¿Existe un sexo de derechas y un sexo de izquierdas?

La ideología política no siempre se traduce en un determinado comportamiento entre las sábanas. De lo que sí se puede hablar es de un puritanismo conservador y otro progresista, que mutan y se adaptan a los nuevos tiempos

Una serie de cuerpos entrelazados.Jonathan Knowles (Getty Images)

¿Puede la ideología política hundir tanto sus raíces en el pensamiento que llegue a influir en el comportamiento sexual, en el deseo y hasta en las fantasías de sus militantes? No sería de extrañar en un momento en que todo, hasta las cosas más intrascendentes, como los gustos musicales o estéticos, se juzga bajo el prisma de la actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar. Debemos contar también con el hecho irrefutable de que para gran parte de la población la ideología política es, desgr...

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¿Puede la ideología política hundir tanto sus raíces en el pensamiento que llegue a influir en el comportamiento sexual, en el deseo y hasta en las fantasías de sus militantes? No sería de extrañar en un momento en que todo, hasta las cosas más intrascendentes, como los gustos musicales o estéticos, se juzga bajo el prisma de la actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar. Debemos contar también con el hecho irrefutable de que para gran parte de la población la ideología política es, desgraciadamente, un disfraz, un uniforme de trabajo, un traje que heredaron de sus padres o abuelos y que se siguen poniendo sin saber muy bien por qué. Una actitud constatable en el hecho de que casi nadie se lee el programa político del partido al que va a votar o en declaraciones televisivas donde la gente reconoce, sin pudor alguno, que votará a X porque es a la formación que ha votado toda la vida y no va a cambiar ahora. Así que no hay que descartar que esta ‘hipocresía’ o ‘inconsciencia’ sea solo social y no influya en el ámbito privado de la sexualidad.

Así, a bote pronto, la mayoría de la gente apostaría que los de izquierdas son más desinhibidos entre las sábanas. Principalmente, porque la dañina moral católica en torno al sexo les afectó menos o porque fueron criados por padres que no se tragaron mucho eso del pecado de la carne.

En 2015, el psicólogo y sexólogo malagueño Francisco Cabello, junto con sus colegas Marina Cabello y Francisco Javier del Río, elaboró un cuestionario llamado Desea para medir el deseo sexual y realizaron un estudio para el Instituto Andaluz de Sexología y Psicología, encuestando a 22.000 mujeres de habla hispana pertenecientes a 71 países de los cinco continentes. Años más tarde, concretamente en el 2020, los titulares de los periódicos anunciaban: “Las mujeres de izquierdas quieren más sexo que las de centro o derechas”, resaltando una de las conclusiones, la más sensacionalista, de la muestra. Pero el estudio revelaba otras cosas, como que las mujeres bisexuales y homosexuales tenían más deseo que las heterosexuales, que las ganas aumentan a mayor nivel de estudios, que ser ama de casa no ayuda mucho a encenderse y que las españolas eran las que más deseo tenían, si se analizaba la muestra por países.

Francisco Cabello explicó a La Vanguardia que las mujeres que se calificaban como poliamorosas “son las que tienen los niveles más altos de deseo. Y les siguen, a continuación, las que tienen pareja, pero no conviven con ella. Desde el punto de vista erótico, ese sería el mejor modelo de convivencia”, señalaba.

Un estudio de 2015 revelaba que las mujeres bisexuales y homosexuales tenían más deseo que las heterosexuales; que las ganas aumentan a mayor nivel de estudios o que ser ama de casa no ayuda mucho a encenderse. En la imagen, dos mujeres en la cama.filadendron (Getty Images)

Claro que hay estudios para todos los gustos. Hace años, la Binghamton University y el portal de citas Match.com llevaron a cabo una encuesta, en Estados Unidos, entre 5.000 solteros de ambos sexos, que reveló que los liberales practicaban el sexo más a menudo, mientras que los de ideología conservadora tenían menor cantidad de encuentros pero de mayor calidad. Un 53% de los republicanos reconocía tener un orgasmo cada vez que hacían el amor, mientras que solo el 40% de los demócratas lo conseguía.

Los países socialistas siempre presumieron de una mayor libertad sexual y hay bastante literatura al respecto. Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo, el polémico ensayo de Kristen Ghodsee publicado en 2019, hace hincapié en las mejoras sociales y laborales para las mujeres de la antigua URSS o países como la RDA: red de guarderías, comedores gratuitos financiados por el estado, ayudas a las madres solteras. Todo para mantener el derecho a la maternidad, en el momento en que la mujer quisiera ejercerlo, sin que ello no supusiera el final de sus estudios, su vida laboral o familiar. Entonces y siempre, la revolución sexual pasaba y pasa por la independencia económica, aunque luego comprobamos que la ecuación no es tan simple y tiene otras variables.

