El Museu Martorell de la Ciutadella de Barcelona reabre con muy buenas intenciones y algún pecado original

El nuevo centro debate su papel, exhibe una gran colección de “taxidermia animada” y trata críticamente la presencia de restos humanos en los museos pero escamotea que tuvo de inquilino al Negro de Banyoles

Imagen de la exposición inaugural del nuevo Museu Martorell de la Ciutadella.Massimiliano Minocri

El antiguo Museu Martorell del parque de la Ciutadella, uno de los lugares prendidos a la memoria de los barceloneses (era el viejo Museo de Geología), ha reabierto hoy oficialmente sus puertas tras una laboriosa rehabilitación y reconvertido en flamante Centre Martorell d’Exposicions. Dependiente del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona (NAT), del que es una de sus sedes, y pieza esencial del programa para convertir el parque en polo científico y “Ciutadella del Coneixement”, el centro se ha inaugurado con dos exposiciones temporales, Natura o cultura?, una visió des del museu de ciències naturals, producida por el propio museo y que revisa su historia (y esboza su futuro), y Wow, animals de museu: ciència, tècnica i art, en colaboración con el Parque de las ciencias de Granada, que exhibe una espectacular colección de fauna salvaje taxidermizada.

La restauración y adecuación del edificio, que han financiado el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Cataluña y ha costado 6,2 millones de euros, preserva la configuración original de las salas, con la galería abalconada, pero ha incluido, además de rampas por la entrada del parque, la creación de un luminoso segundo acceso por el paseo Picasso, lo que permite conectar la Ciutadella con el barrio de Sant Pere, Santa Caterina y la Ribera. Se han mantenido la pétrea colección geológica ante la fachada (eso si es una colección permanente) y la columnata dórica flanqueada por las estatuas del botánico barcelonés Jaime Salvador y el militar, explorador y naturalista de Barbuñales (Huesca) Félix de Azara (con su papagayo muerto), señas de identidad del museo. El Museo Martorell (por Francesc Martorell, que legó en 1878 a la ciudad sus colecciones de ciencias naturales y arqueología y fondos para construir un museo que las alojara) fue el primer edificio diseñado como museo público en Barcelona (y Cataluña). Inaugurado en 1882, se lo reconvirtió en Museo de Geología en 1924 hasta que cerró al público en 2010.

El nuevo museo se presenta –y así lo han recalcado las autoridades en la inauguración— como un centro moderno e inclusivo, abierto a todos y todas, que ofrece una propuesta de “conocimiento riguroso, accesible y transformador” (según ha expresado en el acto la consejera de Cultura, Natàlia Garriga, que ha enfatizado la importancia de “articular una visión de país” a través de la naturaleza). Y es a la vez ejemplo del “renacimiento cultural y científico de Barcelona” (como ha subrayado el alcalde Jaume Collboni, señalando entusiásticamente un “florecimiento” que se adelanta a la primavera). El alcalde ha animado a la ciudad a creer en sí misma como antaño, echando pelillos a la mar de los recientes sinsabores políticos; ha llamado a combatir con conocimiento, desde el Martorell, el negacionismo climático y las fake news ambientales, y a “llenar de niños y niñas” el museo para explicarles cómo pasan las cosas desde la ciencia, la razón y los valores de la Ilustración. Ha acabado citando la frase de Descartes con la que se abre el recorrido expositivo del museo (hay otras, de Ralph Waldo Emerson o, sorprendentemente, de Rosa Luxemburgo): “La admiración es la primera de todas las pasiones”.

La fachada del Museu Martorell en la inauguración de la rehabilitación del edificio. Massimiliano Minocri

El director del Nat (que incluye el nuevo Martorell), el biólogo Carles Lalueza, ha subrayado que el museo se integra en la modernidad —conservando elementos patrimoniales— con la voluntad de hacer investigaciones en temas acuciantes como el cambio climático, la biodiversidad, la sequía o las especies invasoras (ha señalado con un guiño a las cotorras argentinas que coreaban su parlamento desde un pino). Lalueza ha recordado de manera entrañable las visitas que, vecino de la calle del Rec, hacía al Martorell de niño cada domingo con su padre. “Ha pasado medio siglo y los niños de ayer tenemos hoy la responsabilidad de ofrecer herramientas científicas para hacer frente a los grandes retos de nuestra época”, ha dicho, para expresar su deseo de que el Martorell vincule “ciencia y ciudadanía”. El museo, ha recalcado, ha de enfocarse en ofrecer “exposiciones científicas sobre temáticas de fuerte impacto social”.

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No obstante, y pese a todas las grandes palabras, buenas intenciones y expresiones de corrección política (se aborda el tema de la descolonización de los museos y a la salida hay un cuestionario en el que puedes especificar tu género como “no binario” o negarte a concretarlo), el Martorell abre enredado en el propio debate al que alude él mismo. Es algo parecido a lo que ocurre en otros museos de raíz decimonónica obligados a lidiar con sus propios orígenes (y fantasmas).

Para explicar su historia (y la de otros centros similares), el Centre Martorell, que hace un totum revolutum o poti-poti con documentos, viejas y románticas cajas de especímenes, mobiliario antiguo (el despacho del director en el siglo XX), un trozo del meteorito de Terrassa, fotos de leones del zoo abatidos en la Guerra Civil, la historia de la estatua de mamut del parque (1907), la presencia pionera de mujeres en el museo, la investigación sobre escarabajos cavernícolas e incluso un robot, no duda en echar mano de elementos de sus colecciones que pueden resultar desconcertantes o hasta incómodos para alguna sensibilidad actual. Como el esqueleto del popular elefante del zoo Avi (que se llamaba Baby cuando llegó en 1892), un gran cocodrilo disecado —probablemente el que cazó en el río Ugalla y cedió al museo Armand Basi: es difícil identificar con certeza un cocodrilo disecado, aunque lo hayas conocido de cerca— , un gatito metido en un frasco, o un cráneo humano (afortunadamente no se dice que sea de un negro).

Aunque se habla ampliamente de los casos de seres humanos exhibidos en museos (Angelo Soliman, que se mostraba disecado en el Museo de Historia Natural de Viena, o Saartije Baartman, la llamada Venus Hotentote, cuyo esqueleto, cerebro y genitales con macroninfia se guardaban en el Museé de l’Homme de París), el Martorell se guarda la jugosa información de que el famoso Negro de Banyoles residió una temporada en el museo (en 1887, en depósito de su propietario Francesc Darder), como acredita su propio archivo.

Por otro lado, la segunda exposición inaugural, presentada bajo el anglicismo Wow (que alguien considerará desafortunado colonialismo lingüístico), consiste en un conjunto realmente espectacular de animales salvajes disecados, un absoluto despliegue de taxidermia “en movimiento” que, en una época en la que, para no herir susceptibilidades, se opta en algunos museos por reproducciones en material artificial, no deja de sorprender también. Es cierto que esa exposición —que llena de fauna naturalizada una de las dos grandes salas del museo e incluye dioramas de leones cazando cebras, una asombrosa estampida de cabras salvajes voladoras, jirafas que rozan el techo, ciervos combatiendo o ñues en fuga— es muy llamativa y, con sus inmensas posibilidades para el selfie, va a ser muy visitada. Así que, aunque Lalueza aspiraba a abrir con una de dinosaurios, a partir de un tiranosaurio, es una muy buena opción para dar a conocer el nuevo museo y colocarlo en el mapa.

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