La moda masculina de París se entrega a la artesanía y el entretenimiento, Rosalía incluida
La cantante catalana se convirtió en la protagonista del ‘show’ de Louis Vuitton el jueves, marcando el paso del resto de desfiles de la semana, donde también destacaron los de Loewe, Dior o Hermès
Convertir la moda en contenido viral es el sueño de toda firma de lujo. El desfile de la colección masculina de Louis Vuitton para el próximo otoño, presentado el pasado jueves en París, ha patentado un nuevo modo de lograrlo. Durante un cuarto de hora, los modelos que desfilaron por un escenario creado por Michel y Olivier Gondry inspirado en un dormitorio adolescente —y en el que no era difícil ver un homenaje a...
Convertir la moda en contenido viral es el sueño de toda firma de lujo. El desfile de la colección masculina de Louis Vuitton para el próximo otoño, presentado el pasado jueves en París, ha patentado un nuevo modo de lograrlo. Durante un cuarto de hora, los modelos que desfilaron por un escenario creado por Michel y Olivier Gondry inspirado en un dormitorio adolescente —y en el que no era difícil ver un homenaje a Virgil Abloh, director creativo de la marca hasta su repentino fallecimiento en 2021— lo hicieron en torno a una presencia capaz de domar cualquier escenario. Rosalía, elegida como comisaria musical del desfile, desgranó varios temas de Motomami y hasta tuvo tiempo para emocionarse con Camarón en una presentación cuyos límites exceden los del desfile tradicional y que apuesta por convertir la moda en entretenimiento.
El resultado —de una precisión hipnótica, como todo lo que rubrica la catalana— fue también la consagración de las obsesiones que han marcado esta etapa de Vuitton: la artesanía extrema —con bolsos pintados y bordados a mano— y el espíritu colaborativo. El diseñador Colm Dillane, fundador de la firma Kidsuper, ha coordinado la colección como diseñador invitado. Varias de las prendas más sugerentes, como las basadas en un patchwork intrincadísimo de tejidos, colores y estampados, remiten a su lenguaje. A su vez, el legado de Abloh se plasma en conceptos como comunidad y cultura, que defienden que la moda, incluso la de precios prohibitivos solo accesibles por una minoría, tiene que hablar de su tiempo y mirar más allá de sus límites para atraer nuevos públicos.
En comparación, el resto de desfiles adoptaron formatos más convencionales, lo cual no tiene por qué ser un inconveniente. Exigían atención, por ejemplo, los modelos de Dior Men que desfilaban por partida doble: en la pasarela y en pantallas gigantes. La colección que ha firmado Kim Jones es más melancólica y brutalista que las anteriores, con una paleta cromática apagada que, sin embargo, subraya el preciosismo de los materiales.
En Hermès, Véronique Nichanian mezcla tejidos y fibras: piel trenzada, superposiciones de distintas clases de punto, aplicaciones de piel en piezas de sastrería y costuras visibles. Sus colecciones dialogan entre sí temporada tras temporada en una reconfortante continuidad, pero a nadie se le escapa que fue una de las primeras firmas en actualizar la sastrería mediante la tecnología.
La renovación de lo formal pasa por esa fórmula híbrida. Por un lado, cada vez hay más trajes, chaquetas y abrigos de sastrería en las pasarelas. Por otro, la huella de lo deportivo —tejidos técnicos, detalles prácticos, bolsillos, cremalleras y capuchas— convive con técnicas y tejidos procedentes de la moda femenina más lujosa. Esa misma dualidad está presente en Givenchy, donde Matthew M. Williams propone afiladísimas chaquetas y bermudas de piel con cremalleras que se vuelven aptas para el invierno al combinarse con botas altas.
Mirar al suelo es un ejercicio habitual en los desfiles de moda femenina, donde el calzado siempre ha gozado de una relevancia especial, pero también en las colecciones para hombre, especialmente desde la irrupción de las zapatillas deportivas como objeto de deseo. Los zapatos y los botines de punta redonda que firma Jonathan Anderson para Loewe hablan de un cierto sosiego estético que, como es habitual en el norirlandés, excluye el aburrimiento. Anderson, que en esta ocasión se ha inspirado en la pintura clásica —y en la del artista Julian Nguyen—para elegir sus materiales (camisas de pergamino, prendas de cuero e incluso una chaqueta de cobre), ha presentado una colección sugerente, con pocas estridencias cromáticas y varios golpes de efecto: enormes abrigos acolchados en forma de campana, arneses con alas de ángel y prendas de ante cepillado hasta darle una textura añeja. “La moda masculina es un reto, y una plataforma para abordar otras cuestiones”, comentaba el diseñador tras el desfile, donde no ha faltado una nueva declinación de su bolso Puzzle, en esta ocasión en forma de gran capazo de piel con cortes geométricos.
La semana de la moda de París está ligada a los veteranos de la vanguardia. El belga Dries Van Noten se inspira en la música electrónica sin renunciar a la proverbial delicadeza de sus tejidos —seda, punto en relieve, terciopelo— y sus estampados, en esta ocasión procedentes de grabados botánicos. El desfile de Homme Plissé, de Issey Miyake, fue un homenaje a la fluidez coreográfica y sofisticada del fundador de la marca, fallecido el pasado verano. Yohji Yamamoto, el patriarca de la deconstrucción, cultiva su propio clasicismo: superposición de capas, tonos apagados y cercanos entre sí y una silueta fluida, entre monacal y deportiva.
A su vez, Rick Owens, con su pasión por el color negro, las texturas góticas, la piel (también de pez), las referencias setenteras y los cortes que revelan el cuerpo, demuestra por qué cada vez más jóvenes diseñadores lo citan como referente. Uno de esos fans confesos es Ludovic de Saint Sernin, que a la espera de presentar su primera colección como director artístico de Ann Demeulemeester —lo hará en marzo, en la semana de la moda de mujer de París— volvió a protagonizar un desfile mixto enraizado en su fascinación por la moda de principios de los años dos mil: transparencias, prendas de punto relajadas y reediciones de éxitos como los pantalones de piel con detalles de corsetería.
De Saint Sernin se aficionó a la moda con los programas televisivos y las revistas de su infancia. Para Emily Bode, la fundadora de la firma Bode, el germen lo pusieron los recuerdos de familia y los roperos de la generación de su madre y su abuela. Por eso convirtió el escenario del Théâtre du Chatelet en una recreación de un jardín por donde desfilaron prendas clásicas con alusiones artesanales al folclore estadounidense. No fue la única reinterpretación de la sastrería desde las raíces: Bianca Saunders aludió a sus orígenes jamaicanos, y Wales Bonner hizo lo propio con los iconos de la cultura negra de mediados del siglo XX. Marine Serre, que cerró la jornada del sábado, reivindicó el poder salvífico de la ropa entre grandes jaulas de ropa usada que aluden a la catástrofe ecológica y a la responsabilidad de la industria textil.