Las emociones se apoderan de la campaña electoral y diluyen el debate económico

El vuelco político que señalan los sondeos no coincide, al contrario de lo que suele suceder, con malos datos de paro. La derecha aprovecha la alta polarización para proyectar su “antisanchismo”. La izquierda trata, contra el reloj, de recuperar la agenda e imponer otro relato

Pedro Sánchez, el sábado en un acto de precampaña en Puerto de la Cruz (Santa Cruz de Tenerife.Foto: Miguel Barreto (EFE) | Vídeo: EPV

“Es la economía, estúpido”. Para recordárselo a sí mismo y a su candidato, Bill Clinton, durante la campaña electoral estadounidense de 1992, el asesor James Carville colgó en su despacho esta frase sobre la que han corrido ríos de tinta. El demócrata tenía todo, aparentemente, en contra. Se enfrentaba a George H.W. Bush, que venía de ganar la guerra del Golfo y había alcanzado ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

“Es la economía, estúpido”. Para recordárselo a sí mismo y a su candidato, Bill Clinton, durante la campaña electoral estadounidense de 1992, el asesor James Carville colgó en su despacho esta frase sobre la que han corrido ríos de tinta. El demócrata tenía todo, aparentemente, en contra. Se enfrentaba a George H.W. Bush, que venía de ganar la guerra del Golfo y había alcanzado el 90% de popularidad. Pero el jefe de campaña del aspirante detectó un punto débil y poco a poco fue imponiendo su relato. Efectivamente, fue la economía. Clinton ganó aquellas elecciones, algo impensable solo unos meses antes.

El cambio de ciclo político suele coincidir con el declive económico: sube el paro, se culpa al partido en el Gobierno y entra el relevo. Pero los partidos en el Ejecutivo de coalición miran con desconcierto las encuestas: todas, salvo el CIS, señalan una victoria del PP. La economía española acaba de recuperar el PIB previo a la pandemia, el Banco de España ha elevado sus estimaciones para 2023 en siete décimas mientras la eurozona ha entrado en recesión técnica y se ha registrado un récord de afiliados a la Seguridad Social: 20,8 millones.

Ya no es la economía. O fundamentalmente la economía. El voto siempre ha tenido un alto componente emocional, pero cada vez pesa más, como señalan los expertos, y desplaza el tradicional contraste de programas y propuestas. Esa emocionalidad fue determinante en la campaña de las elecciones del pasado 28 de mayo, en la que la derecha acuñó el “antisanchismo” y logró que se hablara más de EH Bildu y ETA (disuelta en 2018) que de educación, sanidad o servicios sociales, las competencias autonómicas y municipales que estaban en juego.

Cristina Monge: “Siempre ha habido un componente emocional, pero ahora, en el paradigma de la democracia de audiencia, ha cobrado más importancia. Casi al punto de hacer desaparecer el contenido

De qué se habla y de qué no nunca es casualidad en política. Lo sabe bien el lingüista y científico cognitivo estadounidense George Lakoff, que ha vendido cientos de miles de ejemplares de No pienses en un elefante, el libro con el que enseñó al partido demócrata a no dejarse llevar por el relato de la derecha: “Si conservamos el lenguaje y el marco de los conservadores y nos limitamos a argumentar en su contra, perderemos porque estaremos reforzándolos. Recordemos que los votantes escogen en función de su identidad y sus valores, que pueden no coincidir con su propio interés”. EL PAÍS ha consultado a sociólogos y politólogos sobre la explosión de la emocionalidad de la política y a quién beneficia más.

Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso en la toma de posesión de la presidenta de la Comunidad de Madrid el pasado viernes.Álvaro García

La batalla de la movilización

Los estudios demoscópicos han constatado que las campañas electorales son cada vez más importantes. “La fragmentación política”, señala el politólogo Pablo Simón, “hace que el electorado tarde más en decidirse, igual que cuando vas a un restaurante con muchos platos”. Los partidos, añade, buscan en ese periodo cuatro efectos: reforzar a los que ya te van a votar; activar, generar una electricidad para que los que no saben si ir o quedarse en casa, vayan; desactivar a los votantes del rival y convertir a cuantos más puedan, es decir, atrapar votos que eran de otros.

Pablo Simón: “El sanchismo es un término inventado para centrar el castigo en Sánchez y no hablar de sus políticas”

El PP ha sido muy eficaz a la hora de movilizar a su votante y desactivar al del rival, según muestran los sondeos. Y lo ha hecho con un mensaje más emocional que programático. “El antisanchismo”, señala José Pablo Ferrándiz, director de estudios políticos de Ipsos, “genera un caudal emocional muy fuerte, y los pactos con EH Bildu dividen al votante socialista”. En Democracia de trincheras, Lluís Orriols, doctor en Ciencia Política, explica que “el escenario ideal para un partido es lograr que en la agenda pública se instale un tema que genere consenso entre los suyos, pero sea altamente divisivo para los votantes del partido rival”. Es decir, asegurar los cimientos de tu edificio y buscar una grieta en el de enfrente. Una de las grietas tradicionales en el PSOE, añade, “es el nacionalismo español. Quizá no para pasar a votar al PP, pero sí para abstenerse”.

Para la socióloga y analista política Cristina Monge, “siempre ha habido un componente emocional, pero ahora, en el paradigma de la democracia de audiencia, el ámbito de la comunicación, y sobre todo de la comunicación emocional, ha cobrado más importancia. Casi al punto de hacer desaparecer el contenido”. Aunque matiza: “La disyuntiva emoción-contenido tampoco es del todo cierta. ¿Por qué resultaron tan aplaudidas las declaraciones de Zapatero aclarando que fue bajo su Gobierno cuando se acabó con ETA? Porque estaba argumentando y dando razones con la emoción que da la convicción. Esa es la clave: que la emoción que se genere venga de la convicción de un contenido, de una propuesta... y no que sea propaganda sin más”.

