¿Por qué nos excita lo que nos da miedo?
Susto y deseo conviven en la misma área cerebral y comparten respuestas y neurotransmisores. Pero, además, cultura, religión, cine y literatura han hermanado, a menudo, a estas dos emociones
El miedo comparte sensaciones y respuestas fisiológicas con el deseo. Los pelos de punta, la aceleración cardíaca o la segregación de determinadas sustancias pueden indicar tanto susto como placer. Pero no solo nuestro cerebro reserva la misma zona para ambas emociones, sino que la cultura, la religión, la literatura y el cine han sucumbido siempre a la seducción de mezclar estos dos ingredientes para conseguir una fórmula aún más potente.
“La extrema seducción colinda, probablemente,...
El miedo comparte sensaciones y respuestas fisiológicas con el deseo. Los pelos de punta, la aceleración cardíaca o la segregación de determinadas sustancias pueden indicar tanto susto como placer. Pero no solo nuestro cerebro reserva la misma zona para ambas emociones, sino que la cultura, la religión, la literatura y el cine han sucumbido siempre a la seducción de mezclar estos dos ingredientes para conseguir una fórmula aún más potente.
“La extrema seducción colinda, probablemente, con el horror”, dijo Georges Bataille, escritor y antropólogo francés; mientras que el orgasmo, ese destilado del placer, tan difícil de describir, fue calificado por la escritora y sexóloga Valérie Tasso, autora de Diario de una ninfómana, como “el gran comedor de palabras. Solo permite el gemido, el aullido, la expresión infrahumana, pero no la palabra”.
Siglos de adoctrinamiento dibujaron a la lujuria como a esa bestia que llevamos dentro, y que puede aflorar en cualquier momento, llevándonos a la perdición y al abismo. Unos segundos de placer bastaban para condenarnos eternamente. Argumento que, antaño, esgrimían los defensores de la decencia. ¿Hay algo más aterrador que la filosofía pacata en la que gran parte de la humanidad se ha educado? Y, por otro lado, ¿hay algo más excitante que transgredirla?
Pero empecemos con algo de neurología, ya que excitación y miedo tienen muchas similitudes neuronales, puesto que ambas respuestas nacen en la misma zona cerebral. “El sistema límbico es un conjunto de estructuras en el cerebro que se relacionan con la parte emocional, con el instinto de supervivencia y con las reacciones automáticas”, cuenta Marisol Delgado, psicóloga y especialista en psicoterapia por la European Federation of Psychologists Associations (EFPA), con consulta en Avilés (Asturias). “Si, por ejemplo, estamos cruzando la calle y vemos que viene un camión a mucha velocidad que nos puede arrollar, se activa la amígdala cerebral, que da la alarma para que todo se ponga en marcha con el objetivo de sobrevivir. Se empiezan a segregar unos neurotransmisores como la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol. Pues bien, la amígdala cerebral no solo se activa con el miedo, sino también con el placer o la excitación. Por lo que ambas emociones tienen un origen común”.
Si el miedo es muy grande y la supervivencia es la prioridad, será imposible que nadie piense en el sexo. Pero cuando el susto es manejable, este sí que puede convivir con el deseo, y los masoquistas lo saben muy bien. Además, como cuenta Delgado, “existe la ‘teoría de la motivación del proceso oponente’, que se desarrolló en los años setenta y que sostiene que si hay un estímulo que provoca una sensación muy intensa, automáticamente se obtiene una respuesta del signo contrario para establecer un equilibrio. Aquí es donde pueden convivir la tristeza y la alegría, el miedo y el placer y demás emociones contrarias”. El misterio siempre es muy excitante, según Delgado, “y, además, en cualquier cultura del planeta ocurre lo mismo. Las historias de misterio o de miedo atraen a la gente, aunque luego les provoquen pesadillas, y el sexo ha tenido siempre ese matiz de tabú, de cosa prohibida”.
Ocurre también que la proximidad de la muerte puede, en algunos casos, ser un activador del deseo. Omri Gillath, psicólogo social y profesor en la Universidad de Kansas, comprobó que después de exponer a hombres a imágenes que hacían referencia a su mortalidad estos respondían mejor a estímulos sexuales. Gillath llegó a la conclusión de que en situaciones donde las posibilidades de sobrevivir se reducen, los hombres tenderán a ser más promiscuos, como estrategia que optimiza la posibilidad de pasar sus genes a un mayor número de mujeres y, así, asegurar la supervivencia de la especie. Esa capacidad automática e instantánea de relativizarlo todo que supone el peligro de muerte puede, en algunas personas, actuar de elemento liberador.
