El periodista que se infiltró en los bajos fondos de Madrid

La editorial La Uña Rota recupera la serie de reportajes ‘Los otros’, de Ignacio Carral

Uno de los dibujos de Francisco Rivero Gil que ilustra uno de los reportajes de Ignacio Carral de la serie 'Los otros'.ARCADIO_MARDOMINGO (Francisco Rivero Gil)

Ignacio Carral dejó sus comodidades pequeñoburguesas, se compró unos harapos en el Rastro y se perdió en las profundidades de los bajos fondos madrileños. Las callejuelas de Lavapiés, los alrededores de Tirso de Molina, las tabernas de Arganzuela, los ambientes marginales que rodeaban al puente de Toledo, en una época en la que las desigualdades urbanas eran todavía mayores que ahora. Carral era periodista y su periplo de un mes por la cara más oscura de Madrid se comenzó a...

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Ignacio Carral dejó sus comodidades pequeñoburguesas, se compró unos harapos en el Rastro y se perdió en las profundidades de los bajos fondos madrileños. Las callejuelas de Lavapiés, los alrededores de Tirso de Molina, las tabernas de Arganzuela, los ambientes marginales que rodeaban al puente de Toledo, en una época en la que las desigualdades urbanas eran todavía mayores que ahora. Carral era periodista y su periplo de un mes por la cara más oscura de Madrid se comenzó a publicar el 21 de enero de 1930 en el semanario Estampa, en forma de serie de ocho reportajes titulada Los otros. Ahora la editorial La uña rota reedita la serie completa en edición del también periodista Carlos Álvaro. Algunas otras publicaciones recientes se ocupan de aquel Madrid tremendo, por ejemplo, Las calles siniestras, de Pío Baroja, o Cólera, de Julio Vargas, ambas publicadas por La Felguera.

En el mes que pasó en las calles, Carral, acompañado del dibujante Rivera Gil, se infiltró en pandillas de delincuentes, casi se involucró en atracos, se vio envuelto en disputas tabernarias, pasó hambre, frio, sintió la lluvia en la cara que le sacaba del sueño en plena calle, en pleno invierno. Estuvo con los pobres, con los sin techo, con los rateros, con las prostitutas, con los desesperados. Sintió el total desarraigo: una vida húmeda, oscura y violenta, desesperada, que vivían cientos de personas en la capital. “Solo la estrecha hermandad de la miseria les hace mostrarse como tal y como son, aun aquellas veces que tienen el propósito deliberado de engañar”, escribe Carral, “entre ellos y los que no son como ellos existe una separación de mundos radical, tal que si pertenecieran a planetas distintos”.

Ignacio Carral (Segovia, 1897- Madrid, 1935) fue uno de los periodistas relevantes de la España previa a la Guerra Civil, donde también se cuentan otros como Manuel Chaves Nogales o Gaziel y cuya corriente se vio truncada por la guerra y 40 años de dictadura, igual que pasó en otras florecientes disciplinas del pensamiento y la cultura. No está claro que el nivel se haya recuperado. ¿Por qué no es tan conocido Carral como otros de sus coetáneos? “Tal vez porque murió joven, de angina de pecho a los 37 años, y no llegó a vivir la guerra”, cuenta Álvaro. Los otros, eso sí, tuvo mucho éxito entre la clase media urbana de la época, muy interesada en una realidad que tenía muy cerca pero que le era inaccesible. Un año después de esta serie repitió la experiencia, pero esta vez en los submundos de la ciudad de Marsella, y para el diario Ahora, que era de la misma propiedad que Estampa. En otra ocasión recorrió Castilla y Extremadura durante un mes, entre gitanos y mendigos, mesones y conventos, en la serie que tituló Soy un vagabundo.

Dibujo de Francisco Rivero Gil, que ilustró el reportaje de Ignacio Carral "Los otros" para el semanario 'Estampa'.ARCADIO_MARDOMINGO (Francisco Rivero Gil)

Álvaro, que lleva años detrás de la lejana figura de Carral, lo celebra como un precursor del Nuevo Periodismo estadounidense (Tom Wolfe, Norman Mailer, Joan Didion, etc), del periodismo gonzo (como el de Hunter S. Thompson) o de inmersión (como en el caso Günter Wallraff, acostumbrado a disfrazarse para vivir en su piel la vida de los desfavorecidos). El caso de Carral no era único, ya otras periodistas habían practicado la infiltración, por ejemplo, Magda Donato, que vivió en manicomios y cárceles de mujeres, o Josefina Carabias, que trabajó ocho días en el hotel Palace para contarlo en un reportaje.

Es curioso que buena parte del lenguaje callejero de hoy ya se utilizara en aquella época: bofia, afanar, julai, trena, peluco, piños o trincar. Carral muestra un estilo directo y contundente, con buen oído para el habla popular, y que muchas veces suena totalmente contemporáneo. A veces las situaciones más crudas son retratadas con fino humor. “Creo que su objetivo era trasladar con crudeza la situación que había en esos bajos fondos, también como denuncia”, señala Álvaro. “Y, aunque en ocasiones sea evidente su punto de vista burgués, que él mismo admite al principio del primer capítulo, hay pasajes hondos que dejan ver su sensibilidad y su compromiso social”. El periodista llevaba varios años militando contra un régimen monárquico que agonizaba (en parte carcomido por las desigualdades que Carral constató) y que dio en la República, y creía en una España más igualitaria. Estuvo afiliado a la Izquierda Republicana de Manuel Azaña, a quien elogió en sus escritos. “A Carral, eso que vio aquellos días en los barrios del Madrid más desfavorecido, sí le llegó dentro”, añade Álvaro.

Hubo lectores que, ante lo sorprendente de la aventura de Carral, dijeron no creerse que aquel mes en el submundo fuera una experiencia real, sino fruto de la imaginación y la pluma del periodista. En el semanario Estampa lo desmintieron con rotundidad. Publicaron una foto de Carral vestido de ratero con este pie de foto: “He aquí Ignacio Carral, el compañero nuestro que para hacer unas informaciones de los bajos fondos madrileños ha pasado un mes entre los rateros…”

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