Grandes éxitos y fracasos de ir a las urnas antes de tiempo
La variopinta historia de los anticipos electorales, que ahora engrosa María Guardiola en Extremadura para buscar la mayoría absoluta, demuestra que no siempre quien acorta la legislatura ha calibrado los riesgos
Todos los adelantos electorales comparten algo: a quienes toman la decisión le parecen la mejor opción disponible. Pero no siempre aciertan. A veces sí, como Isabel Díaz Ayuso en Madrid en 2021 o Juan Manuel Moreno en Andalucía en 2022, a los que ahora quiere sumarse en Extremadura María Guardiola, compañera de ambos en el PP, con su adelanto de las urnas al 21 de diciembre, cuando no tocaban hasta 2027. Otras veces no,...
Todos los adelantos electorales comparten algo: a quienes toman la decisión le parecen la mejor opción disponible. Pero no siempre aciertan. A veces sí, como Isabel Díaz Ayuso en Madrid en 2021 o Juan Manuel Moreno en Andalucía en 2022, a los que ahora quiere sumarse en Extremadura María Guardiola, compañera de ambos en el PP, con su adelanto de las urnas al 21 de diciembre, cuando no tocaban hasta 2027. Otras veces no, como —con distintos grados de desacierto— Artur Mas en Cataluña en 2012, Susana Díaz en Andalucía en 2018 o Alfonso Fernández Mañueco en Castilla y León en 2022. La historia de las urnas antes de tiempo, con ejemplos que se extienden a la política nacional e internacional, es variopinta. Y tiene hasta su propio topicazo: “Los adelantos electorales —repiten analistas y partidos de la oposición— los carga el diablo”.
El momento perfecto, la excusa perfecta. En 2022, Moreno anticipó las urnas medio año, a junio, tan poco tiempo que lo llamaba “adelanto técnico”. Pero había razones políticas. El líder del PP tenía buenas perspectivas electorales y a la oposición en horas bajas, como ahora Guardiola. En busca de mayoría absoluta, igual que ahora Guardiola, presentó como excusa para el adelanto la falta de mayoría para aprobar presupuestos, también igual que ahora Guardiola. A Moreno le salió bien y pasó de gobernar en minoría, con solo 26 escaños, a mayoría absoluta, con 58, número que lleva tatuado en la muñeca.
La falta de presupuestos no siempre justifica un adelanto. Es más, a veces ocurre al contrario: aprobarlos se incluye dentro de las justificaciones del anticipo. Alfonso Rueda, que había llegado a la presidencia de la Xunta en 2022 como heredero de Alberto Núñez Feijóo, hizo otro “adelanto técnico” en 2024. En su caso, la mayoría absoluta del PP le había permitido aprobar los presupuestos solo dos días antes del anuncio. La oposición lo acusó de convocar por interés de Feijóo, que quería infligir una derrota al PSOE en su fortín gallego, como finalmente ocurrió al revalidar el PP su hegemonía. Rueda, en cambio, afirmó: “Lo que no sería coherente sería convocar sin la hoja de ruta de unos presupuestos”.
De una moción a un adelanto. Ayuso gobernaba en coalición con Cs cuando el partido que lideraba Inés Arrimadas pactó en 2021 con el PSOE una moción de censura contra el PP en Murcia. La operación, finalmente frustrada por tres tránsfugas de Cs, dio a la presidenta la oportunidad de librarse de sus socios, al convocar elecciones para mayo alegando que así evitaba una maniobra similar en Madrid. Ayuso logró ampliar su mayoría, con más escaños que toda la izquierda, y empezó a gobernar en solitario. Al año siguiente conseguiría la absoluta.
El analista y consultor político Jordi Sarrión-Carbonell afirma que, aunque se han enfatizado las diferencias entre Ayuso y Moreno —más beligerante ella; más templado él—, la columna vertebral de sus estrategias tras ambos adelantos fue la misma: apelar a la “reunificación en torno a una figura presidencial del PP de todo el voto conservador” disperso entre el PP, Cs y Vox.
