Patti Smith celebra la perpetua credibilidad del rock en el festival Jardins de Pedralbes
Un público enfervorecido vibró por todo lo alto con ‘Because the night’ y ‘Gloria’
Cuando el frío aún marcaba su ley, cantidad de rumores hablaban de la posible discontinuidad del festival Jardins de Pedralbes, problemas con nuevas disposiciones municipales e, incluso, el acoso de una empresa de la competencia. Finalmente, todo quedó aparentemente en nada y el certamen ha podido comenzar a celebrar, porque de una celebración se trata, su décima edición c...
Cuando el frío aún marcaba su ley, cantidad de rumores hablaban de la posible discontinuidad del festival Jardins de Pedralbes, problemas con nuevas disposiciones municipales e, incluso, el acoso de una empresa de la competencia. Finalmente, todo quedó aparentemente en nada y el certamen ha podido comenzar a celebrar, porque de una celebración se trata, su décima edición con un cartel repleto de estrellas.
Al llegar al recinto, la amplia alfombra roja, no podía faltar, sigue recibiendo a los visitantes. Pasada esa primera sensación, en el interior el ambiente no parecía excesivamente alterado, pero ¿dónde están las hamacas? Esas que permitían tumbarte, con la copa en la mano o no, a escuchar el canto de las cigarras y el agua borboteando en las fuentes. No, ya no están. El espacio ocupado se ha reducido, incluso para llegar a la pérgola de Gaudí has de pedir permiso a uno de los muchos y amables acomodadores, que te lo da, por supuesto. En el otro extremo, se llega sin problemas hasta la fuente de Hércules (que, por cierto, necesita una pronta rehabilitación: cada vez se asemeja más a Scarface) pero, la verdad, nadie parece hacerle caso y mucho menos apretar el pulsador que deja correr agua por la estructura gaudiniana.
Una hora antes del concierto principal, el Village estaba muy animado y las barras de bares y restaurantes no daban abasto. Encontrar una silla era misión imposible y eso que para esta edición las nuevas disposiciones municipales sobre el aforo han llevado a que ya no se vendan entradas solo para el Village y sus dos conciertos como en años anteriores, ahora todo el mundo está allí por el concierto principal. Tal vez por ello, las dos actuaciones previas, una en cada extremo sin molestarse, hayan quedado reducidas a poco, ni siquiera están anunciadas.
En el escenario principal, algo más de tres mil espectadores, unos de pie, otros sentados, se reunieron para una tórrida e intensa velada que más que un concierto fue una ceremonia mística de exaltación de la perpetua credibilidad del rock (así, sin más, sin apellido).
Sin ningún tipo de montaje escénico, solo unas proyecciones de colores golpeando la fachada del Palacio Real y un par de banderas de Ucrania sobre los altavoces, Patti Smith apareció, también sin ningún protocolo, rodeada de sus músicos de toda la vida (a los que la incorporación de su hijo ha aumentado la sensación de que se trata más de una familia que de una banda). Las primeras notas de Redondo Beach nos llevaron ya hasta aquel inolvidable primer Horses de 1975. Sí, Patti Smith no había cambiado. A pesar de haber cumplido ya los 75 años, su carisma escénico sigue siendo mesmerizante. Menuda, con su emblemática cabellera blanca realzada por la iluminación, camiseta blanca, chaleco y chaqueta oscura a pesar de que en ese momento el termómetro marcaba 29 °C, intimidando con el sólo movimiento de sus manos, Smith llenaba absolutamente todo el escenario. Radiante y terriblemente comunicativa pasó de Bob Dylan (en ese momento se despojó de la chaqueta, claro) a recordar los veinticinco años de la muerte de Allen Ginsberg leyendo, en uno de los momentos álgidos y angustiosos de la noche (las palabras se clavaban como dardos afilados), su poema Footnote to Howl.
Después de eso, el concierto discurrió con el público totalmente entregado y no bajó de tono en ningún momento a pesar de un par de entradas en falso de la poeta-cantante resueltas con humor (Take two). Manos alzadas, movimiento constante y todos los estribillos coreados. Free money encendió unos ánimos ya encendidos (“vamos a soñar que el dinero es gratis”). Hacia la mitad, Smith dejó solos a sus músicos pero no abandonó el escenario, se quedó en un lateral bailando mientras ellos rendían homenaje primero a Jimmi Hendrix y después a Iggy Pop. Y ambos nombres sonaron coherentes en el contexto de la velada.
Ya en la recta final Smith tomó la guitarra para volver a Dylan antes de alcanzar las alturas con Because the night y Pissing in a River. El personal no podía estar ya más entregado, así que cuando comenzaron las primeras notas de Gloria Pedralbes se vino abajo. Y la Smith, se le notaba en la sonrisa, no sólo parecía encontrarse muy bien, sino estar, como quien dice, algo emocionada por aquella intensa comunión. Del público brotaron centenares de móviles para recordar el momento y los mismos músicos inmortalizaron al público en sus propios teléfonos. People have the Power marcó una despedida a lo grande con todo el mundo de pie, pista y gradas, cantando exaltados y la Smith inconmensurable. Realmente salimos de Pedralbes creyendo que la gente tiene el poder, ojalá se haga realidad.
Puedes seguir a EL PAÍS Catalunya en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal