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José Enrique Serrano, una institución

Como servidor público, forjó una autoridad que fue reconocida y ejercida allí donde estuvo

De José Enrique Serrano, profesor universitario, jurista, director de gabinete de los presidentes Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero y fin...

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De José Enrique Serrano, profesor universitario, jurista, director de gabinete de los presidentes Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero y finalmente diputado, se ha dicho mucho desde que nos dejó el pasado mes de junio, a los 75 años. Y todo bueno por parte de amigos, compañeros de Gobierno y de partido, y también de quienes le conocieron desde formaciones y posiciones políticas opuestas. Si hoy le dedico estas líneas es, más allá de para enorgullecerme de su amistad, para abundar en por qué se convirtió en un referente, una condición necesaria en la política y en la propia democracia. Y lo fue en lo personal, por su honestidad y generosidad; y en lo profesional, por su dirección, sus conocimientos, su apertura y su asunción de la tensión y las presiones, generando respeto, confianza y libertad en sus equipos.

José Enrique fue un referente para los gobiernos y las instituciones en que participó, y también para sus líderes y presidentes, porque siempre supo aconsejar con conocimiento, prudencia, compromiso y discreción; pero, sobre todo, porque era capaz de decir no. Con respeto, pero con firmeza, convicción y razones meditadas. El líder que sabe entender y valorar un ‘no’ de sus asesores tiene un gran mérito, pero aún mayor es el del asesor que asume el riesgo y el coste de oponerse cuando cree que debe hacerlo.

Además, ejerció esas capacidades y valores dentro de su partido, el Partido Socialista, consciente de su proyecto, de su tradición y de la lealtad, entendida como el compromiso profundo, la crítica constructiva y honesta, y el respeto por las decisiones y procesos internos, siempre a disposición, fueran quienes fuesen los líderes en cada momento. Con esos mimbres, no es raro que su carácter, como referente, se proyectase hacia otros partidos, en el Gobierno o en la oposición; en el debate y en la negociación.

Una unión de muchas virtudes que en José Enrique pasaban por sus conocimientos y su experiencia como jurista y como responsable público, pero también por su curiosidad y su apertura de miras que caracteriza a los auténticos universitarios, como él; y por el estudio y el trabajo profundo sobre cada proyecto, independientemente del prestigio y las posiciones que alcanzó. A ello sumó un respeto hacia los demás y hacia sus argumentos que sorprendía en alguien con su trayectoria y su posición, una honestidad intelectual que le impedía mentirse a sí mismo y la lealtad de no hacerlo a quien pedía su ayuda y su consejo. José Enrique forjó una autoridad que fue reconocida y ejercida allí donde estuvo; y que hizo de él una institución.

Como persona que recibí su afecto y su ayuda quiero expresarle mi agradecimiento profundo y mi reconocimiento. Como Ministra y Presidenta del Congreso debo agradecerle su consejo y apoyo, que siempre prestó generosamente y mejoraron mi actuación y la de esas Instituciones. Como ciudadana, consciente de su trabajo y su trayectoria, no puedo sino darle también las gracias por haber aportado mucho y bueno a tantos proyectos de los gobiernos en que sirvió y del partido al que enriqueció; y que hoy son la realidad de nuestro país. Darle las gracias por creer en la institucionalidad democrática con profundidad y convicción absolutas. Y, desde luego, echarle tanto de menos…

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