El imparable auge de la economía azul
La pesca, la acuicultura, el turismo costero, la gestión portuaria, la industria naval o la eólica marina son algunas de las cada vez más numerosas actividades dentro de este conjunto de negocios, cuyo interés atrae a un creciente volumen de empresas, y que gracias a las nuevas tecnologías es cada día más eficiente, sostenible y rentable
Una corriente de datos fluye con las mareas, atraviesa océanos y mares, alcanza playas y puertos, impregna a los barcos pesqueros y de transporte, impulsa a los aerogeneradores flotantes e incluso cala a millones de turistas de costa que hace años que dejaron de llegar por sorpresa. Los expertos, que tienen algo de novelistas a la búsqueda de un buen título, llaman a este resumido paisaje la economía azul. Bruselas mira a España y traza su particular oleaje. Mueve 36.472 millones de euros e implica a 937.467 personas. Números de la Comisión Europea, pero también colores. Este país es el destino de su geografía. Más de las tres cuartas partes (8.000 kilómetros) del perímetro de su península es litoral. Y azul se asocia, primero, con el color de la pesca. “Los caladeros de la flota española están en su mejor momento de los últimos 20 años”. La frase de Javier Garat, presidente del Clúster Marítimo Español (CME), amarra el relato. “Se debe a la responsabilidad de las empresas pesqueras, que son las primeras interesadas en conservar y hacer un uso sostenible de los recursos naturales de mares y océanos”. Habla para unas 200.000 personas y una captura de 6.650 millones de euros. Habla desde el conocimiento de la mar y la arena. El turismo costero aporta 23.296 millones a la economía nacional y 653.211 empleos, con el lastre de la estacionalidad. Aunque habrá que aliviar la enorme presión que sufren algunas zonas en los meses de verano.
Pero ahora el agua de las mareas y océanos, junto con la vida marina, también transportan datos. Convivimos con la economía azul del dato. Todo es cuantificable. Esos números sustentan a millones de personas y algunas de las industrias más estratégicas del planeta. El 95% de los datos mundiales viajan por cables submarinos de fibra óptica y la mar traslada el 80% del comercio del mundo. En ese Valhalla donde habitan las grandes cifras, las compañías basadas en el océano podrían generar —según el Foro Económico Mundial— más de tres billones de dólares al año. Sin embargo, en el fondo, caen a plomo los números. Y se pueden condensar en una ecuación. La tecnología marina del dato es la suma de la algoritmia (machine learning) y los nuevos agentes (ChatGPT o Google Gemini). La belleza de esta propuesta es que todo lo mensurable posee la capacidad de mejora. Por ejemplo, anticipar los vientos fuertes y constantes sobre las plataformas flotantes marinas o emplear inteligencia artificial (IA) para detectar fugas en perforaciones de crudo a gran profundidad. Las posibles aplicaciones semeja contar granos de arena en una playa. “Tenemos un proyecto en Formentera para analizar y mejorar la sostenibilidad de la isla. ¿Qué número de turistas son los adecuados? ¿Se necesitan espaciar los transbordadores? También se puede registrar la cantidad de dióxido de carbono que tolera el ecosistema, o incluso plantear una estrategia de barcos compartidos cuando fondean”, resume Lara Calvo, responsable de Oferta ESG de Minsait (Indra).
El uso de gemelos digitales alrededor del océano o bases que manejan y ordenan información en milisegundos, como Copernicus, cambian el verbo navegar. España —sostiene la experta— puede liderar esta economía. “Aunque hace falta una visión de Estado: una estrategia a muy largo plazo que no cambie según el turno político y que sea ajena a los intereses de los grupos de presión”. El empuje se mide en atmósferas. Debemos comprometer —propone Lara Calvo— a la Administración, la academia, las empresas públicas y privadas y a los ciudadanos. Esta idea —un pacto de Estado— es una línea del horizonte conocida, que incorpora la Estrategia Marítima 2024-2050 lanzada por el Gobierno este año. Una mirada que se suma a la Ordenación del Espacio Marítimo (aprobada en 2023 por real decreto), la cual estableció, entonces, las cinco demarcaciones —noratlántica, levantino-balear, Estrecho y Alborán, sudatlántica y marina canaria— marítimas españolas.