Ese mecanismo es el que se activaba durante los bombardeos alemanes sobre Londres, en la II Guerra Mundial, que disparó la tasa de natalidad entre los atemorizados británicos. La explicación científica es muy simple: el cuerpo segrega adrenalina ante situaciones estresantes y esta hormona, que nos pone alerta y predispone para la lucha, puede subir también nuestra libido.
Francisca Molero, ginecóloga, sexóloga, directora del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología, confirma que “en casi todas las guerras, las dos Mundiales y la Civil, se comprobó que la tasa de nacimientos ascendía considerablemente. Pero hay que distinguir entre miedo, que es más bien paralizante, y misterio, sorpresa o incertidumbre. Estas últimas características sí que pueden resultar motivadoras en el terreno sexual para la mayoría de la gente. Los picos de estrés localizados en el tiempo, lo que se conoce como estrés adaptativo, hacen subir el cortisol, la noradrenalina y la serotonina; pero el estrés crónico afecta muy negativamente a la libido y esto lo vemos mucho en consulta. La gente está triste, pesimista y el cuerpo está agotado de estar constantemente en alerta”.
Pero así como ciertas dosis de susto pueden ser afrodisíacas, el sexo desata también algunos de nuestros miedos. “El más grande de todos es siempre la idea de no llegar, de no dar la talla”, afirma Molero, “aunque luego están, en menor medida, el miedo al embarazo, a contraer una ETS, a la agresión física o psicológica, ya que durante el acto sexual somos muy vulnerables, el miedo a perder la erección (en los varones) y a perder el deseo (en las mujeres)”.
Una relación desde la época victoriana
La literatura y el cine han explotado este filón. Según Diana Gutiérrez, editora en Kakao Books (editorial juvenil especializada en perspectiva de género y LGTBIQ+) y amante del género fantástico y erótico, “la relación entre terror y erotismo surge en la época victoriana, ya que por entonces todo el ataque de las fuerzas sobrenaturales se igualaba, en buena parte, a la pasión sensual; y muchos relatos clásicos tendían a fusionar ambas cosas. Por ejemplo, en Carmilla (1872), de Sheridan Le Fanu, en el que el ataque de la vampira a una mujer es tratado como un ataque de lesbianismo, con todas las metáforas eróticas que te puedas imaginar”. Muchos de los seres que entraban en la clasificación de monstruos lo hacían, en gran medida, por su comportamiento sexual. Es el caso de las brujas, en las que lo de menos era su afición a hacer pócimas y lo de más era su estrecha relación con el maligno, sus orgías y aquelarres en los que, se decía, copulaban con el mismísimo diablo.
Pero si hay alguien que sepa conjugar estas dos emociones, deseo y miedo, es el vampiro, el casanova por excelencia en el túnel del terror. Estos seres de colmillos largos no copulan y no tienen derecho a disfrutar de los placeres carnales, pero, como dice el escritor de novela negra colombiano Miguel Mendoza Luna, en un artículo titulado Los monstruos reciben su homenaje: ”La figura del vampiro sustituyó el acto de la penetración sexual por el de la succión de la sangre con su promesa de una inmortalidad no desprovista de los placeres sensuales”. Y añadía: “No olvidemos que es el único ser que ha sido capaz de reconciliar y equilibrar las dos fuerzas que definen al ser humano: erotismo y muerte”.
A diferencia de otros monstruos más toscos, este murciélago humano domina el arte de la seducción y sabe sacar lo que quiere sin violencia, haciendo que sus víctimas pongan las yugulares a su disposición. De hecho, el vampiro siempre pide permiso, como quedaba patente en la genial película de vampiros suecos Déjame entrar (2008). Es una pena que los monstruos de moda sean ahora los zombis. Una masa ignorante, maleable y desprovista de cualquier ideal, a la que se le ha arrebatado también el placer del sexo.
Rita Abundancia es periodista, sexóloga y autora de la web RitaReport.net.