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El viaje movido y esperanzador de una planta hasta su nuevo hogar

El transporte de un vegetal comienza con los zarandeos en un camión, pasando por la escasez de agua y luz, y termina cuando sus raíces son liberadas al llegar por fin a las manos de su nuevo cuidador

Una planta reposa dentro de un minúsculo cubículo de cartón. Allí la colocaron en el mismo vivero en el que nació. Tras zarandeos y golpeteos, de subes y bajas de un camión a una furgoneta, de una furgoneta a un camión, por fin dejan tranquilo el embalaje en el que la han recluido. La planta guarda la esperanza de poder ver la luz una vez más. Lleva demasiados días sin poder realizar la fotosíntesis, y se siente algo débil y confusa, no entiende nada del porqué de ese encierro injustificado.

Unos murmullos rodean la caja con su vibración. Provienen de un intercambio de frases, cuyo resultado fue una nueva sacudida. Sin ella saberlo, ahora reposa dentro de una bolsa, y unos pasos ligeros marcan el bamboleo de la maceta dentro del paquete, hasta incluso parecerle agradable aquella sensación. Un último posarse de la caja en el suelo marca el preludio al sonido cortante de una cuchilla que rasgaba la cinta plástica, tras lo cual las tapas de su prisión dejaban entrar un rasguño de luz por la hendidura recién creada. Por fin tiene acceso a la luz, fuente de su vida, aunque siente sus raíces tan secas que poco puede hacer por activar su metabolismo, exangüe tras someter a sus tallos y hojas a tamaña tortura. Acaba de llegar y está extrañada, con sus hojas algo lacias por haber pasado casi una semana metida en esa caja oscura.

Afortunadamente, en seguida la pasan a una ducha y la riegan convenientemente, limpiando de paso el polvo acumulado en sus hojas. El sustrato englobado en la maceta, y las raíces que lo cosían cual trama de tapiz, beben el agua con avidez, para recuperar su turgencia. Ahora, como los latidos de un animal, el flujo de savia se restablece lentamente, y los fotones bañan sus hojas, relamiendo sus células y devolviendo a sus pigmentos el poder de transformar esa energía lumínica en más vida. Sobre una mesa, por fin hay silencio y reposo para la sufrida planta.

Un suspiro. La persona que recibe aquella planta en su casa respira aliviada, ya que por fin puede disfrutar de la belleza vegetal que tantas veces había visto en algún otro salón y en las fotos de muchos libros. Así, al natural, su reciente adquisición le parece aún más bella, con sus hojas de tonalidades jugosas, con el tenue brillo que denotaba su vigor. Le sorprende comprobar que su nueva compañera se ha alzado ligeramente después del riego: no cabe duda, le está agradeciendo que la haya rescatado de su periplo en la oscuridad y en la incertidumbre.

Desde aquella mesa al lado de la terraza, la planta produce nuevos tejidos con el paso de los días. Una tras otra, frescas hojas de tejidos tiernos se desenvuelven desde las más viejas, e incrementan con una capa más la frondosidad del vegetal. Si no fuera por una foto que le tomó nada más llegar, la persona que la ha adoptado no sería consciente de lo mucho que ha crecido tras solo unas semanas juntas. Y, sí, se podría decir que ahora es aún más hermosa que cuando entró en su nuevo hogar. A cambio de sus cuidados, de su cariño y de sus atenciones, la planta le obsequia con la calma y la paciencia, porque nota cómo ese animal que ahora la protege se aquieta cuando se sienta a su lado, al llegar a casa y abandonar la prisa de la calle y adornar su cara con una sonrisa al mirarla. Un pacto tácito ha surgido entre aquellos dos seres tan diferentes: yo te cuido a ti, tú me cuidas a mí.

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