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Jan Rosenow: “Si la electricidad tiene una carga fiscal mayor que los combustibles fósiles se desalienta su uso”

El profesor de la Universidad de Oxford, asesor de la UE y gurú informático advierte “sobre el error de Alemania de cerrar las nucleares antes de terminar con las plantas de carbón”

Jan Rosenow (Lemgo, Alemania, 1979) se ha convertido en una de las voces europeas más influyentes en el debate global sobre la transición energética. Profesor de Política Energética y Climática en la Universidad de Oxford y asesor habitual de organismos internacionales como la Agencia Internacional de la Energía o la Comisión Europea, el experto acaba de tener el raro privilegio (al menos para un académico) de intervenir ante los 27 ministros de Energía de la Unión Europea, en Luxemburgo, a invitación de la Presidencia danesa del Consejo.

A su paso por Madrid para participa en el V Foro de la Bomba de Calor organizado por AFEC e Iberdrola, conversó con este diario sobre retos de la electrificación industrial, la seguridad energética y el papel clave de la flexibilidad de red. Sobre España, lanza un mensaje claro: “El país podría liderar la transición si aprovecha su potencial renovable y corrige las distorsiones fiscales que hoy penalizan la electricidad frente al gas”.

PREGUNTA. ¿Qué medidas planteó a los ministros europeos de Energía exactamente?

R. Propuse tres cosas. La primera fue aprovechar una nueva herramienta que la Comisión Europea lanzará pronto -la IF25 Heat Auction-, que es la primera opción de electrificación industrial del mundo. Sugerí que ese programa tenga una duración de varios años y que incluya un componente específico para pymes, ya que los programas actuales suelen ser muy complejos y benefician sobre todo a las grandes corporaciones.

P. ¿Cuál fue la segunda?

R. La segunda propuesta se centró en la política fiscal. La forma en que se gravan la electricidad y los combustibles fósiles influye directamente en la competitividad de la electrificación. Si la electricidad paga más impuestos que el gas o el petróleo, se desincentiva el cambio. En muchos países de la UE aún es el caso, aunque casi el 50% de la mezcla de electricidad ya proviene de fuentes renovables, principalmente de aire y solar. Los ministros nacionales, no la Comisión, son quienes pueden reformar este sistema. Es un tema políticamente sensible, pero crucial.

P. ¿Y la tercera?

R. La tercera propuesta fue sobre el acceso a la red eléctrica. En muchos países, incluido España, las empresas deben esperar meses o años para conectarse. Hay una larga cola y, en ella, proyectos zombis que solo buscan revender permisos. Propuse regulaciones más inteligentes que prioricen a los proyectos listos y flexibles, para acelerar las conexiones.

P. ¿Cómo fue recibido su mensaje por los ministros?

R. Justo después intervino el ministro alemán de Energía, quien insistió en que debíamos ser “tecnológicamente abiertos”, es decir, no apostar solo por la electrificación sino también por otras opciones como el hidrógeno o la captura y almacenamiento de carbono. Sin embargo, otros ministros apoyaron la propuesta y la consideraron una contribución relevante. En general, diría que la recepción fue positiva.

P. Describa el estado actual de la transición energética

R. En algunos sectores y regiones hemos avanzado mucho. La transición no ocurre de forma global y simultánea, sino por etapas y sectores. Por ejemplo, en 2004 la energía solar costaba diez veces más que la electricidad generada con combustibles fósiles. Hoy es la fuente más barata, incluso en países nublados. En movilidad, hace 15 años casi no existían autos eléctricos; hoy representan alrededor del 20% de las ventas globales. España, con una de las redes eléctricas más limpias de Europa, y países como Dinamarca, son buenos ejemplos de progreso. La transición está en marcha, aunque no al ritmo necesario.

P. ¿Cómo hacer que la ciudadanía perciba la transición como una oportunidad y no como una carga?

R. Todo depende del coste. Europa depende cada vez más de la importación de combustibles fósiles, lo que eleva los precios. Eso se refleja en las facturas y genera descontento. Si la gente siente que paga más, aunque no sea culpa directa de la transición, los populismos aprovecharán ese malestar. Ya lo vemos con partidos como la AfD en Alemania o Reform UK en el Reino Unido, que utilizan el tema de manera oportunista.

P. Mencionó que el potencial está en las pymes. ¿Por qué?

R. Porque, en muchos países, las pymes consumen una parte significativa de la energía total. Son muchas y están dispersas, lo cual dificulta llegar a todas. Pero también es una oportunidad: las tecnologías que usan son similares y se pueden estandarizar, lo que permite abaratar costos y replicar soluciones.

Los programas de descarbonización deben incluir a las pymes; su consumo de energía es significativo

P. Algunos analistas afirman que los recientes cambios políticos en Estados Unidos podrían afectar el ritmo de descarbonización global. ¿Compartes esa preocupación?

