El drama oculto de la pandemia en Madrid: miles de casos de covid persistente sin identificar
La Comunidad registra 1.936 afectados desde enero de 2022, pero admite que la cifra suele estar alrededor del 10% de contagiados, lo que elevaría el dato a 170.000
En la mesita del salón de su casa, Pedro Sánchez, de 57 años, tiene el libro Los Huerfanitos, de Santiago Lorenzo, como un recuerdo de la vida que tuvo y que no vuelve, por mucho que se empeñe. Eso fue lo último que leyó, allá por 2020, antes de infectarse de covid en aquel marzo fatídico. Pasó 100 días “dormido” y entubado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Clínico San Carlos, otros 20 ya semi despierto, después otros tantos en l...
En la mesita del salón de su casa, Pedro Sánchez, de 57 años, tiene el libro Los Huerfanitos, de Santiago Lorenzo, como un recuerdo de la vida que tuvo y que no vuelve, por mucho que se empeñe. Eso fue lo último que leyó, allá por 2020, antes de infectarse de covid en aquel marzo fatídico. Pasó 100 días “dormido” y entubado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Clínico San Carlos, otros 20 ya semi despierto, después otros tantos en la planta “como un trapito”, sin hablar, sin andar, sin casi recordar. Y la vida post covid comenzó de nuevo cinco meses después en casa, por fin, con los suyos, pero sin olfato, sin gusto, sordo del oído izquierdo, con herpes recurrentes en el ojo derecho, con psoriasis en la piel, los pulmones encharcados cada poco tiempo y enganchado a una bombona de oxígeno de manera permanente. “Cada dos o tres meses estoy en un especialista… salvo el ginecólogo, veo a todo dios”, ironiza.
Pedro es una de las personas con covid persistente que hay en Madrid. La Administración no se aclara sobre cuántas son: la Comunidad ha registrado desde finales de enero 1.936 casos en Atención Primaria, pero también ha asegurado en un documento oficial que los afectados suelen representar un 10% de los contagiados, lo que elevaría la cifra regional a... más de 170.000 (en Madrid se han detectado 1.727.009 positivos desde febrero de 2020).
“Hay 1.936 pacientes con covid persistente desde el 28 de enero”, afirmó el lunes Jesús Vázquez Castro, director general de Asistencia Sanitaria y Aseguramiento del Servicio Madrileño de Salud, durante una comparecencia en la Asamblea. “En muchos casos, los síntomas son incapacitantes: los más importantes son la fatiga, síntomas cardiorrespiratorios, y los neurológicos”, añadió en referencia al código A78.17 con el que los médicos han empezado a registrar a los pacientes con covid persistente para poder tener estadísticas fiables. Y admitió: “Se estima que en torno a un 21% de los casos de covid presentan o van a presentar síntomas compatibles con la covid persistente a las cinco semanas del diagnóstico, y que van a bajar al entorno de un 10% una vez que pasa la semana 12”.
Esa afirmación coincide plenamente con un documento enviado en marzo a la Asamblea por el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso. “No se dispone de un registro único y validado de casos que se asocien con un complejo sintomático multiorgánico permanente en el tiempo que afecte a aquellos pacientes que han padecido la covid”, se lee. “Se calcula que esta entidad podría tener una prevalencia del 10% de los contagiados”, lo que resultaría en más de 170.000 casos de los que nadie sabe nada oficialmente.
Esa cifra mastodóntica dibuja un drama oculto, que no aparece en las estadísticas, y en el que los enfermos, mayoritariamente incapacitados para seguir con su día a día normal, pueden llegar a enfrentarse a la incomprensión de quienes les rodean: lo que no se puede nombrar, porque no está categorizado, ni codificado oficialmente, no existe.
Sin diagnóstico
“Esto quiere decir que la gran mayoría de personas afectadas no está siendo diagnosticada correctamente”, opina Beatriz Fernández, una de las portavoces del colectivo Covid 19 persistente Madrid. “Y por lo tanto, no recibe la asistencia adecuada”, añade sobre las miles de personas que buscarían desde hace meses una explicación para sus males, sin encontrarla, puesto que el sistema sanitario solo ha empezado a poner la lupa en sus circunstancias desde que arrancó este año.
Merche Sánchez, de 51 años, es una de ellas. Este martes arrancaba a llorar porque acababa de recibir la incapacidad permanente y lo hacía con un sabor agridulce porque, por una parte, por fin se sentía comprendida, pero por otra dejaba atrás su vocación, su sueño. Médico y nefróloga, se contagió en la primera ola y cuando volvió a trabajar se dio cuenta de que era un peligro para sus propios pacientes. Confundía las recetas, la cabeza no le respondía correctamente y se quedaba bloqueada. Poco después, le detectaron problemas neurológicos que provocaban que se perdiera por la calle, que no supiera contar las vueltas que le daban en el mercado o que se le olvidaran recetas tan simples como las lentejas que había cocinado toda la vida.
