Los que habitan las sombras de la Filmoteca
Asiduos al Cine Doré de todas las edades cuentan cómo ha sido su experiencia a lo largo de los años. Algunos espectadores mayores se han alejado tras el cierre de las taquillas físicas en favor de la venta digital
La bonita fachada del Cine Doré corrió el riesgo de ser derribada. Se encontraba en ruinas y los vecinos del barrio de Antón Martín preferían tener un parque. Pero el Ministerio de Cultura acudió a su rescate y desde 1989 es la sede de la Filmoteca Española. Eso cuenta Mario Iglesias, seguidor acérrimo de la historia de este lugar que considera su casa. Lleva 17 años yendo casi a diario a disfrutar de sus proyecciones. Y es que muchos cinéfilos han forjado un vínculo especial con este edificio que la...
La bonita fachada del Cine Doré corrió el riesgo de ser derribada. Se encontraba en ruinas y los vecinos del barrio de Antón Martín preferían tener un parque. Pero el Ministerio de Cultura acudió a su rescate y desde 1989 es la sede de la Filmoteca Española. Eso cuenta Mario Iglesias, seguidor acérrimo de la historia de este lugar que considera su casa. Lleva 17 años yendo casi a diario a disfrutar de sus proyecciones. Y es que muchos cinéfilos han forjado un vínculo especial con este edificio que la pandemia no ha conseguido romper. Aunque las personas mayores, los más veteranos, han sufrido esa brecha digital que les ha dejado aislados. El cierre de las taquillas físicas con la venta de entradas en línea ha dificultado que acudan a su cita semanal al no saber manejar bien las nuevas tecnologías.
“Algunos han protestado más, pero otros se las han arreglado para buscar ayuda de familiares y amigos para que adquirieran su pase”, explica Diego Rojas, gerente de la Filmoteca. Antes del coronavirus se podía comprar físicamente para los siguientes tres días, añade, y ese perfil del jubilado se beneficiaba de ello. “Con la taquilla cerrada se han quedado más plazas para la gente joven. El Sound and Vision que combinaba conciertos y proyecciones que hicimos hace poco se agotó en internet en dos minutos y medio. Los mayores no están acostumbrados a esas dinámicas”, aclara.
Ángel Balanza, de 66 años, ha conocido el Cine California, el Cine Infantas o el Cine Duplex, otras ubicaciones alquiladas en donde estuvo la Filmoteca antes de asentarse en su sede permanente de la calle de Santa Isabel. Echa la vista atrás y recuerda que recién estrenada su mayoría de edad, en la época de Franco, había muchas películas que solo se proyectaban en este espacio. Para los madrileños suponía el único acceso a otro tipo de cultura. “Esto duró incluso en el principio de la Transición. Se llegaron a romper las puertas porque se agolpaba la gente. Se pasaban las entradas los unos a los otros y el encargado del cine las pedía para echar a los que se colaban. Era por la emoción de ver cosas que no se podían”, rememora este informático retirado.
Con tan solo 23 años, Irene Castro no perdona ninguna de sus tardes con el séptimo arte aunque viva en Coslada y tenga que trasladarse al centro de Madrid. En el instituto ya le interesaban los eventos y las charlas de los directores que venían a presentar su película. Además, le encanta que la programación gire en torno a filmografías completas o ciclos temáticos porque siente que descubre autores que por su cuenta se le escaparían. Asegura que ir a ver comedias y películas de terror es una experiencia muy gratificante porque se crea una especie de complicidad entre los asistentes. En una sesión especial para los más pequeños de Buster Keaton, se quedó impresionada con la actitud de los niños, que estuvieron en silencio atendiendo y divirtiéndose mucho. “Otra anécdota curiosa es cuando pusieron Mulholland Drive y colocaron los rollos mal, desordenados. Es una película que ya es caótica cronológicamente y la gente que no la había visto no entendía nada”, dice entre risas.
Los más asiduos de la Filmoteca, como Mario Iglesias, de 38 años, han hecho buenas amistades. Las caras terminan siendo conocidas y es inevitable que surja conexión entre estos amantes solitarios. De hecho, conoció a Irene Castro y van juntos a algunas sesiones. “En mis inicios la sala estaba bastante vacía y la media de edad era mucho más alta, era un cementerio de elefantes. Se fue rejuveneciendo sobre todo a partir de 2009 por el tema de la crisis. Luego las redes sociales y la cinefilia que se crea con Internet ha hecho que crezca la comunidad de jóvenes”, señala. La vivencia que más le ha marcado a este gallego sucedió recién aterrizado en Madrid. Vio a Victor Sjöström, guionista sueco pionero del cine mudo. Un pianista tocaba en directo y reconoce que en ese preciso momento supo que la Filmoteca era su sitio.
El abono anual cuesta 30 euros para los jóvenes y la tercera edad, y da acceso ilimitado a las proyecciones. Es el que tiene Pablo Orteu, de 23 años. Suele ir dos o tres veces a la semana y conoce a “los señores mayores que echan la tarde ahí independientemente de lo que pongan” y a los verdaderos apasionados, esa legión de seguidores que se empachan con la triple sesión. “Hay un círculo cinéfilo en Twitter de personas de nuestra edad que comentan las pelis que se echan aquí y están activos”, indica. Confiesa que una vez intentó conquistar a una chica y apostó por Tiro en la cabeza de Jaime Rosales. “El prototipo de cine ladrillo que nadie querría ver. Fue un desastre y me salió fatal la cita”, ríe.
Sin menospreciar al resto, en la Filmoteca adoran a Beatriz Vossio, más conocida como Betty la bonita. Tiene 84 años, es venezolana y fue bailarina de ballet. Le han puesto ese mote porque es muy bella. No solo por fuera, también por dentro. “Me caí en octubre y todos se extrañaron de que no fuese”. Algo normal, ya que acude rigurosamente de martes a domingo como una dulce costumbre, porque este sitio es parte de su rutina y de su vida.
Cada tarde se acerca desde la calle de León, a escasos metros, y destaca el trato de cariño que recibe por parte del personal: “Me cuidan mucho. Me hacen bromas, me piden que baile cuando entro y yo me muero de la risa”. Parece que el Cine Doré es un refugio familiar que permite conocer otras realidades y huir de las propias. Betty la bonita, como tantos otros, lo resume con una sencilla frase: “Soy parte de aquí y soy feliz”.