Biotecnología en alza
Aunque, tal vez, hay que viajar más lejos: la biotecnología en 2022 generó en Europa solo 377 millones de euros, una cifra lejos del Valhalla. De todas formas, hay proyectos fascinantes como iObserver. Es un dispositivo electrónico que permite identificar y cuantificar de forma automática toda la captura a bordo de barcos pesqueros. “Se trata de un sistema de monitorización, o sea, unas cámaras situadas en la cinta de criba del barco, que, con algoritmia e IA informa en tiempo real del tipo de captura y su volumen”, cuenta Luis Taboada, científico titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Instituto de Investigaciones Marinas (Vigo). “Esto permite algo básico: conocer los descartes y darles un valor económico. Por ejemplo, venderlos en la lonja”. Una persona situada en el puerto recibe los datos y remite al instante, gracias a la ayuda de la IA, un informe con toda la información: clase de captura, volumen, desechos. “Es un ingreso añadido para los pescadores”, destaca. Además, la precisión ronda el 90%.
Sin duda, esta economía tiene forma de malla. Hace falta coger aire. Incluye acuicultura, pesca sostenible, procesamiento de pescado, puertos y almacenamiento, construcción y reparación de barcos, protección, eliminación de residuos, turismo costero, bioeconomía y biotecnología marina, desalación, energía eólica marina, energía eólica y una tecnología de vanguardia: el enfriamiento en aguas profundas. Claro que podría alcanzar esos tres billones de dólares. Pero hay que respetar la mar. Con datos o sin ellos. “Vemos casos de poco control, por ejemplo, en la captura artesanal de determinados países; la entrada de flotas de nuevos operadores, normalmente chinos, que no respetan las medidas de gestión o la pesca regulada en aguas libres”, critica un portavoz del Grupo Nueva Pescanova. Solo el 7% de los peces se capturan de manera sostenible, y el porcentaje proviene de 2015. Resulta muy factible que el número sea hoy inferior. El propósito es buscar el equilibrio. La Unión Europea —la séptima potencia pesquera y de acuicultura del mundo— está lejos de la autosuficiencia. Por cada 10 kilos de pescado que consume un ciudadano europeo, más de seis proceden de fuera del mercado conjunto.
Pero la corriente empuja aguas adentro una narración que titulan los datos. Conviene volver a puerto. “Los astilleros están aplicando el big data y la IA para estudiar grandes volúmenes de información aportando un análisis que puede ser aplicable en el mantenimiento preventivo o en la optimización del diseño del buque”, desgrana Eva Novoa, directora general de la Sociedad para el Estudio de los Recursos Marítimos (Soermar), una entidad respaldada por 18 de los principales astilleros medianos y pequeños de España. Y recuerda que el Informe de la economía azul en la Unión Europea 2025 —publicado por Bruselas el pasado mayo— refleja que la industria naval del Viejo Continente facturó 37.900 millones de euros en 2023 (cifras más actualizadas), un 17,7% más que el año anterior. “España destaca, sobre todo, en el segmento de buques complejos y especializados”, subraya Novoa. Embarcaciones donde la proa es la sostenibilidad y la popa la digitalización. Navantia cumple con esa imagen. Su facturación en defensa alcanzó los 1.160 millones de euros en 2024. La cifra —conforme a Infodefensa— supone el 1% más, en una empresa donde el 70% del balance procede de esta actividad. Sin duda, la firma, controlada por el Estado, está pagando, con un crecimiento limitado, la enorme competencia ahí fuera.
Cables submarinos
Es el momento de sumergirse y fundirse a negro, allí donde no llega la luz del Sol. El 95% del tráfico intercontinental —lo hemos visto— de los datos viaja por cables submarinos, nunca por satélite. El operador Equinix estima que el mercado de este mar profundo alcanzará los 30.000 millones de dólares (25.600 millones de euros) en 2027. Es una infraestructura dual. Tiene un uso militar y civil. “La posición geográfica de España ha favorecido que numerosos cables amarren en sus costas, tanto en el margen Atlántico como en el Mediterráneo”, indica Arantza Ugalde, sismóloga en el Instituto de Ciencias del Mar (Barcelona), dependiente del CSIC. Y cita el proyecto Medusa. Son 8.700 kilómetros de cable submarino que conectará —de este a oeste— la Europa mediterránea y el norte de África hasta el Atlántico. Habrá diversos land points (así se denominan en la jerga) en las costas españolas.
