Las últimas de la aldea en Galicia se “autocuidan”: “Antes salías y hablabas con gente. Ahora no hay nadie”
Han dedicado su vida a asistir a sus mayores en la enfermedad y la vejez. Ahora que son ellas las que superan los 70 años, su mundo se vacía de gente y servicios
Carmen Rodríguez, 87 años. Nieves Filgueiras, 82 años. Carmen Gómez, 80 años. Francisca Díaz, 73 años. Entre estas cuatro vecinas de la aldea menguante de Momán (Xermade-Lugo) han cuidado a lo largo de sus vidas a una decena de miembros de sus familias. Rodríguez atendió a una tía a lo largo de la enfermedad y hasta sus últimos días. Filgueiras, a tres tíos de su marido. Díaz, a sus suegros. Gómez, a dos tías políticas, a su suegra y a su esposo. La salud de este último se deterioró tanto que los ingresos hospitalarios se hicieron constantes y ella tuvo que deshacerse de sus nueve vacas. “No p...
Carmen Rodríguez, 87 años. Nieves Filgueiras, 82 años. Carmen Gómez, 80 años. Francisca Díaz, 73 años. Entre estas cuatro vecinas de la aldea menguante de Momán (Xermade-Lugo) han cuidado a lo largo de sus vidas a una decena de miembros de sus familias. Rodríguez atendió a una tía a lo largo de la enfermedad y hasta sus últimos días. Filgueiras, a tres tíos de su marido. Díaz, a sus suegros. Gómez, a dos tías políticas, a su suegra y a su esposo. La salud de este último se deterioró tanto que los ingresos hospitalarios se hicieron constantes y ella tuvo que deshacerse de sus nueve vacas. “No podía mantenerlas. O cuidaba de él o cuidaba de ellas. A ver quién me cuida a mí”, suspira.
Cuando Nieves se mete en cama, no cuenta ovejas para dormirse. Prefiere repasar el censo de los vecinos que quedan en Momán. Casa por casa. Nombre por nombre. Empezó a hacerlo el día en que su médico le preguntó el número de habitantes de la aldea y ella no supo decírselo. Mientras confiesa su peculiar método para atrapar el sueño, sus vecinas acompañan en coro la letanía. Salen un total de 36 en el núcleo principal, el corazón asfaltado de viviendas y calles vacías que rodea la iglesia y el campo da feira. Cinco de ellos son niños, el más pequeño de tres años. Sumando el resto de los lugares de la parroquia no llegan a 100 almas. De ellos también se saben los nombres. Y saltan sin miedo de rama en rama de su árbol genealógico.
La pujanza de las aldeas se ha medido en Galicia por los días de feria. Momán llegó a celebrar dos al mes. Ahora cero. También crió niños para llenar dos escuelas. Ya no queda ni un pupitre. “Esto cambió mucho. Hace unos años salías a la puerta y hablabas con gente. Ahora no hay nadie”, lamenta Díaz. Carmen Rodríguez y su marido, César, fueron de los primeros en hacer las maletas. “Por necesidad pura”, recuerdan. Emigraron a Bilbao a ganarse las lentejas. Ella trabajó limpiando una ciudad deportiva. Pero ya jubilada decidió regresar a Momán. La llamó una tía suya que la consideraba como una hija. Esta mujer necesitaba de sus cuidados en la vejez. Y Carmen volvió. “Si no, se iba para un asilo”, advierte. Ahora que ella tiene 87, dice que se “autocuida” junto a su marido de 88 años: “Él a mí y yo a él”.
Nieves Filgueiras se quedó viuda a los 40 años. Regentó la ferretería del pueblo que ahora lleva su hija. A sus 82 años sigue trabajando en casa, pendiente de sus gallinas y de su plantación de patatas: “Andar en la tierra me entretiene, lo hago por divertirme”. Asegura que toda la vida fue “muy esclava, de soltera y de casada”, pero al mismo tiempo se queja de no poder seguir despachando en su comercio porque la legislación no lo permite. “Si me ven, me multan”, afirma con fastidio.
