De Mazón a Orriols
Existe un desgaste de la exigencia moral: toleramos a dirigentes que se instalan en la culpa ajena y observamos, atónitos, como se vigorizan fuerzas pirómanas
Era sentarse en una conferencia de Arcadi Oliveres, reconocido activista por la paz y la justicia social que nos abandonó en abril de 2021, y esbozar una sonrisa de complicidad cuando flirteaba con el juego del oxímoron, un clásico de sus charlas. Los preferidos de este articulista eran los que desnudaban el lenguaje bélico, como “fuego amigo” ...
Era sentarse en una conferencia de Arcadi Oliveres, reconocido activista por la paz y la justicia social que nos abandonó en abril de 2021, y esbozar una sonrisa de complicidad cuando flirteaba con el juego del oxímoron, un clásico de sus charlas. Los preferidos de este articulista eran los que desnudaban el lenguaje bélico, como “fuego amigo” o “inteligencia militar”, sintagmas de significado opuesto asumidos por el gran público sin la menor resistencia. Regresar a la sabiduría de Oliveres es pertinente ahora que, en nuestra política, fecunda en encumbrar a personajes hilarantes con más osadía discursiva que bagaje intelectual, se enlazan sinsentidos.
Incoherencias que florecen en Valencia, donde la elección del relevo de Carlos Mazón está condicionada por una renovada alianza política entre PP y Vox que pretende combatir el Pacto Verde Europeo. Como si la maldita dana, que provocó 231 víctimas hace justo un año, fuera una aislada “explosión” meteorológica -por utilizar la expresión de la exconsejera Salomé Pradas en los momentos de máxima tensión de la tragedia-, sin vínculo alguno con la emergencia climática. Los gestores de la Generalitat valenciana y sus aliados pretenden avanzar en la reconstrucción remando en dirección contraria a solución del problema: no se atiende la documentada fragilidad del litoral mediterráneo y se receta más oposición a la hoja de ruta europea para la transición ecológica. Hasta la próxima tragedia.
Asusta intuir como las respuestas ante los grandes retos colectivos se articulan desde la incongruencia política o la frustración ciudadana. En Cataluña, la extrema derecha no había condicionado gobiernos ni influido en discursos. Pero el auge demoscópico de fuerzas como Aliança Catalana, sumado a la consolidación de Vox -la primera con penetración en ciudades medianas y un territorio más rural y, la segunda, con más incidencia en el litoral y los entornos metropolitanos-, está modificando conductas. En Junts, la legítima voluntad de atender al votante frustrado por la incapacidad de digerir los resultados del procés y el cambio demográfico del país ha derivado en una agenda que prioriza los debates de la multirreincidencia, la okupación y la inmigración, con un vocabulario pensado para combatir posturas más ultras. El volantazo tiene sus peligros, porque los precedentes de conservadores que han mimetizado prioridades con la derecha extrema no son sinónimo de buena cosecha. Mientras, Sílvia Orriols ultima la apertura de su sede en Barcelona y espera salir más fortalecida de encuestas que se cocinan antes de fin de año.
Detectamos en la política lejana, ninguna de tan agitada como la estadounidense, como la mentira y la falta de empatía se incrustan en la vida pública, sin que penalice como lo habían hecho antes. Un desgaste de la exigencia moral que también percibimos en la realidad más cercana cuando la verdad se convierte en accesoria y se normalizan enfoques malintencionados, como el del “desbordamiento” migratorio. ¿Se acuerdan de aquel lema de Plataforma per Catalunya? “Primer, els de casa”. De la radicalidad periférica a la centralidad política, menudo viaje. El resultado es que toleramos a dirigentes que se instalan en la culpa ajena y observamos, atónitos, como se vigorizan fuerzas pirómanas. La sensatez de Oliveres ya nos habría regalado más oxímoron: “presidente Mazón” o “solución Orriols”.