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El cuento del fin del dictador

Frente a la abundancia de ensayos y biografías que retratan la efeméride, la ficción española no ha fabulado demasiado sobre la muerte de Franco

Max Aub falleció tres años antes que Francisco Franco, pero fue el primero en imaginar el fin del dictador y ponerlo por escrito. Le mató brillantemente y bastante pronto. 15 años antes de que el dictador muriera en el Hospital La Paz, en Madrid, el 20 de noviembre de 1975, salió publicado e...

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Max Aub falleció tres años antes que Francisco Franco, pero fue el primero en imaginar el fin del dictador y ponerlo por escrito. Le mató brillantemente y bastante pronto. 15 años antes de que el dictador muriera en el Hospital La Paz, en Madrid, el 20 de noviembre de 1975, salió publicado en 1960 en México La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco. Ese cuento de Max Aub (París, 1903-Ciudad de México, 1972) no llegaría a las librerías españolas oficialmente hasta 1979, editado por Seix Barral. Para entonces la Transición ya estaba en marcha y la Constitución ya había sido aprobada.

Antes, la salida del relato en Libros Mex había hecho sonar las alarmas de las autoridades franquistas que no solo censuraron su circulación, sino que prohibieron cualquier mención al título, por si daba alguna idea, y se le denegó un visado al autor. Aub logró finalmente visitar España en 1969, y de aquel viaje saldría La gallina ciega. Diario español. Y si en ese libro vislumbró con escepticismo la transición que estaba por venir y expresaba su desazón por el país que encontró, en su cuento de 1960 puso el dedo en ese “hecho biológico” que el régimen insistía en negar. En su relato, el dictador no moría en una cama de hospital mientras los médicos trataban de mantenerlo con vida y era sometido a sucesivas operaciones, sino que caía sin mucho problema en un atentado. El autor del magnicidio es Ignacio Jurado Martínez, natural de Sonora, México, mesero de un café en Ciudad de México donde los exiliados españoles se reúnen cada día, y con su incesante charla sobre la guerra y sobre Franco amargan su pasión por el trabajo. Los motivos de Jurado Martínez son más personales que políticos: urde el plan de acabar con Franco y pide las únicas vacaciones que se ha tomado en su vida para dispararle y ver si así se libra de esa clientela. Porque al fin, La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco es un ácido retrato del mundo del exilio, una ucronía que, como ocurre con las mejores ficciones, devuelve una imagen atinada y certera que costaría contar sin el recurso de la imaginación. La muerte de Franco en esa y otras ficciones cuenta más del resto que del propio dictador. Ahí está El disputado voto del señor Cayo (1978) de Miguel Delibes, que alude al fin del dictador ya desde la incipiente democracia.

Varias generaciones de españoles recuerdan dónde estaban cuándo recibieron la noticia de su muerte ese 20 de noviembre de 1975. La efeméride resiste como una de esas fechas imborrables y, sin embargo, su huella en la literatura y su potencial narrativo en la ficción española no es tan evidente. Ensayos, biografías y libros de historia hay muchos, novelas menos. Manuel Vázquez Montalbán y su Autobiografía del general Franco (1992) o Francomoribundia (2003) de Juan Luis Cebrián forman parte de una extraña lista. Destaca de forma singular La caída de Madrid (2000) de Rafael Chirbes, una novela que sucede en la incertidumbre que rodea el 19 de noviembre de 1975, y en la que se entrecruzan media docena de personajes (desde un comisario a un estudiante, pasando por un profesor exiliado y un obrero). Chirbes habla de los otros mientras el dictador agoniza, ese es el eje de una historia coral.

Lo cierto es que la muerte de Franco es en la mayoría de los casos un hecho tangencial en novelas escritas en aquel momento y también en ficciones posteriores. Surge aquí y allá. Uno de los personajes de El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón, llama a la comisaría y es así como se entera de que ha muerto Franco. La narradora de El cuarto de atrás, escrito por Carmen Martín Gaite de 1975 a 1978, confiesa a su misterioso interlocutor que se le ocurrió un libro sobre las costumbres y amores del franquismo cuando vio el entierro en televisión: “Desde la muerte de Franco habrá notado cómo proliferan los libros de memorias, ya es una peste, en el fondo, eso es lo que me ha venido desanimando, pensar que si a mí me aburren las memorias de los demás, por qué no le van a aburrir a los demás las mías”. Y entre esas memorias del momento y más atrás están las (nada aburridas) de Jorge Semprún. En Autobiografía de Federico Sánchez (1977) recuerda como al conocer la noticia de que el fin del dictador estaba cerca regresó al libro de Max Aub y se detuvo en la dedicatoria: “‘A ver si sí…’, había escrito Max allá por el comienzo de los años sesenta. A ver si sí ocurre lo que en el cuento se imaginaba, o algo parecido, a ver si se hace verdad la fingida historia de la muerte de Francisco Franco”. Y concluye entonces, tras organizar su viaje a Madrid: “Todos íbamos a ser espectadores, pasivos espectadores, del final de un régimen que nos había resultado imposible derrocar”.

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