Comentarios que sobran en las cenas de Navidad sobre el cuerpo: “Me dicen que tengo la cara chupada; si he engordado o que tengo más culo”
Saltarse una comida para compensar las cenas familiares, las dietas milagrosas, apuntarse al gimnasio en enero o la operación biquini denotan el descontento que padecen, sobre todo, las mujeres y que puede desencadenar trastornos. Dos psicólogas desgranan los motivos y cómo acompañar en el proceso de sanación
“Cada año, en Navidades me sueltan algún comentario: si he adelgazado, me dicen que tengo la cara chupada; si he engordado, que tengo más culo”. Celia Arcos (Jaén, 28 años) dice que, a pesar de haber escuchado diversas opiniones sobre su aspecto, no le afectan. “Me siento muy afortunada. Siempre he sido consciente de que mi cuerpo se transforma a diario”, sostiene. Pero en estas fiestas, incluso ella ha notado cómo después de comer siente cierta culpa e intenta compensar. “Si el 25 de diciembre me he puesto hasta arriba de queso Camembert y langostinos, pues el 26 me tomo un puré de verduras”, reconoce.
Es una época de estímulos, de visitas a familiares lejanos, comidas copiosas, cambio de rutinas que, a su vez, pueden desencadenar restricciones, dietas, planes de gimnasio o los primeros indicios de la operación biquini. “Hay una presión social generalizada, que no solo afecta a personas diagnosticadas con trastornos”, afirma la psicóloga Denisa Praje, especializada en trastornos de la conducta alimentaria (TCA) desde una perspectiva contextual, conductual y feminista. Sobre todo, afecta a las mujeres; de hecho, representan el 90% de las personas con TCA. “Vivimos en un aprendizaje continuo donde las mujeres sentimos insatisfacción corporal. Tenemos asumido un canon de belleza y creemos que lo que comemos repercute en alcanzarlo. Por tanto, las Navidades nos afectan a todas”, remarca.
“La disconformidad con el cuerpo no nace con uno, sino que se construye”, dice Praje. Crece a través de los pensamientos, con la publicidad, con las redes sociales, con la industria estética. “Hay todo un sistema encargado de que nos sintamos mal y la solución que nos ofrecen son dietas, que acaban convirtiéndose en un problema porque no funcionan. Nos han vendido que podemos cambiar nuestro cuerpo como queramos, que nos sentiremos mejor con nosotras mismas y es mentira, porque toda tu atención está puesta en medirte, chequearte, monitorizarte, fiscalizarte”, reflexiona.
Ocurre mucho en las fiestas. Alguien pide un trozo de tarta, el siguiente pide la mitad, y otro se corta un cuarto, hasta que hay quien prueba solo una migaja. “Es como una competición para ver quién se controla más. No solo es una autoflagelación, sino que se entiende como una victoria el ser capaz de tener fuerza de voluntad y resistir a esos apetitos”, explica la psicóloga, autora de un libro que aborda todos estos temas, Tu cuerpo es para vivir (Montena, 2024). Una persona dice en alto que está gorda y alguien salta a negarlo. “Es gente aliviando, como si lo peor que te puede pasar es que verdaderamente hayas engordado”, apunta: “Lo dices con la mejor intención, pero a lo mejor a tu alrededor hay niñas que te escuchan y entienden un mensaje: que no van a poder soportar si en un futuro ganan peso”.
Comprender el problema con el cuerpo
¿En qué momento estas conductas tan normalizadas pasan a ser patológicas? Para Natalia Seijo, psicóloga especializada en trauma complejo, apego, disociación, trastornos alimentarios y psicosomática médica, lo insano es lo que limita. “Si yo cuido demasiado lo que como, llega un momento en el que afecta no solamente al cuerpo. Lo que acaba pasando es que no puedo salir a la calle a tomarme unas tapas y repercute en mi socialización”, describe la autora del libro El cuerpo tiene memoria (Montena, 2024). Este conflicto puede transformarse en una TCA, en relación con la comida; y en un trastorno dismórfico corporal, donde la persona siente un rechazo profundo a exponer su cuerpo. Como aclara la especialista, en el segundo caso se avergüenzan, se obsesionan con esconder sus defectos o someterse a cirugías estéticas.
Para entender cómo se llega a este punto, Seijo explica que algunas personas viven un trauma que les deja huella; otras sufren en la relación con sus familias: “No nos vemos como somos, sino como hemos aprendido a vernos”. A veces estas ideas se introducen en la mente como mensajes velados. “¿A dónde vas con esa ropa?”, ejemplifica la psicóloga: “Te están diciendo que tu cuerpo no vale”.