Lo peor que ha llevado, sin embargo, es la incomprensión de muchos compañeros de profesión, que pensaban que era “un cuento chino” y que en realidad no quería trabajar. “Lo he llevado mal. Es muy triste porque echo de menos mi trato con los pacientes. Yo estudié para poder ayudarles”, explica. Pero lamenta no servir ahora “ni para un puesto de secretaria”. “No puedo leer textos largos y mi marido me tiene que rellenar todos los papeles porque yo me lío”.
La Comunidad se autocorrige
Pero la Comunidad se corrige a sí misma. Ni es correcto lo establecido en el documento enviado a la Asamblea, ni, aparentemente, lo dicho en sede parlamentaria por el director general de Asistencia Sanitaria y Aseguramiento del Servicio Madrileño de Salud, ni, en consecuencia, el dato de los 170.000 casos de covid permanente.
“El dato del 10% [de enfermos con covid persistente sobre el total de contagiados] no se puede ratificar”, afirmó un portavoz de la Consejería de Sanidad en abril, cuando este diario le consultó al respecto de la documentación que había enviado el Gobierno a la Asamblea. “Metodológicamente, no se deben dar cifras de covid persistente en tanto no pasen entre tres y seis meses [dependiendo de los autores] después de una ola de covid y la fecha de ese informe no cumple este criterio técnico”.
Una contradicción con lo anteriormente dicho por la propia Comunidad que desespera a la oposición. “La información cambia según quién conteste desde el Gobierno”, lamenta Vanesa Lillo, diputada de IU integrada en el grupo de Podemos, que está intentando articular una propuesta en favor de los afectados con PSOE y Más Madrid. “Ayuso anunció en abril 2021 una estrategia global que incluía el covid persistente, pero fue un plan para lograr titulares: vemos que hay caos, desinformación, y que no hay recursos”, recalca.
Mientras el Ejecutivo de Isabel Díaz Ayuso se aclara con los datos, Pedro y Merche siguen sufriendo, como tantos miles. La covid persistente en él significa que se acabaron las grandes charlas con amigos. La niebla mental le provoca una especie de resaca constante y hace que no se acuerde de palabras, de hechos o que pueda seguir una conversación animada con varias personas a la vez. Su mujer le ayuda a terminar las frases que se quedan perdidas en su cabeza, pero no puede ayudarle a concentrarse de nuevo con un libro o con el ordenador. Merche mientras hace ejercicios en casa destinados a las personas que deben frenar una demencia senil. Sudokus, juegos de pensar, de contar, de retener palabras...
“Yo era comercial en una empresa que organizaba eventos. Imagínate, era dicharachero, hablando sin parar, de comidas, de cenas, de eventos. Todo el día fuera de casa. Y todo eso ha desaparecido”, dice de carrerilla, como si fuera un triunfo poder decirlo sin que una palabra se atasque en ese mundo de sombras del que aspira a salir algún día. “Al menos para no estar 24 horas conectado al oxígeno… Ahora no voy al cine o al teatro porque tengo que estar conectado a la máquina y no quiero molestar porque un ruido sí que hace”.
Conducir. Cómo lo echa de menos. Antes, esa palabra de su vocabulario que tanto repite, Pedro podía coger el coche y hacerse unos 300 kilómetros diarios. Ahora valora lo que le parecía normal. Los dedos de las manos y los pies los tiene engatillados, “como dormidos” y va mejorando muy lentamente. Así que ve muy complicado volver a trabajar. Le han concedido la incapacidad absoluta revisable y su vida consiste en la rehabilitación a domicilio y los paseos que se da con el perro. “Voy por sitios llanos, sin escaleras y sin cuestas porque no puedo más”, sonríe y recuerda que muchos como él están “psicológicamente destrozados”. “Pocos están bien del coco”, recuerda, aunque se anima a ser la alegría de la huerta que siempre fue. “Sé que estoy de prestado y siempre hay gente que está peor, ¿no?”.
Merche, sin embargo, no puede evitar caer en la negatividad: “Soy médico y sé que si en dos años no he mejorado no lo voy a hacer ya. Mi neurólogo me ha reconocido que probablemente no vuelva a ser la misma y que si consigo que no vaya a más será un triunfo”.
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