El mundo después de la catástrofe
El montaje teatral ‘Madrid, Chernóbil’ conecta testimonios recopilados por la premio Nobel Svetlana Alexiévic tras el accidente nuclear de 1986 con crónicas periodísticas sobre la crisis del coronavirus
A principios de 2020, Chernóbil quedaba muy lejos de los escenarios madrileños. Casi tanto como Wuhan, la ciudad china de la que pocos conocían su nombre. Esa distancia, mucho más amplia que los miles kilómetros que separan a ambos lugares de la sociedad española, se acortó de golpe tras el estallido global del coronavirus.
Guillermo Logar (Madrid, 33 años) y Fernanda Valencia (Guadalajara, México, 33 años), el matrimonio fundador de la compañía The R. Mutt Society, ...
A principios de 2020, Chernóbil quedaba muy lejos de los escenarios madrileños. Casi tanto como Wuhan, la ciudad china de la que pocos conocían su nombre. Esa distancia, mucho más amplia que los miles kilómetros que separan a ambos lugares de la sociedad española, se acortó de golpe tras el estallido global del coronavirus.
Guillermo Logar (Madrid, 33 años) y Fernanda Valencia (Guadalajara, México, 33 años), el matrimonio fundador de la compañía The R. Mutt Society, llevaban meses proponiendo sin éxito a las salas de la ciudad una adaptación de Voces de Chernóbil, el descarnado testimonio coral sobre la catástrofe nuclear que la escritora Svetlana Alexiévic firmó en 1997. Ni el premio Nobel de Literatura concedido a la bielorrusa ni el reciente éxito de la serie de HBO inspirada en su libro pudo colocar su propuesta en la cartelera. Era, decían los programadores de este lado del mundo, un relato demasiado ajeno. Hasta que llegó una pandemia que encerró a Logar y Valencia en su piso de 50 metros cuadrados. Los significados de esa tragedia añeja cobraron entonces nuevos sentidos.
“De repente, esas personas que en 1986 creyeron dejar sus casas en Pripiat durante unas semanas y que jamás regresaron a ellas podían ser nuestros abuelos o nuestros tíos”, comenta la pareja por teléfono. Enclaustrados por la amenazada de la covid-19, entendieron que no había escapatoria para renovar su texto y acercarlo a la realidad de sus vecinos. Ese miedo a un enemigo invisible que tanto les había impactado del escrito de Alexiévic ya se vivía en su barrio. “Veíamos cómo cada vez que alguien hacía un gesto tan cotidiano como bajar la basura temía a enfrentarse a algo con lo que no podía luchar. De forma orgánica, las circunstancias empezaron a iluminar nuestra idea inicial desde una nueva perspectiva”, recuerdan los autores teatrales. Madrid, Chernóbil, el montaje resultante, es una de las primeras reacciones escénicas a la crisis del coronavirus. Una vez alumbrado no tardó en despertar el interés de la sala Nueve Norte, que lo programa todos los miércoles hasta el 7 de octubre.
Con la permanente compañía de la prensa y la radio, la pareja logró trazar en confinamiento un texto que incluía aquello que la había enganchado en Voces de Chernóbil: “la gran tragedia se contaba a partir de pequeñas vivencias”. Cada vez que se suben al escenario, recuperan crónicas publicadas en este periódico como Solos en la hora final, en la que Juan Diego Quesada dignifica la historia de algunos de los madrileños que fallecieron solos en sus casas durante la pandemia. Como el periodista deportivo Chema Candela, cuyo cadáver apareció junto a la única compañía de un transistor encendido, apoyado en su hombro, o Ana, la mujer que murió en la misma reclusión en la que había vivido sus últimos años, en el barrio de Tetuán. En el reportaje Regreso a Wuhan Macarena Vidal Liu pone nombre y apellidos a aquellos que intentan revivir en el lugar donde empezó la crisis que ahora redefine al mundo.
Madrid, Chernóbil termina con varios testimonios infantiles procedentes del entorno de Logar y Valencia. “La definición de nueva normalidad todavía está por construir y van a ser los niños los que lo hagan, porque no tienen edad suficiente para recordar el mundo anterior a la pandemia”, apuntan los autores del libreto sobre la forma en la que su obra plantea cómo será el mundo después de la catástrofe. “Quizá dentro de unos años nuestro texto tenga otra relevancia. O incluso no sirva para nada. Pero lo importante era mostrar una reacción inmediata a lo que estaba sucediendo”.
El testimonio de Lyudmila Ignatenko, esposa de uno de los primeros bomberos en morir tras la explosión en la central eléctrica nuclear Vladímir Ilich Lenin en 1986, es esencial tanto en el escrito de Svetlana Alexiévic como en la popular serie de televisión estrenada en 2019. Recién casada y embarazada de seis meses, decidió permanecer al lado de su marido Vasily, ante la cama del hospital en el que moría lentamente envenenado. Al nacer, su hija Natasha solo se mantuvo unas horas con vida, afectada por la radiación. Su historia también resulta imprescindible en esta pieza teatral, y entronca con las vivencias actuales rescatadas por las crónicas de Quesada y Vidal Liy. Al igual que la Nobel bielorrusa contaba sobre Chernóbil, la tragedia que Madrid y el resto del mundo está viviendo en este 2020 sigue siendo en buena medida un misterio. Y desentrañarlo es un reto para el futuro: “¿Qué es lo que el hombre ha conocido, ha adivinado y ha descubierto de sí mismo? ¿Y en su relación con el mundo?”, se cuestionaba entonces la bielorrusa. Se trata por tanto de reconstruir sobre un escenario los sentimientos y no los hechos de lo que hemos vivido.
Teatro con menos de 3.000 euros
Fernanda Valencia y Guillermo Logar crearon The R. Mutt Society en Nueva York en 2013 junto a los estadounidenses Charles Furst y Larry Bao. Entre otros proyectos, montaron La cantante calva de Eugène Ionesco en su piso de Harlem ante menos de 20 espectadores por sesión. Así que se sienten cómodos con la intimidad del aforo reducido que las actuales normas sanitarias imponen en las salas de teatro madrileñas.
Registrada como una organización sin ánimo de lucro y todavía radicada en Estados Unidos, la compañía nunca han superado los 3.000 euros de presupuesto en sus propuestas y nunca ha solicitado ayudas públicas para ellas, porque se han financiado a través del crowdfunding. “Hemos preferido no depender del enorme proceso burocrático que conlleva solicitar ese dinero al Estado”, comentan los responsables de Madrid, Chernóbil, lo que no significa que no anhelen la ayuda de las instituciones españolas para crear teatro de otra envergadura. “El desinterés de nuestro país por la cultura es un problema estructural que ha existido durante toda la democracia. No tiene que ver con el partido que gobierne. Pero ese desdén de la clase política hacia los creadores no es excusa para quedarse parado”, concluyen.