Sin embargo, la sexualidad comunista tenía también sus sombras y excluía a todos los que no se amoldaban a su discurso. El endocrinólogo Mijail Stern escribió en 1979, en su exilio en París, La vida sexual en la Unión Soviética, un compendio de sus experiencias como médico en la URSS. En el lado contrario a la liberación sexual, el amor libre y las manifestaciones nudistas se situaba una población a la que “no le queda más espacio para la rebeldía que su parcela sexual”, como se apunta en el libro. Sin intimidad en las viviendas, que debían ser compartidas por varias familias, y bajo la sombra de las apariciones policiales, que irrumpían en las casas a cualquier hora del día y la noche, los espacios para la intimidad eran escasos. Stern esboza una sociedad donde abundaban los exhibicionistas, donde la prostitución y el sexo eran moneda de cambio para obtener favores (como un puesto de trabajo) y donde los médicos recomendaban tener relaciones solo una vez al día y con una duración no superior al minuto. Un universo donde la homosexualidad se consideraba delito, como se retrata hábilmente en el libro de Michal Witkowski Lovetown, sobre la vida marginal de dos travestis en un país socialista en los años setenta y ochenta. No muy diferente a la que podían tener dos figuras similares en la España de Franco.

“En lo sexual, la izquierda y la derecha siempre han sido extremadamente reaccionarias”, afirma María Pérez Conchillo, doctora en psicología y sexología, fundadora del Instituto Espill, en Valencia, y directora adjunta del programa de Salud Sexual de la UNED. “Desgraciadamente, todas las sociedades han regulado siempre la conducta sexual, porque de ella se deriva la natalidad y el tema de los herederos, desde el momento que aparece la plusvalía”. La experta no cree que exista un sexo de derechas y otro de izquierdas porque las conductas íntimas no siempre van acordes con nuestra ideología: “Ya lo dijo el médico y sexólogo británico Havelock Ellis (1891-1916) en su libro Estudio de la psicología sexual: ‘No todo el mundo es como usted, ni como sus seres queridos, amigos o vecinos”. Para Pérez Conchillo, el puritanismo tiene que ver con la rigidez de pensamiento “y esa rigidez se encuentra en todas las ideologías políticas, con normas muy tajantes que hay que seguir, sin apertura a la diferencia o a la variabilidad. Y, lo peor de todo, rigidez con uno mismo. No permitirse pensar, hablar u obrar de determinada manera porque no va acorde a mi línea de pensamiento”, apunta.

“La raíz del puritanismo está en la pureza. En la moral cristiana, por ejemplo, se considera que el himen es la frontera que separa la pureza de la impureza en la mujer soltera, mientras que, en el caso de la casada, el baluarte está en la honra”, señala Juan Soto Ivars, escritor, articulista y autor de títulos como La casa del ahorcado. Cómo el tabú asfixia la democracia occidental o Nadie se va a reír, su última obra. “Pero la izquierda tiene también su propio concepto de pureza, que se actualiza con el tiempo”, asegura. El autor cita como ejemplo la literatura soviética clásica que ridiculizaba a la figura del Don Juan porque es el ejemplo del individualista, burgués y corrupto, que ha sucumbido a los placeres del cuerpo, “de la misma manera que repudiaba la pornografía, los libertinos y a los homosexuales, incapaces de producir nuevos soldados para la causa”. Para Soto Ivars “la pureza de la izquierda se ha instaurado a una velocidad de vértigo, con una nueva idea de consentimiento que incluye miradas, pensamientos obscenos y con la política de la cancelación, que no es sino una purga para todo aquel que se desvía de lo correcto, porque los pecados contra la pureza ya no afectan solo a los individuos, sino a la comunidad entera, por eso se adoptan políticas colectivas y regulaciones muy específicas sobre lo íntimo”, comenta este escritor.

Rocío Saiz en una imagen publicada en sus redes sociales, tras la polémica en su concierto de Murcia.raquel quesada

Según Soto Ivars, a menudo los censurados se vuelven censores, en cuanto adquieren un poco de poder. “Es el caso del movimiento queer; que, en principio, podría parecer de un libertinaje absoluto, pero se ha acorazado en forma de religión, en la que cualquier disidencia o cuestionamiento (por ejemplo, la problemática de las atletas trans) es visto como una herejía. Esto me recuerda al caso de Juan Calvino. Un hereje que, en el siglo XVI, huye de la Inquisición, se va a Ginebra, se hace protestante, instaura un gobierno teocrático y despótico y acaba quemando en la hoguera a Miguel Servet”.

El puritanismo no siempre nos quema tan rápidamente. A veces lo hace a fuego lento o en forma de traumas. “Todos recordamos el daño que hizo la moral conservadora y cristiana en la vida sexual de muchas personas”, subraya Pérez Conchillo, “pero la idea de sexualidad actual puede afectar también. Veo a muchas chicas que tienen sexo sin deseo, simplemente para no ser tachadas de estrechas o porque es lo que hay que hacer. Tener relaciones sexuales no es como tomarse una caña. Nuestra conducta sexual tiene sus consecuencias, moviliza emociones, produce cambios... tanto para uno mismo como para los demás”.

Las redes sociales son el moderno patíbulo donde se azota al hereje, quintaesencia del puritanismo de nueva generación. Trabajamos gratis para ellas y, a cambio, estas nos censuran y apedrean. Soto Ivars recuerda un episodio especialmente surrealista al respecto: “Todos recordamos el caso de la cantante Rocío Saiz, que fue tapada con una bandera LGTBI por enseñar los pechos en un concierto en Murcia. Pues bien, en posteriores actuaciones sus fans se desnudaban en sus conciertos o enseñaban partes de su anatomía para apoyarla y como protesta a esta censura; pero al subir las fotos a las redes sociales pixelaban los pechos o genitales para no correr el riesgo de que sus cuentas fueran canceladas”.

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