Contar la guerra desde primera línea
Cuatro periodistas de EL PAÍS relatan en Barcelona los pormenores de la cobertura de la invasión rusa en Ucrania
“Saltivka, un barrio de Járkov, estaba siendo permanentemente bombardeada. La mayor parte de la población se había marchado; entonces vi a cuatro mujeres mayores, de unos 85 años, que no tenían ni fuerza ni dinero para afrontar un viaje en tren de 25 horas: solo les quedaba meterse en los sótanos donde vivían, bajo tierra, pobres de solemnidad”. Es el relato es de Cristian Segura, uno de los periodistas de EL PAÍS enviados a explicar la guerra e...
“Saltivka, un barrio de Járkov, estaba siendo permanentemente bombardeada. La mayor parte de la población se había marchado; entonces vi a cuatro mujeres mayores, de unos 85 años, que no tenían ni fuerza ni dinero para afrontar un viaje en tren de 25 horas: solo les quedaba meterse en los sótanos donde vivían, bajo tierra, pobres de solemnidad”. Es el relato es de Cristian Segura, uno de los periodistas de EL PAÍS enviados a explicar la guerra en Ucrania. Lo hizo durante la charla este martes La guerra en Ucrania desde primera línea, en el CaixaFòrum Macaya de Barcelona, en la que también participó Lucía Abellán, redactora jefa de la sección de Internacional del diario, y los fotoperiodistas Albert Garcia y Massimiliano Minocri. El evento, organizado por EL PAÍS con la colaboración de la Fundació La Caixa, destacó la serie de dificultades a las que se enfrentan los profesionales de la comunicación a la hora de contar los estragos de la guerra desde el frente de batalla.
Todo el continente sufrió “una sacudida” la madrugada del 24 de febrero, recordó Abellán. Poco antes de las seis de la mañana, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció una “operación militar especial” en Donbás. El discurso estaba siendo emitido por todos los canales estatales rusos. Inmediatamente después se registraron explosiones en varios puntos de Ucrania, desde Járkov, a 30 kilómetros de la frontera rusa, hasta la capital, Kiev. Las tropas del Kremlin avanzaron posiciones. Tras 105 días, la guerra continúa; y el número de ucranios desplazados tanto dentro como fuera del territorio se acerca a los 13 millones. El diario también sufrió una sacudida ese día, agregó Abellán, que destacó el “valor del periodismo de siempre”, así como el vuelco de la redacción para informar del conflicto, con una decena de enviados especiales que cuentan lo que pasa desde el terreno.
Entre las dificultades que señalaron los periodistas que intervinieron en la jornada de Barcelona, se destacó el acceso a la información y a los diferentes espacios donde tenía lugar el conflicto, derivado del celo de las autoridades ucranias. “A medida que Rusia iba atacando, había más prohibiciones”, recordó Albert Garcia, que viajó junto a Segura durante dos meses de Oeste a Este en Ucrania. Estas dificultades, reconoció, eran medidas de seguridad que tenían “cierta lógica” -“los acababan de atacar”, puntualizó- pero en otras ocasiones no estaban justificadas.
Garcia, que también evocó cómo el simple hecho de sacar una cámara ponía en alerta a la policía y al ejército, que en muchas ocasiones quería revisar las imágenes, relató que las autoridades ucranias en Dnipró no quisieron que fotografiase un entierro multitudinario con 19 fallecidos. Solo querían dejarle fotografiar uno de los ataúdes. “En ocasiones esto duele porque te sientes utilizado por sus intereses”, agregó el fotoperiodista, que vio en esa negativa el no querer mostrar el número de bajas reales durante la guerra.
Las dificultades para retratar el conflicto, aunque por otros motivos, también las vivió Massimiliano Minocri desde Polonia, la principal puerta del éxodo de refugiados ucranios al resto de Europa. “Una familia nos dijo que se marchaban de Ucrania porque tenían miedo de la amenaza nuclear, recordaban lo de Chernóbil, querían irse lo más lejos posible”, relató Minocri. El fotoperiodista, que reflexionó sobre la complejidad de retratar el dolor de aquellas personas que huían de su país, sobre todo madres y niños, también destacó la solidaridad que emanó del pueblo polaco en ese momento de crisis: “La mayoría eran voluntarios, ONGs, grupos religiosos... nos sorprendió su capacidad y la forma de ayudar, las personas que llegaban se sentían acogidas”, señaló Minocri, que recordó cómo los cooperantes también ofrecían chocolatinas y juguetes a los menores, ya felices después de haber cruzado la frontera. “Desgraciadamente, esto no pasa con todas las situaciones de migrantes que tenemos aquí en Europa”, matizó.
Un encuentro con los lectores
La charla en el CaixaFòrum Macaya también sirvió para que los periodistas de EL PAÍS dialogasen con lectores y suscriptores del periódico. Entre las preguntas que lanzó el público, hubo una determinante: “¿Cómo habéis llevado volver a casa después de esta experiencia?”, preguntó un asistente. “Cuando vuelves y tienes que retomar el ritmo de las noticias locales, al principio produce cierta frustración”, reconoció Minocri, que luego agregó: “Pero lo superas, es tu trabajo, retratar un incendio en Badalona o una junta de accionistas es cumplir con tu trabajo, como ir a Polonia y contar el éxodo de refugiados”.
En esto coincidió Segura, que recordó que el periodismo no es solo ir a un conflicto bélico. “En una guerra tienes muchas dificultades para trabajar, todo es tan duro que al final encontrarás muchos enfoques para abordarlo, pero creo que si eres capaz de hacer bien tu trabajo cubriendo el pleno de un ayuntamiento en Madrid o en Barcelona, si eres capaz de hacer interesante una junta de accionistas, también podrás hacer bien tu trabajo en la guerra”, reflexionó Segura. Por su parte, Garcia destacó la conciencia de la “fragilidad” que produce el conflicto bélico: “Las guerras son devastadoras y pueden cambiar todo de la noche a la mañana: hay gente que lo ha tenido todo tan difícil... lo que he aprendido es lo frágiles que somos, lo frágiles que pueden ser nuestras sociedades”.
Puedes seguir a EL PAÍS Catalunya en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal