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El lujo cambia de dueño: mercadillos en casas exclusivas antes de que se muden los anfitriones

Encontrar tesoros a precios de Wallapop en hogares ajenos es el plan de moda en Madrid. Los organizadores de estos eventos presumen de sostenibilidad al dar una nueva vida a los enseres que iban a acabar en el punto limpio

Una fila de coches aguarda a las puertas de la exclusiva urbanización privada Monte Alina de Pozuelo de Alarcón (Madrid) mientras un vigilante de seguridad pregunta a los conductores a dónde se dirigen antes de levantar la barrera que controla el acceso al complejo de viviendas de lujo. Todos responden igual porque van a la misma casa con un objetivo claro: encontrar tesoros a precios de Wallapop. Quieren ser los primeros en entrar. Es el plan de moda en la capital, acudir a una vivienda que necesita ser vaciada tras una mudanza, una venta, una reforma o una herencia. “Se vende todo lo que se ve, hasta los visillos y las lámparas”, cuenta Ainhoa Larregui, directora de La Moraleja Home Market, una de las empresas que se dedican a organizar estos mercadillos.

“Damos una nueva vida a enseres que iban a terminar en el punto limpio. Todo el mundo gana, aquí hay chollazos”, comenta sentada en un sofá al que le quedan minutos para ser vendido al igual que la gran mesa del salón, el frigorífico con dispensador de agua, las vajillas de coleccionista, los jerséis de cashmere o los bolsos de diseñador. Hace tres años Larregui dejó de organizar viajes y dio un giro a su vida profesional tras detectar que el vaciado de viviendas era un negocio con futuro.

“Había muchas personas que no sabían qué hacer con las cosas almacenadas y muy pocos profesionales que les daban una respuesta”, comenta. Su proyecto se inspira en el concepto estadounidense states sales: jornadas de puertas abiertas en hogares donde el propietario o sus herederos venden gran parte de lo que hay dentro. Los compradores entran a la casa y recorren todas sus estancias, desde el cuarto de baño hasta el vestidor, como si de un recorrido por IKEA se tratase, pero en un hogar real.

Cada mercadillo dura tres días, de viernes a domingo, y suelen establecerse turnos de una hora y media ante la alta demanda. “Las entradas son gratuitas, se agotan a los pocos minutos de lanzarlas. Esperamos 3.000 personas este fin de semana”, comenta Larregui. En las mismas fechas, al menos otras dos entidades también organizan su rastrillo: Arquitectura del Orden en Chamberí y Alma Market en Mirasierra.

Familias, parejas jóvenes y señoras recorren las estancias con brío. Julia Jiménez, de 21 años, pasea con su novio por el salón. “Vimos el plan en TikTok y hemos venido a cotillear”, confiesa. Ornella Ioncoli, de 28, fisga los muebles del garaje con la chaqueta que se acaba de comprar por 13 euros en la mano. “Es divertido, me gusta imaginar cómo serían las personas que vivían aquí”, comenta. “Venir a una urbanización de lujo ya es una experiencia”, cuenta Xingi Ying, de 32 años.

Mientras, su amigo David Niu, de 33, se acerca a preguntar si la vivienda se puede comprar porque se dedica al sector inmobiliario de casas de lujo, aunque no es este el objetivo del mercadillo. “Me dicen que ya se ha vendido por dos millones de euros. La demanda en España es muy alta, muchos extranjeros quieren venir aquí a vivir”, comenta. Los propietarios son un matrimonio a los que, desde que sus hijos se independizaron, un hogar con casi 400 metros cuadrados, tres plantas, piscina y jardín se les quedaba muy grande.

“En dos semanas tiene que estar esto vacío porque llegan los nuevos dueños”, cuenta Larregui. Por sus mercadillos pasan desde personas que acaban de comprarse una casa hasta estudiantes que buscan gangas para revenderlas por internet o productores de cine que necesitan mobiliario. “A veces vienen vendedores del rastro, se obcecan en la misma butaca y tenemos el lío montado. El pico de mayor estrés ocurre en la primera hora del viernes, es como cuando en las rebajas de El Corte Inglés se abrían las puertas”, dice la organizadora.