A diferencia de Ayuso y Moreno, que durante aquellas campañas evitaron todo lo posible hablar de acuerdos con Vox, Guardiola, nada más anunciar las elecciones, ya se ha abierto a pactar. “No hago cordones sanitarios”, ha dicho.
Buscar la mejora y empeorar. Si la moneda le sale a Guardiola con la cara de Ayuso o Moreno, habrá tenido éxito. Pero no tanto si le sale con la de Mañueco, que tras echar a Cs del Gobierno adelantó las elecciones más de un año, a febrero de 2022. Acusado de plegarse a la dirección del PP de Pablo Casado, su objetivo estaba claro: imitar lo que había hecho Ayuso, borrando a Cs y minimizando la influencia de Vox.
No le salió. Aunque subió dos escaños porque se tragó casi entero el voto de Cs, que conservó uno, no evitó una fuerte escalada de la ultraderecha, que pasó de uno a 13. Así que Mañueco solo logró cambiar de vicepresidente, pasando de Francisco Igea, de Cs, a Juan García-Gallardo, de Vox. “Las elecciones anticipadas las carga el diablo”, le había advertido Vox al PP a través de su órgano de propaganda, La Gaceta.
Aunque no tiene mayoría para los presupuestos, Mañueco no quiere ahora oír hablar de adelantos. El runrún más fuerte de anticipo circula por Aragón, pero su presidente, Jorge Azcón (PP), se resiste, a pesar de que tampoco saca adelante sus cuentas.
Javier Lorente, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Rey Juan Carlos, cree que “no hay receta mágica” para saber cuándo es acertado adelantar elecciones, pero sí destaca la importancia de una justificación creíble. “En el caso de Mañueco, todo se veía alineado con Génova”, afirma. No obstante, cree que lo determinante no es tanto la excusa como la fuerza del candidato: “Ayuso convocó por una supuesta moción de censura que ni estaba ni se la esperaba, pero le salió bien. ¿Porque era más creíble? No. Porque tenía más tirón que Mañueco”.
Subirse a una ola (o evitarla). Previstas para mayo de 2019, coincidiendo con las municipales y europeas, el entonces president de la Comunidad Valencia, el socialista Ximo Puig, movió las autonómicas al 28 de abril. ¿Un “adelanto técnico”? Como todos los anticipos, era político. Y esta vez era imposible de negar. Puig eligió la fecha para coincidir con las generales que había convocado Sánchez, que estaba fuerte en las encuestas. Es una maniobra vista otras veces. Antes que Puig con Sánchez, lo hizo también en el PSOE Manuel Chaves en Andalucía con José Luis Rodríguez Zapatero en 2008. A los dos les fue bien. Puig, que enojó a su socio Compromís con su adelanto, ganó y se mantuvo en el poder. Chaves revalidó su mayoría absoluta.
Tres años después, era Zapatero el que adelantaba las elecciones unos meses, a noviembre de 2011, pero la situación era muy distinta: con la recesión en carne viva y las encuestas de cara para el PP, Zapatero pretendía minimizar daños. José Antonio Griñán, el sucesor de Chaves, olió el viento y evitó la coincidencia, demorando hasta marzo de 2012 las elecciones andaluzas para que a los votantes les diera tiempo a ver los primeros recortes del PP. Acertó. Aunque Javier Arenas fue el más votado, las encuestas que le daban mayoría absoluta fallaron y Griñán mantuvo el poder gracias a IU.
Tropezar en busca de la gloria. La noche del 25 de noviembre de 2012 fue amarga para Artur Mas. Dos meses antes, el president había adelantado los comicios para capitalizar la eclosión independentista de la Diada de aquel septiembre. Eso suponía acortar más de dos años la legislatura. “La voz de la calle debe trasladarse a las urnas”, justificó. Y se trasladó. Pero no dijo lo que él quería oír. CiU perdió 12 escaños. Aunque Mas mantuvo la presidencia, quedó atado a ERC, gran triunfador de la noche. “Mas en 2012 ha quedado como ejemplo paradigmático de no interpretar bien el momento político”, señala Sarrión-Carbonell.
