En busca del indeciso | 8. Amer, la duda ofende
En el pueblo natal de Carles Puigdemont, en Girona, el independentismo dormita a 42 grados de temperatura
El termómetro marca 42 grados de temperatura pero, políticamente hablando, hace frío en Amer, el pueblo de la provincia de Girona donde nació el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont hace 60 años.
El domingo, el vecino más ilustre de la localidad se conectó por videoconferencia desde Bélgica —donde permanece huido de la justicia desde hace cinco años y medio— para pedir el voto para su partido, ...
Amer (Girona)
El termómetro marca 42 grados de temperatura pero, políticamente hablando, hace frío en Amer, el pueblo de la provincia de Girona donde nació el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont hace 60 años.
El domingo, el vecino más ilustre de la localidad se conectó por videoconferencia desde Bélgica —donde permanece huido de la justicia desde hace cinco años y medio— para pedir el voto para su partido, Junts per Catalunya. Puigdemont, que también busca indecisos como esta serie de reportajes, se dirigió a ellos: “Cataluña no se defiende con los brazos cruzados. Cuanto más nos atacan, más debemos juntar fuerzas para poder defendernos. [...] El PP busca destruirnos y el PSOE agotarnos”, dijo.
Durante 10 minutos apeló a los independentistas “enfadados”, repartiendo críticas a la España, que “oprime” a Cataluña, y a ERC, “por buscar las palmaditas en la espalda”. A esa hora de la mañana, Puigdemont estaba tan alejado de su pueblo que apareció en la pantalla con las banderas de Europa y Cataluña vestido con una americana, una corbata y una camisa. Doscientas personas lo miraban sudando y agitando abanicos en bermudas, pero él no se sabía si estaba en campaña o proclamando una declaración de independencia. Había más ganas de meterse debajo de la sombrilla que de quemar banderas.
Las antípodas del independentista “enfadado” son Inma y Enric Castrofol, que apuran un café en la plaza del pueblo antes de irse a trabajar, él, y a la piscina, ella.
—¿Va a votar el domingo?
—Sí, sí, claro— responde Enric, moviendo la cuchara dentro de la taza. —Voy a votar a Junts— añade.
—¿Qué le pareció el mitin de Puigdemont?
—Mucho calor.
—¿Y a usted, Inma?
—No quiero saber ya nada de política. Nos dejó muy cansados. Pero votaré a Puigdemont, que es del pueblo.
—¿Qué le preocupa entonces?
—El trabajo para los jóvenes, que escasea, y el médico, que está un poco descuidado.
Amer es un coqueto pueblo de 2.500 habitantes en la comarca de La Selva, donde se mezclan las construcciones de origen medieval junto al monasterio de Santa María con chalés nuevos con alarma. En los balcones de la plaza central hay una docena de decolorados lazos amarillos, seis sábanas con el rostro de Puigdemont y una pintada de 3 por 3 metros en una bocacalle pidiendo el regreso de los “exiliados”. Si un marciano aterrizara ahora no pensaría que es la tierra natal del hombre que encabezó la crisis institucional más grave de la última década en España, pero buscaría corriendo sentarse en esta mesa para entender el ambiente.
—¿La independencia?
—Bueeeeeno, eso se ha desinflado mucho. La gente está muy cansada y, claro, Europa nunca lo va a permitir. Ha perdido fuerza— añade Inma.
A unos metros del relajante café, la pastelería de los Puigdemont acaba de subir la verja. La familia del líder independentista es muy querida en el pueblo desde que el abuelo Francisco abrió un colmado en 1929. Primero los padres y después dos de los ocho hermanos Puigdemont han seguido con el negocio, convertido hoy en lugar de peregrinaje nacionalista. Durante todo el día, estudiantes, parejas llegadas de toda Cataluña o residentes en el extranjero pasan a firmar en el libro de apoyo a Carles abierto en el mueble junto a bizcochos, barquillos y mermeladas de naranja.
Detrás del mostrador despacha Anna Puigdemont, que no quiere decir nada relacionado con la política. La hermana mayor de los Puigdemont fue señalada en 2019 por el juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón por hacer de enlace con movimientos violentos del independentismo.
—Buenas tardes, soy periodista. ¿Ya tiene claro a quién va a votar?
—(Risas, pero sin contestación).
En los últimos tres meses, el movimiento que encabeza su hermano no ha dejado de recibir varapalos dentro y fuera del pueblo. En las elecciones municipales del 28-M, Junts perdió un escaño en Amer, que pasó a ERC, y la abstención subió 20 puntos. Semanas después, se le escapó el Ayuntamiento de Barcelona y para el próximo domingo las encuestas auguran que quedará en tercera posición, por detrás de PSC y ERC, empatado en escaños con el PP. El verano negro del independentismo radical siguió a principios de julio cuando la justicia europea dejó sin inmunidad a Puigdemont, abriendo la vía para reactivar su entrega a España.
De vuelta al café de la plaza, la camarera se anima a intervenir.
“Yo me siento engañada por el independentismo”, dice. “Encima, no quería votar y me ha tocado en la mesa electoral. La democracia española ha colonizado Amer por donde menos lo esperaba”, ironiza.
A 42 grados de temperatura, el independentismo pasa frío en Amer, aunque ahora ríe un poco más.
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