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Crónica

Anatomía de un cronista

Las tres mayores facultades catalanas de Medicina necesitan unos 300 cuerpos al año para sus prácticas formativas: el del periodista Lluís Permanyer, fallecido el 23 de octubre, es uno de ellos

Los obituarios sobre el periodista Lluís Permanyer, fallecido el pasado octubre, incluían un dato revelador. Pese a su notoriedad no habría funeral ni entierro públicos: el que fuera uno de los cronistas más importantes de Barcelona había donado su cuerpo a la ciencia. Ni panteón neoclásico ni losa sepulcral con la trama de L’Eixample: el último servicio a la curiosidad que transpira su trayectoria será en una mesa de disección.

Solo las tres mayores universidades catalanas necesitan en conjunto casi 300 cuerpos cada año para cumplir con su actividad formativa. No solo los para los futuros médicos; también los matriculados en enfermería, logopedia, ingeniería biomédica y fisioterapia requieren formación en anatomía. Como pasa con casi cualquier tema relacionado con Barcelona, Permanyer también había escrito sobre disecciones. Ahora, es la anatomía del cronista la que será objeto de estudio.

Fue tema de uno de sus artículos en La Vanguardia el reencuentro de la Barcelona de los años veinte con la morgue medieval del hospital de Santa Creu. El veterano periodista recordaba, en octubre de 2024, como por 500 años gran parte de los despojos mortales de los pacientes pobres y sin familia eran material de estudio para catedráticos y alumnos. Los restos terminaban en una fosa común, el corralet, ubicada donde ahora está la fuente de los Jardines del doctor Fleming, en el Raval.

Medio milenio de ciencia derivó en shock ciudadano hace casi un siglo. El traslado del hospital al nuevo recinto modernista de Sant Pau, inaugurado en 1930, condenó la fosa común, que sobre el papel no funcionaba tras el veto real de 1.775. A la espera de reubicar la morgue, se optó por amontonar los restos y tapiarlos. La caída del muro, durante los trabajos de construcción de la Biblioteca de Cataluña, dejó al descubierto miles de calaveras emparedadas y, explicó Permanyer, la imagen era tan impresionante que un Picasso muy tocado quiso exorcizarla con Dona morta.

Como el cronista, el doctor Santiago Rojas tiene decido que su última clase será como pieza anatómica. Es el encargado de la Sala de disección, en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) por donde pasan estudiantes, investigadores y cirujanos buscando practicar procedimientos. “Mi primer aviso es que hay que tratar con respeto las piezas. Que eran personas y son delicadas. Pero que por ello no dejen de tocar todo lo que necesiten. Esto no es un museo”, explica.

Solo la UAB, requiere de hasta 70 cuerpos cada año para satisfacer sus necesidades. Desde hace 10 años tienen cerrado el registro de donantes, pues cuenta con 4.000 inscritos. Al otro lado de la lista está la Pompeu Fabra, con solo 250 voluntarios y aún recibiendo solicitudes. Su cupo son 16 fallecidos. Permanyer y su esposa, explican fuentes de su familia, habían optado hace muchos años por que sus cuerpos terminaran en la Universidad de Barcelona (UB). Es la que más requiere, al tener dos sedes: un total de 200. Alberto Prats, catedrático de la Facultad de Medicina de ese centro explica que allí tienen un registro de 13.000 voluntarios, pero calculan que unos 8.000 son efectivos. “A veces la familia se opone en el último momento o no sabían que era donante”, explica.

La voluntad de donación no es suficiente. Rojas explica que no pueden aceptar víctimas de muertes violentas o que hayan donado órganos. Se les necesita intactos. La ley impide además utilizar restos de personas con VIH o con hepatitis tipo B y C, algo que se certifica con una prueba que se le toma al cadáver. También se rechaza a personas con obesidad, pues el exceso de grasa dificulta el proceso. “La principal razón para donar es el altruismo pero muchas nos dicen que lo hacen también para evitar les cargas a sus familias”, apostilla Prats, que asegura que suelen ser ancianos los que se apuntan al registro.

A Permanyer le encantaba contar historias y lo hará hasta el último momento. En la UAB, una pierna o un tronco puede pasar por el escrutinio de 18 grupos de estudiantes, por dos horas cada uno, explica Rojas. Pero incluso por trozos, un cadáver explica muchas cosas, añade, mientras enseña la lesión que deja un ictus en un cerebro beige, efecto del líquido preparación cadáveres y que garantiza su conservación. Están marcadas para garantizar su trazabilidad y una vez acaban su vida útil, se les incinera. “Cuando se produjo el cambio institucional en el país, me pareció que sería más útil en el diario como cronista de Barcelona que hablando de Vietnam”, había asegurado el periodista en 1988 para explicar su paso de la sección de Internacional a la de local. Casi 37 años después, en el gran tránsito de la existencia, su utilidad llega a la mesa de disección.

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