El Sónar abraza la música popular con C. Tangana, Nathy Peluso y El Niño de Elche

Los tres artistas conectaron con la memoria musical de una audiencia mayoritariamente local

Una imagen del concierto de Moderat en la madrugada del viernes en el Sónar.Marta Perez (EFE)

Será todo lo avanzado que se quiera, nos enseñará cómo anticipar el futuro acunados por el coltán e incluso nos hará creer que estamos a punto de alcanzar el mañana, pero cuando el público se aproxima al Sónar, tanto al diurno como al nocturno, lo que oye, aquello que lo recibe, es el retumbar percutivo, graves que retrotraen a un pasado ritual, celebrante y tribal. El festival de tecnología casi suena a terso parche de piel an...

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Será todo lo avanzado que se quiera, nos enseñará cómo anticipar el futuro acunados por el coltán e incluso nos hará creer que estamos a punto de alcanzar el mañana, pero cuando el público se aproxima al Sónar, tanto al diurno como al nocturno, lo que oye, aquello que lo recibe, es el retumbar percutivo, graves que retrotraen a un pasado ritual, celebrante y tribal. El festival de tecnología casi suena a terso parche de piel animal. Es por ello, casi como consecuencia lógica, que en la jornada del viernes la música popular, los estilos de siempre, la música que nos articula culturalmente como sociedad, ha sido el eje de una programación celebrada por un público que llenó los espacios diurno y nocturno, público además mayormente local entre el que los extranjeros eran una simple nota de color. Los conciertos de C. Tangana, El Niño de Elche, Samantha Hudson, Nathy Peluso y, ya con la brújula en otras latitudes, los de Kamo Mphela o Young Sing & Suchi dieron fuste a una jornada en la que todo sonó familiar. Si olvidar el pasado condena al extravío del futuro, el viernes el Sónar estuvo instalado en ese futuro que abrazó a la multitud con algo tan inmersivo como la juerga.

Lo de C. Tangana es uno de los mejores guiones musicales que se han escrito en los últimos años de la música en castellano y el público respondió. Llenazo casi agobiante en el hangar principal de la Fira en Hospitalet para seguir su concierto, saldado con un éxito apabullante, y eso que en los laterales se escuchaba fatal. No fue mejor que en el Sant Jordi, como ocurriera en el Primavera con Dua Lipa, los festivales tienen otro contexto, alguna limitación y la francachela de un público que comunica verbalmente a su entorno cuánto está disfrutando. En el caso de Tangana se quedó por el camino uno de sus aspectos más destacados: una realización de vídeo ágil y dinámica que en la montaña olímpica construyó una película llena de grandes planos que hacían más sugestivo seguir el concierto a través de las pantallas. En la Fira hubo realización, pero no explotó los recursos con tantos resultados, faltó la continuidad de un espectáculo completo ya dominado. En una hora, Tangana volvió a reivindicar la música de padres y abuelos, la raíz latina como elemento de orgullo y la alegría construida con claves que no resultan ajenas. Eso se tradujo en el hangar lleno de brazos que se curvaban bailando rumbas, caderas que cimbreaban al calor del son, olés cuando sonó flamenco y escenas de baile de pueblo en fiestas. Los extranjeros, diluidos entre las palmas, enmudecidos por estribillos que no conocían, asistían a un espectáculo del que no tenían las claves en un festival que les sacaba de su zona de confort haciéndoles sentir que esta vez sí habían viajado. Al final de la noche, la elegancia de Moderat les devolvió al Sónar de toda la vida con un espectáculo de luces impecable en su sobriedad.

Pero antes lo mismo que con Tangana pasó con Nathy Peluso, que le acompañó en Ateo durante su concierto. Si en sus tiempos Massiel fue calificada como La Tanqueta de Leganitos, esta argentina afincada en Madrid es una división acorazada al completo. Vistió como manda la moda festivalera en ambos sexos, transparencias de encaje negro para visibilizar zonas de sacudida twerking o aquellas, las mismas, sobre las que quería llamar la atención, como cuando de espaldas al personal y con las posaderas en pompa situó una rosa roja en el mismísimo centro para dejar afónicas a las mujeres allí presentes, principales motores de su actuación. Con una banda que incluía dos metales, con el sonido tradicional imponiéndose al digital y con ella por encima de la multitud, caminando segura sobre una pasarela elevada, Nathy Peluso, físico dominador, voz con trapío, energía a espuertas, aplanó cualquier resistencia. Sí, lo suyo son las músicas urbanas, pero el acento latino, bachata incluida, es la llave que abre la comprensión de su espectáculo. Más música popular que comprenderían las madres y abuelas de quienes allí capitularon sin condiciones, entre sonrisas y cuerpos sudados.

Más cuerpos sudados, más sonrisas y más capitulaciones tuvieron lugar en la tarde con el espectáculo de Músika Festera orquestado por otro apadrinado del Sónar, El Niño de Elche. Subtexto: la música de fiesta y la diversión es también política, como también afirma Joan Garriga (ex Troba Kung-Fú y hoy Mariachi Galáctico). La diversión es incontrolable, como bien sabía Franco al prohibir el carnaval, la fiesta se sabe cómo comienza, no cuándo ni cómo acaba. Por eso resultó brillante juntar a una banda valenciana que entró por en medio del público, como un mar que se abre por mandato divino, y a una música electrónica Ylia, para disparar bases más sólidas que un garbanzo sin cocer. Rematando la idea, el propio Niño de Elche como sumo sacerdote de aquel ritual en el cual él ponía palabra, gesto y quejío. Más extranjeros desubicados (¿música de moros y cristianos?, ¿bakalao?) en medio del público local que dominaba las claves por familiares. En el debe ,unos problemas técnicos que interrumpían el sonido con brusquedad, curiosamente cuando El Niño cantaba “rompamos la máquina” como un mantra ludita y también que la propuesta no acabó de hibridar lenguajes, sino más bien superponerlos. Aún con todo, un concepto brillante. Paquito el Chocolatero en el Sónar.

Y cabaret con Samantha Hudson, senos puntiagudos que evocaron a la Afrodita de Mazinger Z, sólo le faltó gritar “pechos fuera”, barra de bailarina del Bada Bing de Los Soprano, pelucón, bailarinas, tangas y una lengua afilada con humor. Espectáculo de cabaret electrónico inteligente, si los hay tontos, con los miedos, represiones y angustias de una España aún con sombras de sotana. Samantha Hudson es una mujer inteligente no por leída, sino por tener sentido común y naturalidad, como las abuelas de pueblo, a las que seguramente se les pasó alguna vez por la cabeza, sin atreverse a decirlo, claro, “es demasiado coño para ti, mi amor”, como cantó Samantha. Remate más festivo con Kamo Mphela, la Sudáfrica de hoy no es la de Paul Simon pese a que los bailes se pareciesen o el Bollywood de Yung Sing & Suchi en un Village tórrido. El Sónar fue el viernes territorio popular.

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