social y, sobre todo, ira. El agua baña la geopolítica del planeta. Oriente Próximo y el norte de África son las regiones más afectadas por esta carencia. Pero son territorios ricos. Emiratos Árabes Unidos (EAU) importa casi todos sus alimentos. Un alivio a las necesidades de agua que exige su agricultura. Otras naciones poderosas de Oriente Próximo y el norte africano dependen de las desaladoras. Caras, contaminantes y consumen mucha energía. Esta sucesión de acordes suena a inequidad. La subida de los precios de los alimentos, por ejemplo, puede activar la tensión social. “Cada país tiene su propia política hídrica porque enfrenta problemas individuales. Pero tenemos que ser capaces de trabajar desde un ámbito local a otro global. El agua es un desafío transnacional”, resume Henk Ovink, enviado especial para Asuntos Hídricos Internacionales de Países Bajos.
La geopolítica del agua nunca existió, lo que existe es la egopolítica del agua. Marruecos y la India ya limitan sus exportaciones de alimentos —revela Jesús Gamero, analista de la Fundación Alternativas— con la estrategia de asegurar el autoconsumo de sus sociedades. Esta misma cuestión se plantea en zonas donde el acceso a los recursos hídricos resulta escasísimo: “Se debería priorizar el interés colectivo sobre el particular”, defiende el experto. En Siria, durante los años dos mil, una tremenda sequía pavimentó la calzada hacia la guerra civil. Y en el Cuerno de África se estima que 150 millones de personas pasan hambre. El año pasado, la alteración del clima mató a 43.000 somalíes.
Cada nación protege sus intereses. Nadie recuerda que si no llueve en tu país, tampoco en el vecino. China planea construir 20 presas en la región del Medog que generen 60.000 megavatios, y que afectarán a Pakistán y la India. La disculpa es alcanzar la neutralidad energética en 2036. La contestación del Foro Económico Mundial en Davos fue la nada cotidiana. Destinó 1,75 millones de francos suizos (1,8 millones de euros) a 10 empresas emergentes del sector. En la superpublicitada cumbre climática de París de 2015 se les “olvidó” el agua. Pese al abismo. “La falta de agua significa que fracasarán los sectores primario, secundario y terciario”, advierte Olivia Lazard, investigadora del centro de análisis político Carnegie Europe (Bélgica). Y advierte: “Esto aumenta el sufrimiento humano, el abuso de sus derechos, los posibles focos de conflictos y las tensiones sociales entre las personas, los pueblos y los gobiernos”.
La historia recuerda la disputa entre Egipto y Etiopía por el agua del Nilo, o la tensión creciente entre China, Pakistán, la India e Irán. En 2025, Pakistán sufrirá escasez. Esas grandes presas y otras drenan agua que necesitan. El río Indo, con sus 17 gigavatios, sustenta el 90% de la producción agrícola del país. En Irán, 270 ciudades y pueblos sufren escasez hídrica. Falta lluvia en una tierra donde el desencanto, con manifestaciones continuas, adopta forma de piscina infinita. Y la guerra en Ucrania ha demostrado, comenta Antonia Colibasanu, analista sénior de geopolítica de la consultora estadounidense Geopolitical Futures, que el agua es a la vez un arma y una víctima. “El agua es el centro de la crisis climática”, asegura en The New York Times José Ignacio Galindo, quien ha ayudado a crear la start-up estadounidense Waterplan. “La emergencia del clima resulta el problema y el agua su mensajero”. En 2050 —según la ONG californiana water.org— se estima que las inundaciones afectarán a 1.600 millones de personas. Al otro lado del río, unos 2.300 millones viven en naciones bajo estrés hídrico.
Desplazados por el clima
Pero muchos países no reciben el mensaje. Las olas de calor, las lluvias torrenciales, los ciclones han desplazado a millones de seres humanos, que apenas son responsables del cambio del clima. “Unos 3.200 millones habitan en zonas agrícolas donde el déficit hídrico o la escasez de agua son elevados”, narra Gabriel Ferrero, presidente del Comité de Seguridad Alimentaria (CSA) de las Naciones Unidas, quien aumenta las cifras de water.org. Mientras, el Instituto para la Economía y la Paz (IEP, por sus siglas en inglés), un think tank australiano, prevé que en 2050 habrá 1.200 millones de habitantes desplazados por la emergencia climática.
Padecemos sequías bíblicas, inundaciones bíblicas. “Nuestras construcciones adelantan que el nivel de las aguas subirá, ya lo estamos viendo estos años, y que los fenómenos extremos resultarán más habituales que nunca”, prevé Jorge Pérez, fundador de la promotora The Related Group, con sede en Miami, y principal empresa del sector en la costa este del país. Ahora construyen más lejos de las líneas de playa y refuerzan la estructura de los edificios frente a la subida del mar. Una solución al alcance de unos pocos. Paradójicamente, la abundancia también anega el planeta. La Organización Meteorológica Internacional calcula que es probable un aumento de las aguas de 50 centímetros en 2100. Y de entre dos y tres metros durante los próximos 2.000 años, si el incremento de las temperaturas, milagrosamente, se limita a 1,5 grados, como fija el Tratado de París.
A nadie se le escapa que el ahorro de agua pasa por su ética. Consumir lo imprescindible. El vértigo es que la sociedad delegue este desafío en firmas privadas, inversores y aseguradoras. Un reto social global exige una respuesta social global. Necesitamos gestionar de otra forma los humedales, los recursos hídricos subterráneos, crear una lógica distinta del tratamiento de los desechos industriales y urbanos, usar riego de precisión, inteligencia artificial, análisis de datos, limitar el tipo de cosechas y aumentar el cultivo de secano frente al de regadío. Pero teniendo presente que la tecnología no resolverá, por sí sola, el problema: ni el geopolítico ni el alimentario. “Solo lo paliará durante un tiempo”, subraya Olivia Lazard.
Porque en la ganadería y el campo arraiga con fuerza la partida geoestratégica. El enfrentamiento comercial entre EE UU y China se ha trasladado a África. La nueva reina del tablero. Los fertilizantes están ganando una importancia inconcebible. El Banco Africano de Desarrollo (BAfD) —denuncia Mónica Vargas, miembro de la ONG Grain— subsidia su utilización en ese continente. A veces de la mano de países como Noruega, que maneja una de las principales compañías (Yara) del sector. “Lo más problemático es que quieren crear dependencia de los fertilizantes, algo que genera tremendos impactos ambientales y sociales”, avisa la experta.
Desigualdad líquida
“No tener agua es una forma de ataque a la sociedad civil”, alerta Elena López-Gunn, consejera delegada de la consultora iCatalist. La ley española que la regula es de 1985 y resulta evidente que necesita actualizarse a la emergencia climática. Y tener en cuenta su geopolítica y los decimales tecnológicos. Para ahorrar, por ejemplo, urge acometer el cambio a las comunidades de regantes 2.0 o 4.0. “Aguas desaladas, recargas, reutilizadas”, describe la experta. El agua en esta egopolítica se olvida de que es un bien universal. “Los gobiernos no deben permitir que se convierta en un lujo, y destinarla a llenar piscinas y regad césped caros cuando otros no tienen acceso a ella para cubrir sus necesidades básicas; es algo repugnante e inhumano”, zanja Hannah Cloke, profesora del departamento de Meteorología de la Universidad de Reading (Reino Unido). Desigualdad líquida.