Hartos de vivir en Barcelona que se marchan de la ciudad: “Ha dejado de ser amable”

Un hilo de Twitter concentra a desertores por el precio de la vivienda, la agresividad del mercado laboral, la masificación o cambios de chip con la pandemia

Javier López Menacho, en el cauce del río en Valencia, adonde se mudó hace un año desde Barcelona.Mònica Torres

“Pues ya está. Me voy de BCN. 24 años aquí han sido suficientes. Me voy como tantísima gente y seguramente por los mismos motivos. Marcharse es tendencia”. Una tarde cualquiera, las redes sociales se convierten en termómetros de cosas que pasan. Ocurrió con el tuit que acompaña este texto. De Agnès Font, que trabaja de jefa de prensa de la editorial Capitan Swing en la ciudad. En pocos minutos se formó un hilo con respuestas de amigos y conocidos. Lo lamentaban, aseguraban que habían hecho lo mismo, o que se disponían a hacerlo. Abandonar la ciudad. A la invitación de un colega a volver, Font ...

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“Pues ya está. Me voy de BCN. 24 años aquí han sido suficientes. Me voy como tantísima gente y seguramente por los mismos motivos. Marcharse es tendencia”. Una tarde cualquiera, las redes sociales se convierten en termómetros de cosas que pasan. Ocurrió con el tuit que acompaña este texto. De Agnès Font, que trabaja de jefa de prensa de la editorial Capitan Swing en la ciudad. En pocos minutos se formó un hilo con respuestas de amigos y conocidos. Lo lamentaban, aseguraban que habían hecho lo mismo, o que se disponían a hacerlo. Abandonar la ciudad. A la invitación de un colega a volver, Font respondía con el motivo que encabeza la lista de argumentos para irse: “Si se pueden pagar los pisos a un precio decente, no descarto volver en un futuro”.

La lectura del padrón municipal a 1 de enero de este año indicaba que la ciudad perdió población en 2021 por segundo año, en parte debido a la sobremortalidad de la pandemia, pero también por un saldo migratorio negativo de 16.000 personas entre quienes llegaron (117.300 altas en el padrón) y quienes se marcharon (133.327 bajas). Se trata de la emigración más alta registrada en medio siglo, señaló la Oficina Municipal de datos del Ayuntamiento cuando presentó los datos.

Ponerse en contacto con los que respondieron a Font permite ampliar la lista de argumentos de quienes han desertado de la condición de barcelonés, hayan nacido en la ciudad o lleven décadas viviendo en ella. A saber: la agresividad del mercado laboral, los precios, el empeoramiento del espacio público, la falta de verde, la masificación, las dudas sobre criar hijos aquí, un cambio de chip con la pandemia y el teletrabajo… “De fondo hay gente que quiere un modo de vida sostenible y saludable, trabajar y tener tiempo libre. En Barcelona compites porque tus condiciones de vida están en juego”, dice uno de los entrevistados, que ha estrenado vida en Valencia. Todos están en la década de los 40 y comparten el privilegio de poder teletrabajar o de ser empleados públicos.

“La ciudad ha dejado de ser agradable, se ha vuelto hostil”

Font vive rodeada de cajas en el piso que deja para marcharse a Canet de Mar. Reconoce que “una hora de tren no era la idea”, con su pareja querían quedarse más cerca, aunque el piso de 90 metros con techos altos por 850 euros que alquilarán en Canet no existe en Barcelona. Font llegó a Barcelona hace 24 años, con 18, procedente de Castellterçol (Moianès, Barcelona). Más allá del precio de los pisos —”debería haber una regulación de los precios”, considera―, tiene la sensación de que “después de la pandemia, puede ser doctrina del shock, pero parece que todo el mundo va a sacar el máximo beneficio”. Se refiere a los precios de cuestiones cotidianas como tomar algo o comer de menú. “La ciudad se ha vuelto hostil, ha dejado de ser amable: no poder tomar una caña si no comes; almorzar en una hora… quiero ser prudente y no acusar, porque en algunos casos habrá razones, pero me pregunto adónde pueden ir las abuelas a tomarse un café”.

“La agresividad y la hipercompetencia laboral son ley de vida”

La primera respuesta al tuit de Font, 11 minutos después, fue Javier López Menacho (40 años): “Yo llevo un año viviendo en otra ciudad y la vida es ahora más calmada, sin tanto estrés y exigencias económicas”. Nacido en Jerez de la Frontera, llegó a Barcelona en 2009 y lleva un año en Valencia, adonde se ha trasladado con su pareja por una razón de peso: están en un piso propiedad de la familia de ella que los libra de pagar vivienda. “Estábamos cerca de 1.000 euros, el porcentaje de ingresos que se lleva el alquiler nos hizo replantear la vida para que fuera más sostenible, para no temblar el día que se te estropea el calentador y ese mes tengas dentista”. En un texto de despedida publicado en su blog, López Menacho lamentaba que de 12 personas con las que compartió piso en Barcelona, no queda ninguna en la ciudad. “La primera razón fue la vivienda, pero el fenómeno es transversal: la sostenibilidad, la gentrificación y el lenguaje neoliberal este de ‘nos adaptamos a las circunstancias del mercado’ cuando te suben el alquiler, la falta de espacios verdes…”. Y destaca “la agresividad laboral, la hipercompetencia entre el talento que confluye en un mismo espacio y, como las empresas saben que se puede reemplazar, pueden explotar. La competitividad es ley de vida”. Añade: “Aquí el ritmo y el clima de trabajo es más plácido y conciliable; en Barcelona la gente curra 10 horas que el fin de semana dejan un despojo que solo quiere ir al sofá a ver Netflix”. Tanto él como su mujer, ambos empleados en tecnológicas, pueden trabajar desde casa. “Tengo una calidad de vida que antes ni soñaba”, concluye.

