Clesa pierde el voto de los arquitectos
El proyecto seleccionado para rehabilitar la antigua central lechera, criticado por atentar contra los principios del edificio protegido, ganó el concurso por mayoría gracias a los técnicos municipales y sin el respaldo de los expertos en patrimonio
Los vestigios del racionalismo arquitectónico se disputan en la antigua fábrica Clesa. Este conjunto industrial, paradigma de una sencillez constructiva que Alejandro de la Sota (1913-1996) practicó a principios de los sesenta, se encuentra abandonado desde 2011. Con el objetivo de dotarlo de una nueva vida, el Ayuntamiento de Madrid lo inscribió en el concurso internacional Reinventing Cities, promovido por la alianza de ciudades contra el cambio climático C40. ...
Los vestigios del racionalismo arquitectónico se disputan en la antigua fábrica Clesa. Este conjunto industrial, paradigma de una sencillez constructiva que Alejandro de la Sota (1913-1996) practicó a principios de los sesenta, se encuentra abandonado desde 2011. Con el objetivo de dotarlo de una nueva vida, el Ayuntamiento de Madrid lo inscribió en el concurso internacional Reinventing Cities, promovido por la alianza de ciudades contra el cambio climático C40. Obra de Carlos Rubio, el proyecto ganador suscita pareceres encontrados. Se aprobó por mayoría en junio, gracias a los técnicos municipales que lo respaldaron unánimemente, y sin el voto de los cuatro únicos arquitectos, dos de ellos expertos en patrimonio, tal y como arrojan las actas del comité de selección —compuesto por 13 vocales— a las que ha tenido acceso este diario.
Numerosas voces han censurado una rehabilitación que, en palabras de Juan Mera, director de la Escuela de Arquitectura de Toledo, “echará por tierra para siempre la atmósfera de este edificio único”. Bautizada como Val-verde, la propuesta vencedora se granjeó en la primera vuelta de votaciones el respaldo de cinco técnicos municipales, del representante de ASPRIMA (Asociación de Promotores Inmobiliarios de Madrid) y de una ingeniera civil. En la segunda vuelta, a estos apoyos se sumaron los de otro gestor de la Administración y de Costanza de Sefani, embajadora del grupo C40, quien intervino después para solicitar la retirada de “escaleras mecánicas y otros elementos que rompen la esencia del edificio”. Los cuatro arquitectos del jurado, entre ellos la directora de la Fundación Alejandro de la Sota, institución que divulga la obra del maestro pontevedrés, repartieron sus votos favorables entre dos candidatos alternativos, también aspirantes a convertir las instalaciones fabriles en innovadoras dependencias científicas, tal y como se pedía en las bases del certamen.
Se trata de Clesa +, alianza entre el estudio de Norman Foster y Alfredo Baladrón, así como de Fábrica circular, una propuesta de Lucia Bentué y Elisa Pozo. Según consta en las actas, el jurado se reunió de manera telemática, a excepción de tres vocales y la presidenta del comité —miembros del Área de Desarrollo Urbano del Consistorio, organizadora de la cita— que lo hicieron todos juntos desde el mismo despacho y se inclinaron por Val-Verde. Durante las deliberaciones previas a la votación, la directora justificó el apoyo a este proyecto por “la solvencia del equipo y su solidez económica”, más allá del programa arquitectónico, y recordó que tres de cuatro iniciativas aprobadas en la anterior edición de Reinventing Cities Madrid han tenido que paralizarse por problemas financieros. “Tememos que se repita”, admitió. Convertido en un revulsivo para los promotores del certamen, Val-verde está liderado por la firma neerlandesa Kadans Science y la inmobiliaria Metrovacesa.
Propietaria del suelo, esta última cedió el año pasado al Ayuntamiento la nave principal de la central lechera, protegida desde 2015. El Consistorio modificó a cambio el uso industrial del resto de la parcela, permitiendo en los alrededores de la fábrica el desarrollo de una ciudad sanitaria, 88.700 metros cuadrados edificables, que dará servicio al colindante Hospital Ramón y Cajal. Metrovacesa llevará a cabo estos trabajos al tiempo que el poderoso legado de Alejandro de la Sota vuelve a estar en sus manos, una concesión por 75 años para laboratorios, oficinas y espacios de congresos que armonizarán con las instalaciones de su entorno. El único miembro del Ayuntamiento que mostró críticas a este proyecto y disintió en su voto fue el arquitecto Federico Manzarbeitia, entonces jefe de servicio de la Dirección General de Patrimonio y ahora recién jubilado. “Val-Verde me parece irrespetuoso con el edificio original”, declara a este diario.
