Electrifiquen la Cañada
Miles de personas pasan el invierno y la Navidad en la Cañada Real Galiana sin calefacción o agua caliente
La primera vez que pisé la Cañada Real Galiana aluciné con los chaletacos guapos, los coches buenos, los enanitos de cerámica que correteaban inmóviles por los jardines. ¿Pero no era este un sitio donde pululaban fantasmales toxicómanos y los niños pobres se enguarraban en los charcos? También, depende del sector. De hecho, un poco más allá vi cómo las excavadoras enviadas por la autoridad competente demolian casas precarias y, lo que era más perverso, hendían las calles de tierra para averiar las alcantarillas. En muchas casas las aguas fecales volvían y desbordaban el inodoro, todo po...
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La primera vez que pisé la Cañada Real Galiana aluciné con los chaletacos guapos, los coches buenos, los enanitos de cerámica que correteaban inmóviles por los jardines. ¿Pero no era este un sitio donde pululaban fantasmales toxicómanos y los niños pobres se enguarraban en los charcos? También, depende del sector. De hecho, un poco más allá vi cómo las excavadoras enviadas por la autoridad competente demolian casas precarias y, lo que era más perverso, hendían las calles de tierra para averiar las alcantarillas. En muchas casas las aguas fecales volvían y desbordaban el inodoro, todo por orden de los gobernantes. Qué asco.
Eso fue hace años, pero las violaciones de los Derechos Humanos más elementales son tradicionales en la Cañada, como el chotis en la Puerta del Sol, a solo 14 kilómetros. Ahora hay miles de personas que llevan tres meses sin electricidad, es decir, sin calefacción, agua caliente, cocina, información o entretenimiento. Todo comenzó con los problemas asociados al prohibicionismo: hay cultivos de marihuana en la Cañada que chupan demasiada energía y tiran el suministro. Pero tampoco parece haber voluntad institucional por deshacer el entuerto. Son 4.500 vecinos en la más profunda precariedad energética, unos 1.800 niños que en su vida han plantado yerba.
Los buenos sentimientos navideños tienen un límite fuera del centro comercial: la realidad.
La Cañada, donde convive la miseria con los enanitos de jardín, se comenzó a levantar de manera informal en los años 70, igual que tantos barrios del sur de Madrid, al calor del éxodo rural, y que luego se fueron urbanizando. Entrevías, El Pozo, Palomeras, Orcasitas, por ejemplo. La Cañada se quedó en tierra de nadie, como un monumento al problema endémico de la vivienda en España, a aquellos tiempos de chabola precaria y asociaciones de vecinos. Ahora es el mayor asentamiento de este tipo en el país. Un prodigio del urbanismo oportunista. Un crisol de culturas. Un puzle social. Un cachondeo. Una patata caliente entre varios municipios a la que cuesta echarle el diente.
El Defensor del Pueblo ha denunciado la “aporofobia” en la actitud de Ayuso al no abordar el asunto de la luz, y exigió soluciones a Comunidad y Ayuntamiento. Aporofobia: el rechazo al pobre por ser pobre, como acuñó la filósofa Adela Cortina. Hace un frío que pela este invierno, y además es Navidad, pero la empresa Naturgy no acaba de sacar a estas familias de este infierno gélido. Los buenos sentimientos navideños tienen un límite fuera del centro comercial: la realidad.
Vino Balakrishnan Rajagopal, un señor de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para ver en directo qué se cocía en la Cañada y le pareció fatal: reclamó al gobierno que “restablezca de inmediato” el suministro eléctrico en los sectores V y VI y que se deje de “estigmatizar” a los habitantes de este lugar por los cultivos de marihuana. Vaya, que no paguen justos por pecadores. Yo añadiría: que deje aquello de ser pecado.