La vida cañón

Alcalá Norte es el nombre de un centro comercial, pero también el de una nueva banda madrileña tan buena que, por supuesto, suscita enconadas envidias

En la intersección de las calles Alcalá y Hermanos García Noblejas hay un centro comercial que nació en 1999 con la misma vocación que la mayoría de los centros comerciales: la de ofrecer reflejos de un paraíso posible, espejismos de una vida mejor. Alcalá Norte es también el nombre de un grupo musical que se ha convertido en la comidilla de los círculos indies madrileños porque, sin presupue...

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En la intersección de las calles Alcalá y Hermanos García Noblejas hay un centro comercial que nació en 1999 con la misma vocación que la mayoría de los centros comerciales: la de ofrecer reflejos de un paraíso posible, espejismos de una vida mejor. Alcalá Norte es también el nombre de un grupo musical que se ha convertido en la comidilla de los círculos indies madrileños porque, sin presupuesto promocional ni una gran compañía detrás, ha conseguido llamar la atención de “losquesabendemúsica”, incluida la omnipresente Rosalía.

Están teniendo tanto éxito de forma tan espontánea que, por supuesto, los envidiosos los odian a muerte. El nombre del grupo, compuesto por tres chavales y una chavala, rinde homenaje al lugar donde pasaron su adolescencia: un complejo surgido del empeño de los comerciantes de una zona más bien deprimida para intentar darle un cierto brillo metropolitano a sus modestos establecimientos y así atraer clientes de otras latitudes. El centro comercial era el ardid marketiniano que les permitiría ganar más dinero y, por lo tanto, vivir mejor.

El centro comercial Alcalá Norte está en el límite de Arturo Soria, una calle que toma su nombre del señor que pretendió crear a finales del siglo XIX otro espejismo, el de la ciudad jardín, una solución urbana que conseguiría por fin aunar las virtudes de la vida en la ciudad con las de la vida en el campo: su idea era ruralizar lo urbano y a la vez urbanizar lo rural.

Ni qué decir tiene que fracasó en su intento. Pero ahí sigue el barrio lleno de chalets adosados con aire acondicionado en cada habitación que crece (aunque ya no tenga hacia dónde crecer más que en el precio del metro cuadrado) en torno a la avenida que lleva su nombre y cuyos habitantes, a pesar de la cercanía con Alcalá Norte, jamás irían a comprar allí, pues sus rentas per cápita les dicen que deben hacerlo en otros sitios más distinguidos. Así de implacable es el corte de clase en Madrid (como en tantas ciudades grandes).

El gran hit de la banda que lleva nombre de centro comercial se titula La vida cañón y el batería del grupo, Jaime Barbosa, ha explicado varias veces de dónde sacó la inspiración para una canción que habla de espejismos de bienestar y de tardes enteras de comprar litronas y soñar una vida mejor: “Sigo muchas páginas webs de fotos antiguas e historias del viejo Madrid y un día me topé con un artículo de la revista Mundo Gráfico del 25 de diciembre de 1935. El reportero había ido a una corrala de Lavapiés a preguntar a los inquilinos qué harían si les tocase la lotería y un paisano decía: ‘Yo, si me tocase, me compraría un tendidito en Las Ventas, una peineta y un mantón para mi señora, una butaca en el teatro, para no ir de claqué, y un gramófono. Viajaría a Burgos y a Soria, de donde son mis padres. Me daría la vida cañón”.

Aquel señor no sabía que algún día la gente de su clase podría ir a mirar de lejos sus sueños a centros comerciales, como yo no sabía que el centro comercial donde pasé mi adolescencia algún día se acabaría convirtiendo en un parking decadente.

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Yo viví también el tiempo en el que el mall al estilo americano fue la gran esperanza de ocio, el oasis donde niños y adultos íbamos a acallar la angustia que generan las sociedades donde el consumo es el culto en torno al que se organiza la existencia: guardo todavía en mi cabeza el recuerdo de las risas que hice esperando a que se calentasen las infinitas porciones de pizza que compré en un localito llamado La Tarantella, donde una chica de mi edad manejaba una pala más pesada que una maza de gong para sacarse unas perrillas.

Pero, sobre todo, guardo aún en mis estanterías todos los compact discs de serie media con los que aprendí a amar la música. Busquen la canción de Alcalá norte. Busquen La vida cañón. Parece una canción cínica, pero es una oda al arte de no perder nunca la ilusión.

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