Frivolidades

Este año no podemos echarnos unas risas porque no hay nada que celebrar

Exteriores del hotel Four Seasons (i) de Madrid.JuanJo Martín (EFE)

Quizá sea un juego del calendario. Una cuestión de fechas festivas de animación colectiva acompañadas de una sucesión de luces navideñas que juran que todo va bien y anuncios que dicen que todo irá mejor. Quizá tenga que ver que pusimos fin a un año terrible, desgraciado. El tema es que, entre turrón y roscón (entre las sobras de turrón de chocolate blanco y la fruta escarchada del roscón que no le gusta a nadie), surge un sentimiento de sobremesa que pide un poco de ligereza. Digámoslo de otro modo: solo queremos echarnos unas risas.

Hubo un tiempo en el que este país se permitía siest...

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Quizá sea un juego del calendario. Una cuestión de fechas festivas de animación colectiva acompañadas de una sucesión de luces navideñas que juran que todo va bien y anuncios que dicen que todo irá mejor. Quizá tenga que ver que pusimos fin a un año terrible, desgraciado. El tema es que, entre turrón y roscón (entre las sobras de turrón de chocolate blanco y la fruta escarchada del roscón que no le gusta a nadie), surge un sentimiento de sobremesa que pide un poco de ligereza. Digámoslo de otro modo: solo queremos echarnos unas risas.

Hubo un tiempo en el que este país se permitía siestas tranquilas y frivolidades a la hora del café. Nos reíamos de las grabaciones del primer día de rebajas de las cámaras de seguridad de El Corte Inglés donde una avalancha de señoras con abrigo de pelo, del de animales muertos de verdad, se peleaban por un bolso de 20 euros. Éramos frívolos contando en Twitter la última de nuestro cuñado (o cuñada, que el cuñadismo es también paritario) en la cena de Nochebuena. Y las campanadas eran motivo de jolgorio nacional y no pesaba sobre ellos la gravedad de creer que el reloj de la Puerta del Sol estaba marcando el fin de una era mientras nosotros nos esforzábamos por no atragantarnos con las uvas, que bastante hemos tenido este año.

Ni siquiera podemos celebrar la llegada de la vacuna porque mientras nosotros festejamos, resulta que Madrid tiene de los peores datos de vacunación de toda España.

Busco esa frivolidad durante la primera semana del 2021 paseando por Madrid. Creo encontrarla en el árbol de Navidad gigante del Four Seasons, una aberración natural llena de luces de colores. Creo encontrarla en el pianista y las copas de champán que veo detrás de las ventanas del hotel, iluminadas y brillantes en las manos de los que brindan mientras a mí la mascarilla me empaña las gafas. Pero solo es un fugaz destello que se apaga en cuanto me giro y veo a un hombre sin hogar, apenas vestido, resistiendo entre cartones el frío de enero. No podemos tener cosas bonitas, pienso. Ni siquiera podemos celebrar la llegada de la vacuna porque mientras nosotros festejamos, resulta que Madrid tiene de los peores datos de vacunación de toda España porque solo ha estado vacunando cinco de los 11 primeros días de la campaña y además ha rechazado vacunadores públicos del Ayuntamiento para gastarse casi un millón en vacunadores privados. Ay, la frivolidad.

Decía Almudena Grandes en una columna publicada hace ya algunos años que “Nada inhabilita más a un político que la falta de sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, excepto, quizás, el cinismo que pretende enmascararla”. Pienso mucho en esa frase estos días en los que contemplo emocionada la nieve que nos ha espolvoreado por encima Filomena. El entusiasmo se me pasa cuando me acuerdo que durante la ola de frío, el precio de la electricidad ha alcanzado máximos históricos. Eso, para los que podamos pagarla, porque en La Cañada no tienen ni suministro.

Echo de menos la frivolidad, echo de menos echarnos unas risas. Dicho de otro modo: espero que pronto todos podamos volver a permitírnosla.

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