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Una inflexión existencial

Desde la presunción del bien, el mal alcanza sus más crueles expresiones. Y esto es lo que vemos cuando los dirigentes europeos titubean a la hora de señalar a Netanyahu

Desde las páginas de Le Monde, dos personalidades de la escena cultural israelí, Noam Ben-Zeev, periodista y crítico musical, y Yael Perlov, realizadora y profesora en la Universidad de Tel Aviv (Israel), apelan a los europeos a movilizarse para salvar Gaza. Se preguntan si hay palabras para describir el dolor que Israel está infligiendo a la población palestina, como si buscaran una explicación a la resistencia a enterarse de las atrocidades en curso. Sin ambages: “...

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Desde las páginas de Le Monde, dos personalidades de la escena cultural israelí, Noam Ben-Zeev, periodista y crítico musical, y Yael Perlov, realizadora y profesora en la Universidad de Tel Aviv (Israel), apelan a los europeos a movilizarse para salvar Gaza. Se preguntan si hay palabras para describir el dolor que Israel está infligiendo a la población palestina, como si buscaran una explicación a la resistencia a enterarse de las atrocidades en curso. Sin ambages: “Israel, incapaz de lavar su alma del traumatismo de la Shoah y del exterminio sufrido por los judíos europeos, inflige a su vez el horror a otro pueblo”. Una dialéctica del mal profundamente enraizada en la historia de la humanidad.

El mal es el que funda. Frente a él se ha construido el bien, pero a menudo es desde la presunción del bien que el mal alcanza sus más crueles expresiones. Y esto es lo que vemos en estos momentos, en que los dirigentes políticos europeos titubean de manera vergonzante a la hora de señalar a Benjamín Netanyahu que, abandonando cualquier noción de límites, organiza la destrucción sistemática de un pueblo, sin que Europa actúe con resolución para acabar con tan infernal aventura. La culpable memoria del pasado –el exterminio nazi- y el temor reverencial al poder judío frenan cualquier disposición a llamar las cosas por su nombre y poner a Israel ante su responsabilidad.

Una Europa en plena crisis moral y política, con una manifiesta pérdida de autoridad en el mundo y ofreciéndonos el patético espectáculo de la entrega de las derechas conservadoras y liberales a la extrema derecha y su apuesta por el autoritarismo postdemocrático, se está quedando sin voz ante la atrocidad. Y cualquier denuncia contra Israel viene enseguida cargada de atenuantes, porque no se quiere dar el paso de reconocer que el gobierno de Netanyahu ha entrado definitivamente en la fase de aniquilación de los gazís. Un crimen que nadie debería justificar. En realidad, no osar poner a Netenyahu en su sitio es una ofensa a la totalidad del pueblo judío sometido al silencio sin que nadie eche una mano para que se pueda rescatar.

Emmanuel Macron soltó en un principio algunas críticas, pero ha bajado el tono rápidamente, atrapado en sus cuitas francesas y Pedro Sánchez –en su intento de dar un poco de vida a una socialdemocracia en extinción- es quien ha ido más lejos en la exigencia de sanciones y respuestas al gobierno de Israel, sin demasiado éxito. De hecho, últimamente el núcleo duro de la Unión Europea le está dejando de lado por su desmarque de la lógica militarista frente el incremento de los presupuestos de Defensa y por el señalamiento a Netanyahu.

En este contexto, la pasada semana, el presidente Illa aprovechó una conferencia en Science Po, en París, para pedir a la Unión Europea el paso a la acción contra el genocidio de Gaza, “limitando el comercio con Israel y yendo más allá con todos los medios de presión a su alcance”. “La sordera de Europa” es para Illa “un punto de inflexión existencial” que no se puede minimizar. Y señaló que la Unión debe salir “del vasallaje” hacia el que parece deslizarse “afrontando las amenazas exteriores: las amenazas de las Estados Unidos y la guerra Putin”. “Las desigualdades son territorio fértil para los populismos más reaccionarios”. Y el silencio ante las atrocidades empequeñece a una Europa en riesgo de ser marginada por las grandes potencias.

Los que tienen una visión regional y estrecha de la política, consideraran como fuera de lugar que el presidente catalán se manifieste en política internacional. Afortunadamente, no es el primer presidente en hacerlo. Pujol y Maragall tenían siempre un ojo puesto en el mundo, una manera de recordar la presencia de Cataluña como nación. Y ahora mismo denunciar a Netanyahu es un deber de reconocimiento del pueblo judío, que no merece estar atrapado en la responsabilidad de este delirio genocida.

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