El Palacio de Pedralbes: de residencia de reyes a sede de la Generalitat republicana
El edificio construido por los barceloneses hace un siglo como vivienda para los monarcas en la ciudad vivió su último gran momento mediático en 1997 durante la boda de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin
El tiempo pasa malas pasadas al patrimonio. No solo porque los bienes y edificios pueden caer en el abandono y la destrucción; sino porque su uso acabe, con el paso del tiempo, siendo totalmente contrario para el que se creó. En Barcelona existen muchos ejemplos, como el de las residencias burguesas creadas a comienzos del siglo XX que ahora son tiendas de ropa low cost o incluso museos dedicados al cannabis y la marihuana. Pero ningún cambio ha sido tan radical como el que acaba de vivir el ...
El tiempo pasa malas pasadas al patrimonio. No solo porque los bienes y edificios pueden caer en el abandono y la destrucción; sino porque su uso acabe, con el paso del tiempo, siendo totalmente contrario para el que se creó. En Barcelona existen muchos ejemplos, como el de las residencias burguesas creadas a comienzos del siglo XX que ahora son tiendas de ropa low cost o incluso museos dedicados al cannabis y la marihuana. Pero ningún cambio ha sido tan radical como el que acaba de vivir el Palacio de Pedralbes; un edificio sufragado por los barceloneses (sobre todo por los más acaudalados) como residencia oficial de los reyes durante sus estancias en Barcelona que el destino ha querido que ahora, cien años después, acabe siendo la sede de un gobierno republicano de la Generalitat que mantiene con la institución de la monarquía una relación, digamos, complicada.
Tras el voraz incendio que destruyó en 1875 por completo el Palacio Real (situado en la plaza Palau) los reyes se quedaron sin lugar para alojarse en Barcelona. Desde ese momento, Alfonso XII se instaló en la ciudad en el Palau Moja (sede del departamento de Cultura) y en 1888, durante la Exposición Universal, en el Ayuntamiento de Plaza Sant Jaume. Y su hijo Alfonso XIII en Capitanía General o en el Hotel Ritz. Pero uno de los grandes magnates de la ciudad, Juan Antonio Güell (hijo de Eusebi Güell, el mecenas de Antoni Gaudí) puso remedio a esa situación y cedió la finca que tenía en la Diagonal (más de 70.000 metros cuadrados) para que entre todos los ciudadanos construyeran un edificio parecido al que tenían en San Sebastián o Santander a disposición de los monarcas.
En 1920 comenzaron los trabajos que Alfonso XIII y Victoria Eugenia inauguraron en 1924. Dos años más tarde, el alcalde cedió el edificio y los jardines a la Casa Real y en 1929, el edificio y sus jardines vivieron uno de los actos más destacados de su historia cuando los reyes se alojaron allí casi medio mes de mayo durante su estancia en la ciudad para inaugurar la Exposición Internacional.
En 1931, con la llegada de la Segunda República, el palacio pasó a manos del Ayuntamiento que le dio un uso cultural para acoger el Museo de las Artes Decorativas, se abrieron los jardines al público y acogió una residencia de señoritas, donde vivió la premio Nobel Gabriela Mistral. Con este cambio de utilización las habitaciones de la reina madre pasaron a ser salas para exponer la rica colección de cerámicas e indumentaria de ese museo.
A partir de ese momento este edificio de estilo novecentista con columnas toscanas en la fachada comenzó su deriva y un uso incierto: en 1937, durante la Guerra Civil, fue la sede del gobierno de la República de Manuel Azaña y del presidente del consejo de ministros Juan Negrín. A las puertas del palacio se despidieron a las Brigadas Internacionales a finales de 1938 y se les dio la bienvenida, en febrero de 1939, a las tropas franquistas para someter la ciudad.
Durante la dictadura, el Palacio de Pedrales pasó a ser la residencia de Francisco Franco en las 14 veces que estuvo en Barcelona durante su largo mandato y con la instauración de la monarquía no recuperó el papel que tuvo en su origen, ya que Juan Carlos I y Felipe VI optaron por otro edificio, el Palacete Albéniz, para residir cuando vienen a la ciudad. De hecho, el último acto vinculado con la realeza que ha acogido este edificio y sus jardines fue la boda de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin en octubre de 1997, que lo dio a conocer en medio mundo.
En diciembre de 2004 el Ayuntamiento de Barcelona (gobernado por el PSC) cedió el palacio a la Generalitat (un tripartito encabezado por Pasqual Maragall) dentro de un acuerdo por el que el gobierno catalán pagaba parte de los trabajos de reforma de la plaza de les Glòries y el 66% del Disseny Hub que se estaba construyendo: unos 58 millones de euros.
Desde 2014 el edificio permanecía cerrado al público y tan solo tenían cierta actividad los espacios donde se reunía desde 2010 el secretariado de la Unión por el Mediterráneo y en algún momento puntual acogió otros encuentros como el de los presidentes Artur Mas y Mariano Rajoy en 2015; la reunión del Foro Económico del Mediterráneo en 2018 y la más reciente, de febrero de 2020, entre Pedro Sánchez y Quim Torra en el primer encuentro de la llamada mesa del diálogo.
La Generalitat acordó este martes, en su reunión del Consell Executiu, convertir este espacio en sede representativa y centro de relación institucional de la Generalitat, donde celebrará grandes actos protocolarios. Lo hace para poder llevar a cabo un proyecto que se acaricia desde que Quim Torra llegó al poder: quitar las pinturas que decoran el Salón Sant Jordi, la zona más noble del Palau de la Generalitat, realizadas durante la dictadura de Primo de Rivera argumentando “la poca calidad artística” y la “finalidad ideológica” de las mismas, ya que hacen referencia a la vinculación de Cataluña con la Hispanidad con personajes como Cristóbal Colón y los Reyes Católicos.
En 2019 un comité de expertos dio vía libre a quitarlas y volver a colocar las pinturas que se retiraron entonces realizadas por Joaquín Torres-García, pero que él no pudo acabar porque, destino del patrimonio, su trabajo fue suspendido en 1918 por el presidente de la Mancomunitat de entonces, Josep Puig i Cadafalch; entre otras cosas por las críticas de que no era un artista catalán, algo que comportó que Torres-García se marchara de Cataluña para no volver más.
No se sabe qué hará la Generalitat republicana con la cantidad de símbolos monárquicos que pueblan este edificio. El primero el nombre, ya que oficialmente se llama Palacio Real de Pedralbes. Pero ya ha dado alguna pista: en 2014, lo primero que hizo, tras tomar posesión del edificio, fue retirar la escultura de la reina Isabel II con su hijo en brazos, una obra del gran escultor barcelonés Agapit Vallmitjana de 1861 situada ante la fachada principal. La retirada supuso que el Prado, su dueño, reclamara su devolución.
Lo tiene también difícil el escudo real que preside, entre los dos mástiles, la fachada principal. Y en el interior algunas de las estancias, pasillos y cornisas cuentan con abundantes decoraciones con las armas de la casa de Borbón. Entre las suntuosas estancias de este edificio están la del Salón del Trono, el Gabinete del Rey y el Gabinete de la Reina, los dormitorios del Rey y de la Reina y la Sala de los Infantes, entre otras muchas con denominaciones nada republicanas que acabarán perdiendo, sin duda, estos nombres.