“Cuando tenía 20 años, aprovechaba lo que me ofrecía Barcelona. Ahora ya no”

Cesc Cornet (43 años) y su marido son profesores. Los dos de fuera de Barcelona (La Cellera de Ter, Girona; e Igualada, Barcelona) y han vivido más de dos décadas en la ciudad. Pero la llegada de un niño de adopción nacional marcó un antes y un después. “Antes, la ciudad era otra, ha cambiado y tampoco la aprovechas igual, pero había muchos factores que me echaban atrás: educar un hijo cerca de la familia, tener un trabajo que podemos hacer en Girona, los precios de la vivienda [han vendido el piso de la ciudad y han comprado en el pueblo], que tienes la sensación de que todo el rato pagas más de lo que toca, las colas para todo [médico, parque…], la presión turística, la contaminación, los malos olores, el zumbido del tráfico constante…”, explica. En La Cellera, con el mismo sueldo han ganado poder adquisitivo, pagan “menos que en Barcelona con plaza de parking y vistas a la montaña y el río”. La pareja que les ha comprado el piso, en Sagrada Familia, “no son de Barcelona”, cuenta. “Y se imaginan su vida en la ciudad como yo la imaginé. Es como una cadena”.

“Barcelona, como Madrid, se ha vuelto hostil con todo aquel que no esté de paso”

En el hilo de Twitter, las razones para marcharse de Barcelona son muy variadas. Roberto Moure (47 años) respondió así a Font: “Yo me fui en enero después de que cerrase la Nissan, ahora estoy en León y debo decir que estoy en la gloria”. Es una sensación “agridulce”, explica desde su ciudad natal: “Es perder una parte de tu vida, de muchos años, 18, el entorno, la gente, las rutinas, pero también de respirar porque el cierre de la fábrica fue un proceso largo y doloroso”. Y añade: “Me siento catalán desde el minuto uno. Me gusta el idioma, la gente, la tradición, pero ha habido un punto en que al igual que me ha pasado con Madrid las dos veces que he tenido que viajar en este año, me da la impresión de que Barcelona se ha vuelto hostil con todo aquel que no esté simplemente de paso”. Moure está estudiando para sacarse oposiciones en la ciudad donde están sus padres y explica que durante dos años podrá vivir del subsidio del paro. “Sin tener que comerme la indemnización del despido”, aclara, “cosa que en Barcelona con el coste de la vida hubiese sido imposible”.

“Era vorágine entre semana, querer salir el finde y no querer volver el domingo”

Este es el segundo curso en el pueblo para la familia de la arquitecta Eva Rus (49 años), nacida en Barcelona y que de niña vivió entre la ciudad y el Vallès, y luego en el extranjero. En la gran ciudad ha vivido 24 años con su marido, alemán, siempre en el centro. “Primero en el Raval, esperando que cambiara como otros barrios, luego en la Via Laietana, esperando la pacificación, luego en la calle de Bruc y con un despacho tienda en Sant Antoni. Entre el atentado de la Rambla, el procés y la pandemia, la vida en la ciudad y para el despacho cambió. Cuando no era una cosa era la otra”, cuenta. Sumando alquileres de vivienda, oficina-tienda y coche, llegaron a pagar más de 3.000 euros al mes. “No nos compensaba lo que ofrece la ciudad y puedes hacer por lo que cuesta, parece que trabajes para los propietarios inmobiliarios. Era vorágine entre semana, querer salir el finde y no querer volver el domingo”, relata. Lo cerraron todo y se marcharon a Castellterçol (2.600 habitantes), donde llevaban dos años veraneando. Teletrabajan y visitan clientes cerca o viajan en proyectos europeos. Tienen tres hijos. “Vivir en Barcelona, por los gastos, te genera fragilidad; ahora estamos más descansados, incluso tenemos más potencia física, la calidad del aire no tiene color”, sintetiza. Lo único que echa de menos es no tener que desplazarse si quiere variedad de alimentos, encontrarse con amigos en la calle y caprichos como hacerse la manicura sin pedir cita: “Lo bueno es que Barcelona siempre está”.

Victor y Eva, con sus hijos Pep y Mia. Son profesores y en cuanto uno de los dos tenga plaza en Puigcerdà (Girona), se marcharán de Barcelona, aunque el otro no tenga trabajo.Albert Garcia

“En cuanto uno de los dos tenga plaza, nos vamos, aunque el otro no tenga trabajo”

Eva Morros (35 años) y su marido Víctor Guasch (44) son de Barcelona, los dos profesores, amigos de Cesc Cornet, y nunca les había pasado por la cabeza irse. Hasta la pandemia. Algunas vacaciones habían alquilado un piso en la Cerdanya (Girona) y el verano de la pandemia, de 15 días iniciales estiraron hasta dos meses… y luego todo el curso. Nació su hijo pequeño y pasaron toda la baja allí, casi un curso entero. “Volver ha sido horrible, la idea es pedir plaza en una escuela pública allí para Víctor”. Eva dice que se va sin trabajo: “Me da igual”, asegura. Y ya ha mirado escuelas. Compraron una planta baja en Puigcerdà, “una superoportunidad”, y pese a ser “superurbanitas” creen que para los niños no hay comparación. “En Puigcerdà pueden ir solos, se tiran por el suelo, hacen vida de pueblo, juegan por todos lados. En Barcelona vas al parque y somos 300 y las cacas de los perros”.

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