A la actriz y creadora María Quintero, conocida como Suerte (Jaca, Huesca, 28 años), le pasó de pequeña, como cuenta en su obra de teatro Ya nunca tengo hambre. En el patio del colegio, a los siete años, una amiga le dijo que las niñas de un curso más le habían llamado fea. “Si me apunto a ballet, ¿seré guapa? ¿Por eso papi no viene a verme a la gala de fin de curso? No lo entiendo, mami, ¿qué tengo mal?”, se pregunta en una escena. Su creación, que se puede ver del 5 al 26 de febrero en la Escalera de Jacob (Madrid), aborda esta insatisfacción corporal sin que sea el eje central de la obra, sino su profundidad.
“Estos temas son tabú y la gente no sabe cómo abordarlos. Quiero abrir conversaciones entre amigas. Quiero que las chicas se sientan menos solas”, comenta. Ya nunca tengo hambre, que se ha representado ya en Madrid y en Barcelona, nació en un curso de creación de la actriz Bàrbara Mestanza. Suerte descubrió que quería indagar en su trastorno nunca diagnosticado. “En terapia me di cuenta de que mi ansiedad por la comida no era el problema en sí, que venía de la autoestima y por la autopercepción”, añade. Su punto de inflexión fue una frase contundente: “Me di cuenta de que prefiero estar gorda a estar enferma. No quiero ser una esclava”.
Una fiesta dedicada a la comida que alimenta al monstruo
Las Navidades son un cóctel molotov para quien tiene una relación compleja con su cuerpo, como explican ambas expertas. Primero, por la exposición a familiares, que no siempre son un lugar seguro, y que a veces se sienten con el derecho de hacer esos comentarios sobre el físico. Segundo, porque es una fiesta dedicada a la comida. Por eso, a Sara R. Ciscares (Utrera, Sevilla, 20 años) le genera inseguridad. “Es mi primera Navidad en recuperación y me da un poco de miedo, pero siento que estoy preparada, en el momento perfecto para decir: ¡Me lanzo a la aventura!”, describe en una videollamada. Lo considera un reto por las presiones, por los prejuicios, por el estigma social.
En su cuenta de TikTok, esta joven andaluza documenta con vídeos cómo se convive con un TCA, pero también documenta el resto de quehaceres y disfrutes de su vida. Su psicóloga le recomendó que contara su historia y mostrara cómo se “enfrenta” a algunos alimentos. Su primer vídeo fue a finales de julio de este año y la mostraba comiendo macarrones por primera vez después de mucho tiempo. Desde entonces, recibe mensajes de ánimos de sus ya más de 145.900 seguidores. Le sirve como un desahogo y una manera de demostrarse a sí misma que puede mantener el optimismo: “Si algo he tenido yo claro desde el principio de la enfermedad es que me ha quitado mucho, pero nunca mi alegría”.
Ciscares se ha refugiado en las redes sociales y ha lanzado un mensaje, el mismo que mantendrá en la cabeza en los eventos navideños. “La comida puede ser experiencia, gente, amor, nostalgia… Reencontrarte con esos sentimientos de cuando eras pequeño”, medita. Una escena que le levanta el ánimo es cuando ve en la mesa a alguien disfrutando de la comida, “sin juzgarse a sí mismo”; un detalle tan nimio como que hablen de lo bien que huele o lo rico que está.
“Me di cuenta de que la búsqueda de un cuerpo normativo era mi forma de reclamar al mundo amor”, asegura Suerte. Precisamente, para alejarse de conductas nocivas es fundamental desplazar la belleza del centro de la vida, explica la psicóloga Denisa Praje. “Tenemos que entender que somos más que nuestro cuerpo”. Esto se traduce en que hasta los pensamientos no se enfoquen solo en el aspecto físico. “¿Qué haríamos con todo ese tiempo si pudiéramos invertirlo en otra cosa?”, se pregunta. Celia Arcos cuenta su secreto: “Al entenderme como un ser humano en transformación nunca me he considerado gorda o delgada. Es un término tan estático a ojos de la sociedad, como si fuera un apellido… Pero es mentira, siempre ha estado en movimiento”.
Cinco consejos de Denisa Praje para acompañar a quien sufre un TCA
- Pregunta cómo puedes ayudar. Que la persona sepa que está en un espacio donde se puede expresar libremente, sin juicios. Es normal no entender un problema tan complejo.
- No hagas comentarios sobre el físico, ni para bien, ni para mal, ni de ti ni de nadie. Si la persona ve que a su alrededor se habla mal de ciertos rasgos físicos, pensará que habrá consecuencias negativas si no tiene un cuerpo canónico.
- Busca otros halagos y recalca otras cualidades de la persona que no sean físicos. La idea es sacar el cuerpo del centro de todo: “Te veo radiante”, “eres muy capaz”, “qué graciosa eres”.
- Crea un ambiente cómodo durante las comidas. No es el momento de discutir, si no, comer se asociará con emociones desagradables.
- Haz de amiga, madre, padre, hermana, pareja… No de psicóloga. Tu rol es valioso y necesario, no intentes tener otro. No siempre ayuda dar consejos,