Ruinas de octubre

Si hay un legado del 1 de octubre, es negativo y tóxico: impide recuperar el diálogo y la convivencia entre catalanes y las instituciones autonómicas se han desprestigiado

Concentración independentista el 1 de octubre de 2017 en Barcelona.Massimiliano Minocri

No existe el legado del primero de octubre, a pesar de las tozudas proclamas de ciertos propagandistas independentistas. El único legado del falso referéndum de autodeterminación organizado en 2017, en contravención a la legalidad española e internacional, a los dictámenes del Consejo de Europa y a los consejos de los letrados del Parlamento catalán, es un montón de ruinas.

A cuatro años vista de aquel ‘otoño amarillo...

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No existe el legado del primero de octubre, a pesar de las tozudas proclamas de ciertos propagandistas independentistas. El único legado del falso referéndum de autodeterminación organizado en 2017, en contravención a la legalidad española e internacional, a los dictámenes del Consejo de Europa y a los consejos de los letrados del Parlamento catalán, es un montón de ruinas.

A cuatro años vista de aquel ‘otoño amarillo’ de apariencias insurreccionales, los efectos son todos negativos. La independencia no se produjo ni tiene visos de hacerlo en los próximos años e incluso décadas, digan lo que digan los dirigentes y militantes con sus bravatas y mentiras. Si se trataba tan solo de conseguir la máxima agitación para terminar con una negociación bilateral que condujera a una mejora del autogobierno, tampoco se ha conseguido: no lo es la mesa de diálogo, aunque la propaganda siga presentándola como tal.

El efecto conseguido con una estrategia de tal calibre, la más parecida a una intimidación y a un chantaje inaceptables, es exactamente el contrario. Quienes idearon la operación y la estrategia, si es que existía, y quienes la dirigieron y protagonizaron, han quedado descalificados: para obtener la independencia, para conseguir un mayor autogobierno e incluso para gobernar en cualquiera de ambos casos.

Su credibilidad es nula, tanto en dirección a quienes creyeron sus promesas entre los seguidores como en quienes creyeron sus amenazas entre los adversarios. Por no hablar de su irresponsabilidad y de su frivolidad, corroboradas un día tras otro por la ausencia de capacidad para ser consecuentes con su fracaso y persistir en la difusión de argumentos demostradamente falsos y realidades que solo existían y siguen existiendo dentro de sus cerebros.

La descalificación, por tanto, es doble: del método y de los protagonistas, por más que la propaganda, cada vez de tono más pueril, siga insistiendo en la necesidad de la unilateralidad, en la existencia de algo parecido a un legado y, más chistoso, en la realidad de una república proclamada, gobernada por un grotesco consejo de la república, que solo espera el impulso de la movilización popular para echar a andar.

Hs sido una auténtica derrota, pero no de los independentistas, sino de todos, catalanes de todas las ideologías y también españoles
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El error es de calibre histórico. En política el tiempo perdido es irrecuperable, al igual que los esfuerzos de los gobiernos y los presupuestos dedicados a una causa mal orientada de principio. Esta década perdida es el tiempo de un retroceso catalán del que son responsables Artur Mas, Carles Puigdemont, Quim Torra y, en la medida en que no salga del barrizal, también Pere Aragonès.

La derrota no es solo de los independentistas, sino de todos los catalanes, e incluso de los españoles. El retroceso que han experimentado Barcelona y Cataluña en estos diez años, subrayado recientemente por el Cercle d’Economia, es parte del estancamiento y de la desorientación española, y si es malo para Cataluña, también lo es para el conjunto de España. Más aun si, como parece el caso, solo ha favorecido al Madrid del jacobinismo de la derecha extrema que considera un ataque a España el federalismo o la desconcentración fuera de Madrid de las instituciones del Estado al estilo de Alemania.

Si hay un legado sólido del primero de octubre es tóxico y abiertamente negativo para todos. Aquel ‘otoño amarillo’, lleno de audaces provocaciones y saturado de agitprop, despertó los peores sentimientos e instintos. Vox es la parte más sustancial de esta reacción, pero la más grave es la que proporciona el PP, con su fácil y perversa utilización de Cataluña para movilizar el voto en toda España hasta llegar al mimetismo perverso que significa levantar una muralla nacionalista, sentimental e identitaria, similar a la que han levantado los independentistas en Cataluña. El legado del 1 de octubre es la España tribal de los nacionalismos identitarios enfrentados.

Barcelona y Cataluña han experimentado un grave retroceso en estos diez años, subraya el Cercle d’Economia

Hay un balance de los desperfectos del auténtico legado de octubre. Han sufrido las instituciones catalanas, empezando por el prestigio de la propia Generalitat y de su presidencia, del Parlament, del Síndic de Greuges, de la radio y la televisión públicas, del sistema escolar, por no hablar de la institución social más destacada para los catalanes, como es la lengua, convertida en bandera exclusivista, defendida por unos y atacada por otros con idéntica y errada orientación: como si hablarla, escribirla, promoverla, defenderla y protegerla fuera sinónimo de independencia. También ha sufrido la convivencia, por mucho que se nieguen a aceptarlo quienes se acogen al mito del pueblo único alrededor de su causa. En el legado de octubre está el final del consentimiento, definido por Anton Costas como la obliteración del pacto implícito que unía, a cambio del respeto mutuo, a los mundos del nacionalismo catalán gobernante y a quienes son ajenos a él.

Este es el legado ruinoso del primero de octubre. Si acaso, queda el improbable provecho que pueda proporcionar la experiencia para unos y otros, sin distinción de ideologías y sentimientos, siempre que se utilice para la reflexión y la racionalización en vez de la propaganda y la demagogia. Si todavía hay quien duda sobre la necesidad de un espacio de diálogo entre catalanes, el legado divisivo de octubre es el argumento central para que se convierta en tarea programática urgente. Nada se podrá hacer entre todos si se mantiene y exhibe la celebración de las fechas divisivas y nefastas del otoño amarillo, el 1, el 3 y el 27 de octubre, como si fueran parte de un capital político e histórico sobre el que construir algún futuro juntos, prescindiendo para colmo de la manipulación de los atentados de agosto, de la vergüenza del 6 y 7 de setiembre y de los brotes de violencia callejera posteriores promovidos desde las instituciones.

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