En Momán ya no hay ni tienda de alimentación. Afortunadamente, aún pasa el panadero y de vez en cuando una furgoneta de venta de congelados, pero para el resto de las necesidades, quienes aún resisten allí tienen que desplazarse a Guitiriz, a 25 kilómetros, o Vilalba, a 30. Hubo un tiempo en que hasta les traían pescado fresco, pero aquello se acabó. El centro de salud está a seis kilómetros. Cualquier visita a un especialista, tan habitual a su edad, requiere un viaje de más de 50 kilómetros al hospital de Lugo. Como no conducen, y a falta de transporte público, dependen para todo de que puedan llevarlas sus hijos. Si ellos no están, solo queda el taxi.
Momán vivió siempre del campo y ahora esa tierra no tiene quien la trabaje. Los hijos de estas cuatro vecinas prefieren otra vida. Sus nietas también. “A la gente ya no le gusta, ¡qué pena!”, coinciden. Las explotaciones agroganaderas que aún perviven lo hacen gracias a trabajadores inmigrantes. Carmen Rodríguez y su marido, César, aún mantienen un buen huerto y un tractor. Pero tanto han subido los costes de producción últimamente que se han dado cuenta de que ya no les “compensa”, que les “sale más caro cosechar que comprar”.
La Universidad del mundo rural
Todas estas mujeres dejaron los estudios a los 12 o 13 años para ponerse a trabajar. Nieves Filgueiras se puso a plantar pinos. Carmen Gómez, a cuidar las vacas: “Mi madre me decía que los hombres tenían que saber más para ir a la mili”. Ahora van a la Universidad. La UNED creó en 2008 una sede en el rural gallego para mayores: la UNED Senior A Coruña, con subsedes en distintas parroquias. Una de ellas está en la antigua escuela de Momán. Los alumnos estudian asignaturas como medicina, informática, música o recursos naturales. “Nos juntamos, lo pasamos bien y siempre aprendemos algo”, celebran ellas. Lo estudiado en medicina les ha sido especialmente útil. Un compañero salvó a un vecino de morir atragantado gracias a que les enseñaron a practicar la maniobra de Heimlich. Y el marido de Carmen Rodríguez se dio cuenta hace dos años de que tenía síntomas de un infarto y llamó él mismo a una ambulancia.
La UNED Senior A Coruña, que tiene alumnos de más de 90 años, nació gracias al empeño del cura Luis Rodríguez Patiño por llevar servicios a los feligreses de las parroquias que atiende en cuatro ayuntamientos rurales de A Coruña y Lugo. Él fue quien creó en 2000 el primer Consejo de Ancianos de España, con 10 hombres y 10 mujeres, para salvar la memoria, la experiencia y el conocimiento de las “enciclopedias vivientes” que son los mayores. “Ese año me di cuenta de que la pirámide poblacional en estas zonas se había invertido”, explica. Hoy el porcentaje de gallegos de más de 65 años supera el 25% cuando en 1998 no llegaba al 20%, y en la comarca de Terra Chá, a la que pertenece Momán, el porcentaje roza el 35%. Según datos del Instituto Galego de Estatística, casi el 60% de las personas de ese grupo de edad son mujeres.
Resistencia en los pueblos
Los ancianos son quienes resisten en los pueblos y el párroco que llevó la Universidad a Momán defiende su derecho a seguir en sus hogares hasta el final: “Tienen que ser cuidados en sus casas. En Inglaterra, por ejemplo, la gente no deja los pueblos porque siguen teniendo servicios. Aquí, sin embargo, no hay ni medios de comunicación que cuenten nuestros problemas. Solo se habla de los mayores en las aldeas cuando hay desgracias”.
Las cuatro vecinas de Momán están convencidas de que su aldea se acerca a la desaparición. Piden a los partidos que se presentan a las elecciones autonómicas que impulsen ayudas eficaces a las zonas rurales de Galicia para atraer población y evitarlo. “Los políticos dicen que lo hacen, pero no lo hacen”, critica Carmen Gómez. Ella propone que los habitantes de estas zonas paguen menos impuestos. Francisca Díaz apoya la moción. Ella, que regentó la tienda de alimentación y taberna del pueblo, asegura que pagaba al fisco “como en una capital”.