Síndrome de La Moncloa, síndrome de España
Nada se dice en la serie con González, Aznar, Zapatero y Rajoy sobre los cambios geopolíticos de nuestra época, expresión de un cierto ensimismamiento español
Está muy bien y tiene gran interés lo que nos cuentan González, Aznar, Zapatero y Rajoy, los cuatro expresidentes vivos en la miniserie de ...
Está muy bien y tiene gran interés lo que nos cuentan González, Aznar, Zapatero y Rajoy, los cuatro expresidentes vivos en la miniserie de Álvaro de Cózar recién estrenada. Cada uno expresa directamente, con el auxilio coral de sus colaboradores y en ocasiones sus familiares, los sentimientos, las sensaciones y las ideas que más pesaron en su presidencia y el legado que de forma más o menos explícita creen haber dejado de su paso por la cima del poder político.
También es significativo lo que no aparece, no se dice o se da por sobrentendido, quizás porque forma parte del paisaje o del trantrán sin drama ni tragedia de la vida cotidiana de los españoles. La monarquía, por ejemplo, apenas asoma en unas pocas estampas de actos oficiales, tomas de posesiones e inauguraciones. El rey, el actual y el anterior, no es un problema en este hilo narrativo, siéndolo como lo ha sido el primero para todos los presidentes, aunque solo se haya sabido en el mandato del último de los cuatro protagonistas. Poco a reprochar a los productores, si acaso al cuarteto presidencial, si sabían, porque poco hicieron y si no sabían, porque no quisieron saber.
Tiene toda la lógica, ante todo, porque la serie refleja muy bien el carácter cuasi presidencialista de nuestro sistema político. Pero cuando se habla del poder y de la gloria, de la responsabilidad última sobre las decisiones de Estado, de la historia y del futuro, queda en evidencia que estamos desde 1978 y de forma cada vez más consolidada en una república democrática, que adopta la forma de una monarquía parlamentaria. Si faltó el deber de vigilancia con Juan Carlos, la ausencia de Felipe en las cabezas presidenciales es un progreso, no una elipsis criticable.
Segunda ausencia, más preocupante, es la España sin Barcelona y sin catalanes que dibujan las evocaciones presidenciales. La capital catalana solo aparece, y para mal, el 1 de octubre de 2017, olvidada al citar los Juegos Olímpicos que celebró España por primera vez en el año de la Expo de Sevilla. Cataluña surge solo con la irrupción de Puigdemont, como un meteorito inesperado que exige la suspensión de la autonomía por parte de Rajoy. No es un solitario ángulo ciego que debiera preocupar únicamente a los catalanes, sino el efecto de la generalizada invisibilidad del Estado de las Autonomías en la meditación post presidencial de quienes lo construyeron.
Tercera, y todavía más relevante, es la escasa visibilidad del paisaje internacional. Algo de Europa, por supuesto; de los atentados de Washington y Nueva York el 11S de 2001; y de la guerra de Irak, de ida con Aznar y de vuelta con Zapatero, todo desde una visión periférica. Nada de los grandes cambios geopolíticos de nuestra época, quizás expresión de un cierto ensimismamiento español de profundas raíces históricas. Como si el síndrome de La Moncloa, que en una u otra medida todos han sufrido, fuera el síndrome de España.