Este negocio —que se realiza incluso a 8.000 metros de profundidad— atrae a operadores como Canalink, AFR-IX Telecom o Telxius (Telefónica). Tiene sus riesgos. “La pesca de arrastre, aunque prohibida en muchas zonas, continúa siendo una amenaza”, advierte Alejandro García-Gasco, ingeniero de Obras Públicas y jefe técnico del Área de Ingeniería de Mapfre Global Risks. “Más común aún es el enganche accidental de cables con anclas de los barcos, sobre todo en áreas turísticas, donde las embarcaciones fondeadas de recreo se multiplican en verano”, explica.
También es un espacio que España comparte con sus vecinos, uno de ellos es Portugal. La zona económica exclusiva (ZEE) —más de 1,7 millones de metros cuadrados— y su plataforma continental es una de las mayores del planeta. En términos per capita, cada ciudadano portugués es “dueño” de 162 kilómetros cuadrados. La sexta posición planetaria. Además, el sector aporta el 5% del PIB a su economía. Es el comienzo. Los analistas de McKinsey aguardan que sus números azules alcancen los 10.200 millones de euros durante 2030. “Esto supondrá”, estima la consultora, “una contribución a la riqueza de la nación del 10%. Y surgirán entre dos o tres unicornios —grandes compañías valoradas en más de 1.000 millones de dólares— debido al tirón de la pesca, la acuicultura, las energías renovables y, sobre todo, la biotecnología marina”. Sólo se aprovecha menos del 1% de la capacidad energética de los océanos.
Generadores a toda vela
Mientras, incesante, sopla el aire sobre las aguas, Iberdrola ya opera en cuatro parques eólicos marinos. El último es el de Saint-Brieuc (Francia), con 496 megavatios (MW) de capacidad. Esta arboleda tecnológica —comentan fuentes de la compañía— ha permitido la reanudación de la pesca y la navegación recreativa. A cientos de millas giran con su reconocible sonido, zas, zas, zas, zas…, los molinos de Baltic Eagle (Alemania), West of Duddon Sands (Reino Unido) y Vineyard Wind One (Estados Unidos). Durante 2026 entrarán en operación East Anglia Three (Reino Unido) y Windanker (Alemania). Este desembarco —donde los aerogeneradores semejan piezas de ajedrez combinando casillas blancas y negras— le ha costado 15.000 millones de euros. La cifra que suman sus parques en marcha y construidos; números para el Valhalla.
En ese particular Olimpo, las nuevas plantas de combustible sostenible serán nativas digitales. Este es el futuro que prevé Moeve. Sus biocombustibles —aseguran— reducen el 90% las emisiones de dióxido de carbono, y en el Valle Andaluz del Hidrógeno Verde (conecta Huelva y Cádiz) trabajan en la producción de esta molécula y su conversión en algunos derivados: amoniaco o metanol verde. Un nuevo camino sobre las aguas, porque descarbonizar el transporte marítimo, a partir de la electricidad, resulta muy complejo. La IA se extiende con el oleaje en la mar. Simula el tráfico marítimo, el comportamiento de las mareas o posibles derrames. Prepara a los operarios frente a momentos críticos antes de surgir.
“El reto es que las personas y los océanos prosperen juntos”
Si fuera un país, la economía azul sería la octava mayor de todo el planeta, con un valor de mercado de 6,6 billones de dólares (5,6 billones de euros). Esta es la cifra que firma la consultora McKinsey. “Las posibilidades son enormes. Conservar la biodiversidad y alimentar a las personas sí es posible. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lo demuestra con su visión de transformación azul: una gestión pesquera basada en la ciencia que restaura ecosistemas y, al mismo tiempo, sostiene los empleos y la producción de alimentos”, relata Manuel Barange, subdirector general de la institución.
El atún es un ejemplo. Hoy, el 87% de las principales poblaciones se explotan de manera sostenible, un giro notable respecto a hace una década, cuando se hablaba de colapso inminente. La recuperación se logró gracias a la cooperación internacional y a las estrictas reglas científicas aplicadas por la Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico. “Este y otros casos prueban que resulta posible gestionar de forma eficaz todas las pesquerías, pues el desafío no consiste en proteger el océano de las personas, sino en asegurar que las personas y los océanos prosperen juntos. De esto trata la transformación azul”, zanja Manuel Barange.