Muchos recordaron el caso de Mas cuando Theresa May, entonces primera ministra británica, mantuvo el cargo en 2017 pero con un retroceso en escaños tras adelantar las elecciones para armarse de poder con el que negociar las condiciones del Brexit. El periodista Lluís Bassets trazó este paralelismo en un artículo tras aquellos comicios en el Reino Unido: “May no era partidaria del Brexit, como Mas no lo era de la independencia. Ambos son líderes de oportunidad, que deciden, encuestas en mano, surfear sobre la ola”. A ambos la ola les dio un revolcón.
Un imprevisto arrollador. Mas y May al menos conservaron el cargo un tiempo. Susana Díaz lo perdió con un adelanto. En junio de 2018, Sánchez había llegado a La Moncloa tras una moción de censura apoyándose en los independentistas, con los que la presidenta andaluza siempre había defendido que no había que pactar. El PP no había encajado el golpe y el ruido político era ensordecedor en Madrid. Díaz decidió adelantar las elecciones de marzo de 2019 a diciembre de 2018. “Mi tierra no merece la inestabilidad que hay en el resto de España”, dijo. Perdida la batalla por el liderazgo del PSOE contra Sánchez, quería demostrar que en casa sí ganaba con rotundidad.
Díaz ya había adelantado antes unas elecciones, en 2015, tras romper con IU. “Los adelantos electorales los carga el diablo”, le había dicho el entonces aspirante Moreno. Pero aquella vez a Díaz le había salido bien. En cambio, en 2018 se cayó con todo el equipo en unos comicios en los que irrumpió Vox, con 12 diputados, un imprevisto que desbarató sus planes. Aunque el PP cayó con estrépito, Moreno accedió al poder apoyado en Cs y en la ultraderecha, tras 37 años del PSOE en San Telmo. De nada le valió a Díaz ser la más votada.
Un rival movilizador. La coalición de “las tres derechas” —así las llamaba el PSOE— que apeó a Díaz del poder sirvió a Pedro Sánchez para armar el argumentario de las elecciones de abril de 2019. El líder socialista adelantó las urnas tras la “foto de Colón” de Pablo Casado (PP), Albert Rivera (Cs) y Santiago Abascal (Vox), que presentó como prueba gráfica de la existencia de una coalición reaccionaria para desbancarlo. Con esa campaña devolvió al PSOE al puesto de partido más votado. Sánchez nunca ha abandonado ese guion, que repitió —ya sin Cs— cuando volvió a adelantar las elecciones en 2023 tras el fiasco del PSOE en las autonómicas, en una sacudida del tablero con la que consiguió retener el poder, aunque el más votado fue Feijóo.
El primer ministro canadiense, el liberal Mark Carney, enfrentado a Trump por los aranceles e incluso por una amenaza de anexión vertida por el presidente de EE UU, adelantó las elecciones al pasado abril, logrando un triunfo inconcebible con las encuestas en la mano antes del conflicto con su poderoso vecino. Las encuestas de Claudia Sheinbaum en México y de Mette Frederiksen en Dinamarca también indican que ser objeto de ataques del inqulino de la Casa Blanca refuerza electoralmente. Teniendo en cuenta que Trump ha puesto en el punto de mira a España, ¿podría el estallido de un conflicto con la Administración de EEUU ser una oportunidad para que Sánchez adelante elecciones?
Sarrión-Carbonell cree que una situación tan excepcional le brindaría la oportunidad de articular como presidente un mensaje de defensa de España, pero no desde los “tópicos manidos”, sino reivindicando la modernidad del país, algo que —sostiene— Moncloa ya ha ensayado con su vídeo del Día de la Hispanidad.
“Habría que ver si Sánchez logra involucrar emocionalmente a la sociedad en esa idea diferente de nosotros“, añade. No obstante, advierte: en España las estrategias electorales que sobreestiman la importancia de los factores internacionales no suelen ir bien encaminadas: “Somos un país en el que la política internacional no tiene demasiado peso”.