Dedicada a ser
Cuántas veces habrás oído la frase de que una persona se define por sus actos y has acabado interpretando que necesitas seguir produciendo
“A veces no puedo con esta ciudad”, dije y después me entró el miedo. Porque la frase significaba más de lo que quería decir literalmente y “a veces” puede ser “casi siempre” y “esta ciudad” en realidad, casi siempre, es cualquier otra cosa. Es el lunes, la semana, el año, tu vida entera, tu personalidad, la personalidad del de al lado, la política, la crisis de la pandemia, la propia pandemia. Son los precios de la carne, de la luz, de las casas entre las que paseas imaginando tu vida en ellas, pero sabiendo que...
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“A veces no puedo con esta ciudad”, dije y después me entró el miedo. Porque la frase significaba más de lo que quería decir literalmente y “a veces” puede ser “casi siempre” y “esta ciudad” en realidad, casi siempre, es cualquier otra cosa. Es el lunes, la semana, el año, tu vida entera, tu personalidad, la personalidad del de al lado, la política, la crisis de la pandemia, la propia pandemia. Son los precios de la carne, de la luz, de las casas entre las que paseas imaginando tu vida en ellas, pero sabiendo que no te las puedes permitir, ni con tu contrato indefinido que creías que estaba bien pagado y ahora, con la inflación, resulta que no.
Esa sensación de que no puedes, esa opresión en el pecho, o ese pensamiento que te asalta desde que te levantas de la cama hasta que vuelves a acostarte en ella de que todo va a estallar, que la cuerda se va a romper, que la burbuja explotará y nos salpicará a todos de porquería, esa sensación da miedo. Sobre todo, produce terror cuando tienes tendencia a las contracturas de espalda, te cuesta moverte, salir de casa, quitarte el pijama, mantenerte la mirada en el espejo. Cuando, por desgracia, conociste el sabor amargo de la depresión o el agrio de la ansiedad, cada vez que un pensamiento intrusivo viene a la cabeza, un resorte invisible salta y hace sonar la alarma. Y piensas que ya no es una cuestión de qué hará falta para romperte sino de cuándo sucederá la rotura.
Vivimos tan acostumbrados al hacer que nos hemos olvidado del ser. Y cuando el hacer se acaba, cuando logras los objetivos que te propusiste el año pasado o con 15, cuando te despiden del trabajo, te das cuenta de que no sabes quién eres. Sin el hacer, estás acabado. La apatía se adueña de ti porque el vacío que antes rellenabas con horas en la oficina ahora es simplemente vacío. Tu cuerpo, que antes era un retablo barroco del siglo de oro, de pronto es el cuadrado negro de Malévich. Cuántas veces habrás oído la frase de que una persona se define por sus actos y has acabado interpretando que necesitas seguir produciendo, figurando en las redes sociales como una forma de seguir siendo una persona, de seguir existiendo.
Por eso el día que pensé que a veces no podía con Madrid decidí que sí iba a poder con Madrid, me puse las plumas y salí a la calle aunque el vacío que sentía por dentro me pedía que siguiera sentada en mi sillón. La calle estaba fría pero bonita y había gente como yo que también decidieron que hoy podrían. Evitando a propósito todas las calles con escaparates y sus letras rojas de vinilo que gritarán “REBAJAS” durante dos meses, sentí que el lunes, la semana, el año y mi vida entera tampoco estaban tan mal siempre que consiguiera ser en vez de enfocarme en el hacer. Signifique eso lo que signifique.
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