El Sónar 2022 echa a andar con calor adolescente

El festival barcelonés arranca con el éxito de Rojuu y el ritmo lúbrico de Ms Nina

Varias personas bailan el día en que arranca una nueva edición de Sónar.David Zorrakino (Europa Press)

Faldas sin restricción de género, sombreros peludos y altos como un morrión, tangas, transparencias indiscriminadas en zonas sensibles, bañadores usados como ropa de paseo… son elementos de vestuario habituales en el Sónar que no llaman particularmente la atención. Pero el jueves, a primera hora de la tarde, en uno de los hangares de la Fira, el Sónar que entonces arrancaba ofreció una apoteos...

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Faldas sin restricción de género, sombreros peludos y altos como un morrión, tangas, transparencias indiscriminadas en zonas sensibles, bañadores usados como ropa de paseo… son elementos de vestuario habituales en el Sónar que no llaman particularmente la atención. Pero el jueves, a primera hora de la tarde, en uno de los hangares de la Fira, el Sónar que entonces arrancaba ofreció una apoteosis adolescente que cuesta recordar haya tenido lugar en alguna otra edición. Rojuu, Roc Jou, 19 años, ex youtuber barcelonés que dejó los juegos en red para cantar, tenía ante sí a muchas adolescentes que enloquecían con sus canciones, genéricamente adscritas al emo-trap; es decir, manifestación de dudas, angustias y desesperanzas juveniles expresadas por medio de canciones que rezuman una tristeza relacionada con la desubicación y el desamor. Fue probablemente la nota más llamativa de unas primeras horas protagonizadas por un sol de espagueti western que hizo más necesarios los abanicos que en un show de Locomía. La alcaldesa Ada Colau asistió a los primeros compases del festival.

Rojuu, camisa negra calada, pantalones de igual color, botas que para sí hubiese querido Edmund Hillary, comenzó la actuación en formato trío —guitarra, bajo y batería— para cantar lo que él dijo eran canciones tristes. Fantasía placebo, ¿Cuánto tiempo nos queda? o Un paseo más, dedicada a su perro-a, recientemente muerto-a, conformaron el arranque del espectáculo. Sonido destartalado de pop-rock atropellado con la voz filtrada y Rojuu, que llegó al recinto en un paso de Semana Santa sujetado por nazararenos, dando saltos antes de decir que estaba contento de estar allí y que “fuck Primavera”. Haciendo amigos. Y nada de introspección emo, todo expansión y alegría: fiesta. Más tarde desapareció el grupo y comenzaron las bases electrónicas que rompían en líneas melódicas pop. Canciones como UMI, Muy Lind4 o Tofu delivery ejemplificaron este tramo de la actuación, que concluyó con un salvaje atentado “makinero”.

En escena, tropel de colegas ataviados, menos uno, en todos los tonos del negro, del ala de cuervo al negro noche en cueva oscura. Quería cantar más, pero el estricto horario del festival le dejó con las ganas. El Sónar concitó a su futuro. Rojuu, como la lluvia, puede gustar o no, pero ahí está.

Al mismo tiempo justo lo contrario. En el Complex, aire acondicionado y butacas, Tarta Relena proponían una ingravidez vocal acompañadas por un coro mixto de 16 voces. Si lo de Rojuu es el hoy, lo del dúo es un hoy anclado en un ayer sefardí, griego o latino. Una preciosidad de encaje de bolillos hecho con cuerdas vocales e idiomas que nos hablan de dónde venimos bajo el pálpito de eventuales arreglos electrónicos. La final Las alamedas liberó un caudal de aplausos. Mientras tanto en el Village, bajo el sol, la música sonaba a cuatro de la mañana cuando aún no eran ni las cinco de la tarde. El público, resguardado en la sombra, dejaba la pista vacía, sólo ocupada por una luz implacable y por un par de personas que sí estaban como a las cuatro de la mañana.

Un poco más tarde el espectáculo se desplazó al Hall, el escenario de los cortinajes rojos que dada su profundidad y penumbra permite algo inhabitual en los conciertos bajo techo: personas fumando. A quien apenas se veía era al artista que entonces actuaba, Sega Bodega, semioculto por unos cortinajes como de tul que movidos por ventiladores aleteaban en torno a su figura, ciñéndola. La tortura sistemática de los sonidos que aventaba, digamos que eran experimentales si a estas alturas existe este tipo de música, no rehuían la melodía.

Dos mundos así en contacto, lo áspero y lo amable, que acabaron de exponerse con Cicada, la canción en la que canta Arca, la musa por antonomasia del festival que actúa el sábado en la noche.

Y en un ambiente carnal sin apenas extranjeros, no muy abundantes en una jornada con bastante público, Ms Nina perreó invocando términos como “culo”, “chingar”, “bellaqueo”, “chúpalo” o “pussy” y frases como “estoy buena, todo lo que toco lo caliento” o “me gusta tu saliva cuando tú fumas sativa”. Una pareja parecía buscar fuego por frotación en primera fila. Qué menos. En un mundo comprimido por los eufemismos y la corrección política es alentador que alguien llame a las cosas por su nombre. Reguetón había de ser, música popular. Tonterías, las justas.

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