R. Tienen un impacto significativo, y quizás más del que muchos pensaban antes de que la nueva administración asumiera el poder. Sin embargo, creo que, a escala global, ese impacto no será tan grande, simplemente porque Estados Unidos no sea un líder en este ámbito. Si observamos dónde se están desplegando la mayoría de las energías renovables, China lidera con una amplia ventaja. Estados Unidos nunca ha estado entre los principales impulsores de la transición. A largo plazo, considero que Estados Unidos se está perjudicando al complicar la inversión en proyectos energéticos, generando incertidumbre para los inversores. Además, el conocimiento y la innovación se están acumulando en otros países, no en Estados Unidos. Estratégicamente, es un movimiento muy negativo. Dicho esto, creo que el impacto global será limitado, porque otros países ya están muy por delante en la transición energética.

P. Ha hablado sobre el sistema fiscal español. ¿Por qué lo consideras problemático?

R. No diría que he sido especialmente crítico, pero sí observo que en España la electricidad tiene una carga impositiva proporcionalmente mayor que los combustibles fósiles. Y eso desincentiva su uso, a pesar de que la red española es de las más limpias. Si la electricidad es más cara, las empresas optan por mantener los combustibles fósiles.

P. En España se espera un cierre inminente de las centrales nucleares. ¿Es una decisión acertada?

R. El caso de Alemania demuestra que cerrar las nucleares antes que las plantas de carbón fue un error. Si España hiciera lo mismo, eliminaría una fuente baja en carbono antes de reducir la generación fósil. Una vez que la red esté casi totalmente descarbonizada, sustituir lo nuclear por renovables puede ser una decisión política legítima. Pero desde una perspectiva climática, hacerlo antes no tiene sentido.

P. En el debate sobre la transición se mencionan con frecuencia tecnologías como el hidrógeno, los reactores modulares o incluso la fusión nuclear. ¿Hacia dónde cree que se dirige realmente el futuro?

R. Hay muchas tecnologías prometedoras, pero muchas aún no están listas para escalar. Los políticos suelen apoyarlas porque su implementación es a largo plazo, pero eso puede distraernos de lo que ya podemos hacer hoy: desplegar renovables, almacenamiento y electrificación. No podemos esperar 20 o 30 años; hay que actuar ahora con lo que funciona.

P. ¿Qué lecciones extrae del apagón reciente en España?

R. Los informes muestran que las causas fueron complejas, más relacionadas con fallos en la cadena de mando y en los procedimientos que con una falla tecnológica específica. Debemos reforzar la resiliencia del sistema para dotarlo de más flexibilidad, mejor interconexión con países vecinos, mayor capacidad de almacenamiento y protocolos más claros.

P. Aunque la generación renovable crece, muchos consumidores aún dependen de combustibles fósiles. ¿Por qué?

R. En el ámbito industrial, un estudio de McKinsey encontró que más del 90% de las empresas analizadas en Europa están considerando activamente la electrificación. Ese es el primer paso, crear conciencia, y es un avance muy positivo. También entre las familias vemos un aumento en la conciencia sobre tecnologías como los vehículos eléctricos o las bombas de calor, lo cual es alentador. Sin embargo, todavía existe mucha desinformación, especialmente en el ámbito doméstico. Sabemos que parte de esa desinformación es fabricada por grupos de interés. Por eso, es fundamental ofrecer información veraz y objetiva. Gobiernos, empresas, medios y sociedad civil deben contribuir a un debate más informado y menos polarizado. Además, hay un efecto social muy interesante. Cuando ves que tu vecino adopta una tecnología, te despierta el interés. Lo he vivido personalmente: instalé una bomba de calor en 2019 y hoy ya hay dos casas más en mi misma calle que también la tienen. En ambos casos hablé con ellos y les recomendé informarse.

Este tipo de cambios no siempre vienen desde arriba; también pueden surgir desde abajo, impulsados por la gente. Lo vimos, por ejemplo, en Pakistán, donde el año pasado hubo un auge inesperado de instalaciones solares que no fue impulsado por políticas públicas, sino por decisión de los propios ciudadanos.

P. Es un defensor de las bombas de calor. ¿Por qué son tan importantes?

R. Porque son la tecnología de calefacción más eficiente que existe. No generan calor mediante combustión, sino que lo trasladan del aire, el suelo o el agua hacia donde se necesita. Esa capacidad de “transportar” calor preexistente las hace únicas.

P. ¿Qué papel están llamadas a jugar?

R. Un papel enorme. Según la Agencia Internacional de Energía, cerca del 60% de los sistemas de calefacción del mundo en 2050 serán bombas de calor. Y si se modela una transición de menor coste hacia el cero neto, las bombas de calor siempre aparecen como la opción óptima porque son más competitivas que cualquier alternativa.

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