Dios proveerá
Qué hacer ante la promesa de una vida en Madrid donde tienes todo y no tienes nada
El mercado nos hace creer que podemos elegirlo todo y tenerlo ya, aquí, ahora. Madrid es el epítome de esta ilusión. Lo veo, lo quiero, lo tengo: un té matcha, una suscripción al gimnasio, un bolso, una play-station, un libro, una pizza a la una de la mañana, ...
El mercado nos hace creer que podemos elegirlo todo y tenerlo ya, aquí, ahora. Madrid es el epítome de esta ilusión. Lo veo, lo quiero, lo tengo: un té matcha, una suscripción al gimnasio, un bolso, una play-station, un libro, una pizza a la una de la mañana, ninguna luz en la Cañada Real, pero 13 millones de bombillas en el encendido de la iluminación de Navidad. La política se ha alineado tanto con el liberalismo económico que se ha olvidado de que son ellos los tiene que proteger la educación pública, la sanidad pública y la vivienda digna para que sigan siendo accesibles para todos, independientemente del nivel de renta y la clase social.
Una de las protagonistas del episodio La España que celebró la muerte de Franco del podcast Hoy en El País recordaba cómo el compromiso político, la movilización y la organización social han sido las que han permitido siempre, y a lo largo de los años, que las cosas en este país avancen. Que el poder no regala nada, que hay que pelearlo. Así, durante años, la gente de izquierdas ha sido la mosca cojonera y peleona que ha luchado por proteger los derechos de los ciudadanos. También la gente que da la turra en los bares, en Instagram, en las cenas de Navidad. Pero, como explicaba el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca en La superioridad moral de la izquierda, su exigencia moral hace que, en la práctica, muchas de esas ideas no lleguen a cumplir las expectativas.
La mosca anda desinflada. La vida en la ciudad está tan tensionada que lo único que podemos hacer es nadar para no ahogarnos. Ya no nos queda más que sobrevivir de lunes a viernes e intentar desconectar la cabeza estando en casa o apoyando el codo en la barra de un bar. Es lo que Ayuso llamó “libertad” y lo que el filósofo y químico Santiago López Petit denominó como “desbocamiento del capital”. Esta relación entre poder y capital donde “el capital empuja al poder y el poder empuja al capital” ha derivado en una ola de inmovilismo, impotencia y resignación cronificada ante la ausencia de una alternativa política que pueda frenar la globalización neoliberal. Los jóvenes sólo tienen una única respuesta al “¿qué quieres ser de mayor?”: lo que les dejen.
Estamos entregados, desgastados, espatarrados en el sofá. “Quiero que alguien me diga qué ponerme por la mañana. Quiero que alguien me diga qué comer. Qué me tiene que gustar. Qué tengo que odiar. (....) Quiero que alguien me diga en qué creer. A quién votar y a quién querer y cómo decírselo”, le confesaba la protagonista de la serie Fleabag al “cura cachondo”. “Creo que lo que quiero es que alguien me diga cómo vivir mi vida, Padre, porque hasta ahora siento que lo he estado haciendo mal. Y sé que por eso la gente quiere a alguien como usted en su vida: porque usted les dice cómo hacerlo. Usted simplemente les dice qué hacer y qué obtendrán al final, aunque yo no me crea sus tonterías y aunque sepa que, científicamente, nada de lo que haga cambia nada al final”. El cura sale del confesionario, abre la puerta y le ordena: “arrodíllate”. La cara de Fleabag es un poema, no sabe si se trata de una propuesta sexual o religiosa, pero en ambas hay entrega.
Y es que, además de la superioridad moral de la izquierda, hay una santurronería aún mayor: la del creyente. El que cree se compadece del que no cree por no haber sido capaz de entregarse, de soltar, de alcanzar la paz de espíritu. La izquierda, anclada a sus principios morales y a su frustración contra un sistema corrupto, no conseguirá nunca estar satisfecha con la vida. Mira la Rosalía con qué calma y con qué sonrisa habla, mira el ceño de Greta cómo se endurece de tanto estar fruncido.
Yo quiero ser como Rosalía, rica, sí, pero también un pelinchi más asceta. (Atentos, spoiler) Cuando el personaje de Maite en la maravillosa película Los Domingos le grita desesperada a su sobrina que se está equivocando, que las monjas son un engaño, que la religión católica es una basura y mientras reverbera la idea de que ese arranque de fe es, en realidad, un duelo mal curado, un padre inexistente, un crédito que no se puede pagar y un chaval al que le gusta, pero al que también le gustan otras... la niña se queda callada y con toda la tranquilidad del mundo y la cara como si fuera el fondo de pantalla del Windows 98, responde:
- Rezaré por ti.
Pobre Maite. Pobre ingenua Maite que ignora que ella misma se encarceló solita dentro de sus luchas e ideales. Pobre Maite que no dice ni hace nada que no esté en consonancia con su ética y moral. Pobre Maite, que es incapaz de dejarse querer, que no se entrega. Al final, Maite, antes de tomar la decisión de cruzar la calle, mira al padre de su hijo y piensa “¿por qué tengo que decidir también esto?, ¿por qué tengo que luchar?, ¿por qué no entregarme y ya?”.
Después de escribir esto un domingo por la noche, después de buscar cómo apostatar, después de pensar en volver a pedir una subida de sueldo, después de robarle leche a mi compañera de piso, después de leer sobre el auge de la extrema derecha, después de manifestarme, después de sudar en el metro, de pagar seis euros por un tercio, de buscar la forma de ahorrar, de eliminar la posibilidad de tener hijos en este mundo, después de decirme “lo quiero todo y lo quiero ya”, después de llorar: me paro, me arrodillo, me entrego. Cierro los ojos, aprieto los puños, beso la doblez del dedo índice y susurro: “Dios, proveerá”.