Cómodas que en su día costaron 1.200 euros se venden a 300, cuberterías de 2.000 están a 500 y hasta se pueden encontrar unos zapatos de alta costura por cinco euros o un reloj por 30 que en la tienda cuesta más de 250. La batidora vale tres euros, el secador dos y la televisión, 30. Las personas hacen cola en la caja situada en el vestíbulo de la casa mientras cargan butacas tapizadas, palos de golf, mantones de Manila artesanales, libros, vajillas de porcelana y figuritas de Lladró. El domingo los precios bajan todavía más con un único objetivo: vaciar la casa.

“El 50% de la recaudación es para nosotros y la otra mitad para los propietarios. Antes pagaban para que les llevasen los muebles y ahora obtienen ganancias”, explica Larregui, tras contar que su trabajo es tedioso. Primero valora si la casa es viable, debe tener un volumen importante de objetos y estar ubicada en una zona fácil para aparcar sin molestar a los vecinos. Una vez firma el contrato con los propietarios, clasifica todos los enseres, los etiqueta y realiza un inventario con los precios que pueden consultar los dueños.

Este proceso dura entre 10 y 15 días, tiempo en el que la casa se acondiciona para abrir sus puertas en forma de mercadillo. “Es una iniciativa sostenible, una apuesta por dar una segunda vida a enseres que iban a acabar en la basura cuando otros deseaban tenerlos, pero no se los podían permitir en la tienda. Todos salimos ganando”, defiende Larregui.

Trabajar con el apego

Mientras, en el distrito de Chamberí una mujer compra un vestido de novia de los años 50 para regalárselo a su hija que se va a casar. Allí, María José López y Astrid Romero, socias de la empresa Arquitectura del Orden, organizan otro mercadillo. Estas empresarias cuentan que la gestión emocional es una parte imprescindible de su trabajo, sus clientes lidian día a día con el apego. “Vienen animados a abrirnos las puertas de sus casas, pero cuando se van a desprender de sus cosas lo pasan mal, son parte de su vida. Por ello, recomendamos que no estén presentes durante los días del mercadillo”, cuenta López.

Arquitectura del Orden dedica un espacio en sus redes sociales a la nueva vida de los enseres comprados en los rastrillos. “Los antiguos dueños los ven en otros hogares y se emocionan, entienden que están mejor ahí que en el punto limpio. Es una iniciativa verde”, comenta Romero. Ellas fueron las pioneras de esta tendencia en España. Empezaron en marzo de 2018, cuando una amiga les pidió organizar un mercadillo de ropa porque su padre había fallecido y su viuda iba a mudarse a un piso más pequeño al que no podía llevarse todas sus cosas.

A diferencia de la Moraleja Home Market, no solo se centran en casas de lujo. “Trabajamos con hogares especiales con los que conectamos. Es muy atractivo vender una sopera o una cristalería, pero nosotras también ponemos en valor la cuchara de palo, el colador y la olla a presión de los años 80″, cuenta Romero. Han organizado mercadillos en un palacete de 3.000 metros cuadrados en Chinchón, pero también en un pequeño piso de un pintor o en la vivienda rural de una farmacéutica.

“Vino su vecina, nos dijo que solo pasaba a cotillear y salió con una minipimer porque se le había roto la suya el día anterior”, cuenta entre risas Romero. “Esto es una experiencia, como ir a pasar el fin de semana a Segovia. Vienen grupos de amigos que quedan antes para desayunar y después para tomar el vermut”, dice López apoyada en una mesa de ónix, una variedad de cuarzo, valorada en 3.000 euros en el mercado, pero que en su mercadillo cuesta 1.000.

El plan es intergeneracional. “En una casa viven personas con gustos y edades distintas. Por ello, nuestros clientes se encuentran desde juguetes hasta joyas y libros”, prosigue. Mientras, el bargueño, la cómoda de marquetería y la colección de elefantes roban la atención de los compradores. “Me gustaba mucho ir a El Rastro de Madrid, pero ahora opto por planes como este con menos agobio de gente”, dice Isabel, de 70 años, que prefiere no revelar su apellido.

La puesta en escena está medida a la perfección por López y Romero: “Sentimos que nuestro proyecto es un homenaje para honrar la memoria de todos los objetos que las personas han atesorado a lo largo de su vida, algunos han pasado por las manos de ebanistas y doradores, oficios que se están perdiendo”.

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