“Esas carpinterías, ese auditorio y las escaleras mecánicas están muy lejos de ser elementos propios de Alejandro de la Sota”, agrega Manzarbeitia, quien extiende sus críticas más allá del patrimonio: “Diría que es una propuesta convencional, dentro de un concurso que debía premiar la originalidad”. Es cierto que Reinventing Cities pretende ser algo más que un evento de arquitectura. Está llamado a diseñar la ciudad del futuro, aquella que no solo reduzca la huella de carbono involucrando a la ciudadanía, sino que además auspicie nuevos modelos productivos. Bondades que otro arquitecto del jurado, Manuel Pérez, director de la cátedra de Ciudades Sostenibles del Instituto de Empresa (IE), valora como ausentes en Val-verde. “El Ayuntamiento optó por un proyecto sólido con profesionales de muy alto nivel, aunque este no reúne las mejores cualidades en cuanto a arquitectura, financiación y gestión”, arguye por teléfono.
“La composición del jurado ya da una idea de que el concurso no tenía un enfoque patrimonial”, ahonda Pérez. Los cuatro arquitectos se decantaron por Fábrica circular en la segunda vuelta de votaciones, cuando esta se enfrentaba al que después resultaría ganador. El proyecto finalista aprovechaba la distribución preexistente, que en Clesa obedecía a cada una de las actividades productivas, con el objetivo de definir los nuevos usos sin necesidad de redibujar el espacio interior y, con ello, alterar sus condiciones lumínicas. De modo que las antiguas oficinas iban a convertirse en la sede de la Fundación Santa María la Real, dedicada a promulgar el patrimonio, o de la Organización Española de Artesanos, mientras que los laboratorios lácteos albergarían un espacio de trabajo perteneciente, entre otros, al Instituto Ramón y Cajal. Unas grandes escaleras cilíndricas de madera colocadas en la planta baja, donde se encontraban los depósitos de leche, conectarían las cuatro alturas.
Su plan económico se basaba en la gestión inmobiliaria de espacios y eventos, prestando servicios a entidades como Paideia, dedicada a la integración del menor, o el fondo denominado Bolsa Social. Este modelo amortizaría la inversión inicial a los 15 años, sin necesidad de subvenciones, de acuerdo con los cálculos de Analistas Financiertos Internacionales (AFI), implicados también en la iniciativa. Durante las alegaciones que precedieron al sufragio, la directora señaló que la “inversión muy bajita” —18 millones, cuando en el caso del resto de aspirantes rondaba los 35— y sin “respaldos clarísimos” podía suponer un problema en la materialización de Fábrica circular. Su coautora Lucia Bentué alude hoy a los principios que movieron a De la Sota: “La rehabilitación no puede suponer un derroche, había que exprimir el ingenio como habría hecho él”.
Sin embargo, Costanza de Sefani, embajadora italiana de C40, se muestra satisfecha con la decisión del jurado: “Visité la fábrica y pude comprobar lo difícil que es fundar un centro de innovación y respetar a la vez el edificio original. Con Clesa se ha conseguido, sus elementos principales se conservarán todos”. La mayor parte de los sitios que concurren al certamen carecen de interés patrimonial, si bien existe una salvedad reciente: la fábrica de jabones Mira Lanza (Roma), un complejo tendido a orillas del río Tíber que data de los años cuarenta. Los escasos ejemplos de este tipo hacen dudar a varios arquitectos consultados sobre la idoneidad del formato Reinventing Cities para el caso de Clesa. Alejandro de la Sota Rius, patrono de la fundación que vela por el legado del maestro racionalista, reprueba el proyecto ganador: “Ni defiende ni protege ni revaloriza el potente mensaje que tiene el edificio, reconocido internacionalmente y objeto de tesis doctorales”.
De la Sota Rius se niega a pensar que la puesta en valor del patrimonio industrial deba limitarse a la conservación de ciertas fachadas y alguna pieza icónica: “Es más bien respetar su arquitectura y adaptar esos valores arquitectónicos a otros usos”. La fundación de la que forma parte se ha ofrecido a coordinar un equipo de expertos e instituciones —como el Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM) o Docomomo Ibérico, estudiosos del Movimiento Moderno español— que puedan asesorar en esta materia al Ayuntamiento de Madrid. El Área de Desarrollo Urbano ha confirmado su predisposición, pero sin concretar todavía fechas de reunión alguna. De la Sota se muestra contundente: “Hacer un proyecto desde esta perspectiva es construir ciudad. Si no es así, mejor que el edificio sea víctima de la piqueta y de la especulación. Como tantos otros”.
ENTREGA SIN ULTIMAR
La cesión de la nave protegida de Clesa al Ayuntamiento de Madrid sigue en proceso, dos años después de anunciarse y con el concurso Reinventing Cities ya fallado. En la parcela de la antigua central lechera, se realizan todavía los trabajos que garanticen la estanquidad del edificio, 15.000 metros cuadrados, condición necesaria para culminar este proceso de traspaso. Mientras tanto, el Consistorio aprobó el pasado jueves la urbanización del entorno, que costeará Metrovacesa, pues se trata de espacios libres de cesión obligatoria. Las actuaciones contemplan la creación de un paseo pavimentado que bordeará la fábrica y la conectará con la calle Francisco Sancha, así como la instalación de alumbrado y jardines.
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