La Central, una librería ‘de premio’ a sus 25 años
La cadena convoca un galardón literario para celebrar la efeméride de un modelo imitado, que apuesta por lo presencial y que hoy reúne cinco tiendas y unos 75 trabajadores
El trabajo de un librero es “descubrir autores y obras, y resaltarlos” entre la miríada de los que se publican; y más en España. O así entienden el oficio Antonio Ramírez y Marta Ramoneda, que el 6 de marzo de 1996 crearon La Central, entre augurios nefandos por apostar por un mundo de libros y de papel que parecía que desaparecía y en cambio hoy son modelo de una tipología de librerías que envidia media Europa. Para celebrar ese cuarto de siglo se les ha ocurrido convocar un premio literario, La Central 25. Pero también diferente como ellos, claro: pueden optar originales de narrativa o ensay...
El trabajo de un librero es “descubrir autores y obras, y resaltarlos” entre la miríada de los que se publican; y más en España. O así entienden el oficio Antonio Ramírez y Marta Ramoneda, que el 6 de marzo de 1996 crearon La Central, entre augurios nefandos por apostar por un mundo de libros y de papel que parecía que desaparecía y en cambio hoy son modelo de una tipología de librerías que envidia media Europa. Para celebrar ese cuarto de siglo se les ha ocurrido convocar un premio literario, La Central 25. Pero también diferente como ellos, claro: pueden optar originales de narrativa o ensayo; han de ser cortos (no deben sobrepasar las 50.000 palabras) y el jurado estará compuesto por… editores de ensueño.
Sandra Ollo (Acantilado / Quaderns Crema), Sílvia Sesé (Anagrama), Rebeca González (Blackie Books), Luis Solano (Libros del Asteroide); Carlo Feltrinelli (presidente de Giangiacomo Feltrinelli Editore) y Santiago Tobón (Sexto Piso), junto a tres miembros del equipo de la librería, conforman una especie de dream team de editores para juzgar las obras que opten al premio en su convocatoria en castellano. Los que se decidan a hacerlo en catalán tampoco podrán quejarse: Isabel Obiols (Anagrama), Montse Ingla y Antoni Munné (Arcàdia), Monika Zgustová (Galaxia Gutenberg), Aniol Rafel (Edicions del Periscopi), Laura Huerga (Raig Verd) y, de nuevo, otros tres miembros de la casa, entre ellos Ramoneda.
Como sucedáneo del sueño de ser editor de Ramírez --por el momento aún no satisfecho, a pesar de un par de intentos desde la misma librería--, los premiados (que recibirán 4.000 euros por categoría) serán editados por la propia La Central, en una tirada de 1.500 ejemplares que se venderá sólo en las cinco tiendas (tres en Barcelona, dos en Madrid) que hoy componen la cadena (llegaron a ser siete). Pero las obras quedarán posteriormente libres de derechos para poder ser publicadas por cualquier editorial, con preferencia inicial para los sellos que componen los jurados.
“De momento, el premio será de convocatoria única, pero no descartamos que tenga continuidad”, desliza Ramírez, optimista tras comprobar que, al amainar la pandemia, “parece que hay una hornada de nuevos lectores que se está consolidando, jóvenes que han incorporado la librería en su práctica de ocio”. Es uno de los muchos cambios que ha experimentado el oficio a lo largo de este cuarto de siglo, cuando salieron en un contexto de tenaza en el que parecía que sólo se podía ser un megacentro de ocio tipo FNAC o una librería muy especializada. “Nos decían que estábamos locos, que el papel se moría, un discurso público que afectaba hasta a los bancos, que no te querían conceder créditos para abrir una librería” recuerda.
Tiendas físicas y socio italiano
A ese caldo de cultivo, dominante entre finales de los años 90 y hasta finales de los 2000, siguió el del supuesto imperio de lo digital a partir de los e-books, las tabletas y lectores electrónicos y del final de las librerías físicas ante el avance del comercio en línea. La respuesta de La Central siempre fue justo la contraria: el pequeño local de la calle Mallorca se amplió con un piso superior (1998) y a ello siguió la inauguración de La Central del Raval en la antigua Capilla de la Misericordia de la calle Elisabets (850 metros cuadrados, en 2003); la primera tienda en Madrid a rebufo de la ampliación del Reía Sofía (2005); la ubicada en el Museo de Historia de Barcelona (2008) y La Central de Callao en Madrid (12.000 metros cuadrados, 2012). A esa consolidación no es ajena la entrada, en 2011, de capital del sello italiano Feltrinelli, hoy el socio de referencia con la mitad de las acciones de una particular pyme que cuenta con unos 75 trabajadores.
En todas ellas bulle la actividad de los cursos culturales y de lectura que promueve La Academia de la Central, que de una tacada genera público y clientes. “Nadie concibe hoy una librería sin actividades, un lugar donde sólo se vendan libros; pero eso hace 25 años había que probarlo; es otro de los grandes cambios”, cita Ramírez. Y con todo ello, pero en especial la creación de “un ambiente donde el cliente sienta los libreros próximos y cómplices”, cree que han ayudado a la eclosión, en los últimos años, de “una veintena de librerías independientes que van más allá de la pura venta, con un encanto y una personalidad singulares y de las que Barcelona debería sentirse muy orgullosa porque aquí son ya el 40% y en Italia ni hay prácticamente y en Inglaterra apenas son un 3%”, compara.
“Nadie busca en el mundo de hoy librerías gigantescas, con 60.000 referencias, y en cambio sí las que tengan alguna particularidad, un carácter, donde los libros son escogidos por gente que lee y que es capaz de dialogar con el cliente y tener una base de relaciones humanas; existe otra forma de comprar libros”. Es el reverso del modelo que promueve el gigante del comercio electrónico Amazon, que se va acercando, de promedio, a ser el canal por donde pasa el 25% de los libros que se venden en España. “Hace dos años, nuestras ventas on line no alcanzaban el 1%, pero es que ahora son apenas entre el 4 y el 5%, para nosotros es algo complementario”, expone Ramírez, no sin cierto orgullo. “No hemos hecho grandes inversiones en eso, en cambio sí en las tiendas físicas: en mi pulso con Amazon, mi batalla era conseguir el espacio del jardín”, dice señalando el que luce hoy La Central del Raval. Librerías, como sus fundadores, de carácter.