El papel de la televisión

La “democracia de audiencia” es cómo el filósofo francés Bernard Manin denominó en los noventa el fenómeno por el cual la política era sustituida por comunicación política, el partido por el líder y los espacios de debate para contrastar propuestas, por medios donde colocar un mensaje. En España ha habido ejemplos de hiperliderazgos o partidos que sobreviven a duras penas a su fundador, y la política ha colonizado la parrilla, incluyendo el entretenimiento televisivo. Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo visitarán la próxima semana El hormiguero. Hasta los programas de misterio de Iker Jiménez se han llenado de política.

“Cuando no hay debate público sobre las grandes cuestiones”, explica Ferrándiz, “el líder cobra más importancia. Y cuanto más se personaliza la política, más caudal emocional se genera. En España ya lo vimos con Zapatero. Todo esto viene de la política americana y la mayor parte de los asesores en España se han formado allí, por eso está tan presente”.

Ferrándiz: “Entre los votantes del PP, este es el año en el que valoran mejor su situación personal y, después de 2011, en plena crisis, el año en que peor ven la economía del país. Es claramente un sesgo ideológico”

Los expertos coinciden en que el crecimiento de la polarización afectiva, es decir, el rechazo a quien tiene ideas diferentes, es un factor determinante en esa escalada emocional de las campañas electorales. “Las lealtades que generan los partidos”, afirma Orriols, “siguen estructurando el voto de una forma similar, pero ahora ha aumentado la polarización en términos de rechazo al adversario. No se trata de derogar el sanchismo por unas políticas concretas, sino por lo que representa ese adversario. Cuando se vuelve tan imperioso que ganen los tuyos para que no lo hagan los demás, el resto de cuestiones, las medidas, la economía, se diluyen. Siempre ha habido trincheras, pero ahora son más hondas y menos permeables”. La “paradoja”, añade Simón, “es que Sánchez genera rechazo, pero sus políticas no. Por eso el PP pone el foco en el presidente. El sanchismo es un término inventado para centrar el castigo en Sánchez y no hablar de sus políticas”.

Lo que tengo y lo que percibo

El 64,2% califica su situación económica “personal” como “buena”, según el barómetro de CIS de este mes. Sin embargo, cuando la pregunta es cómo ve la situación económica general de España, solo el 30,3% dice que es “buena” y el grupo mayoritario (43%) afirma que es “mala”. Al consultar la serie histórica, Ferrándiz ha detectado algunos datos llamativos, aunque señala dos cautelas: “En la teoría demoscópica, para disminuir los sesgos, siempre se pregunta primero por lo general y luego por lo particular, pero Tezanos [José Félix, presidente del CIS] le ha dado la vuelta. Además, hasta septiembre de 2019, la escala incluía “muy buena, buena, regular, mala y muy mala”, pero dejó de leerse la opción de ‘regular’ al encuestado”. En todo caso, explica, “los datos sí revelan tendencias. En el total de la población, siempre hay saldos positivos cuando se trata de evaluar la situación económica personal, es decir, más gente que la ve bien que mal, y saldos negativos cuando se evalúa la situación económica general. Entre los votantes del PP, este es el año en el que valoran mejor su situación personal y, después de 2011, en plena crisis, el año en que peor ven la economía del país. Es claramente un sesgo ideológico”.

Ferrándiz y Simón recuerdan que, además, el ciudadano tiende a evaluar peor el desempeño de la economía cuando gobierna el partido al que no votó. Por ejemplo, esa percepción cambió radicalmente tras la moción de censura de 2018. Cuando ni siquiera había dado tiempo a aprobar ninguna medida, los votantes de izquierda ya señalaban que iba mucho mejor que un mes antes.

“El elemento económico más determinante”, añade Simón, “para que hubiera un castigo a los gobiernos era el dato de empleo. Esto era un clásico en el sur de Europa y coincidía con las crisis porque en las crisis económicas se destruye mucho empleo. Ahora estamos en una situación rara por inédita. No estamos en crisis, el empleo va bien, pero hemos visto incrementos de precios. Que la economía marche es condición necesaria, pero no suficiente para el voto. Si hay crisis hay castigo, pero si va bien, no necesariamente hay premio”.

“Más que la economía”, señala Monge, “lo que importa es la percepción que se tiene. Aunque los datos macro sean buenos, si no existe una sensación de mejoría, seguridad y bienestar, la ciudadanía no lo va a premiar. Por otro lado, hay que tener en cuenta que los datos macros a veces ocultan la realidad micro de los sectores más vulnerables y de los que tienen miedo a convertirse en vulnerables”.

Para que la economía gane terreno en el debate y cambie esa percepción, el PSOE, señala Simón, “está sacando los perfiles más tecnócratas, como Nadia Calviño, que pueden vender las políticas del Gobierno y no generan tanto rechazo como el presidente. Juegan esas cartas para intentar llegar al electorado y en paralelo, tratar de encapsular el desgaste en el socio que ya no está. Creo que la operación de echar la culpa a Irene Montero tiene que ver con ese intento de recuperar a parte del centro que se ha ido al PP porque los socialistas necesitan estar cerca de los populares, sobre todo, en las provincias pequeñas y medianas donde está gran parte de la batalla electoral”.

La vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, atiende a los medios el pasado miércoles en Madrid.Jesus Hellin 2022 (Europa Press)

La izquierda trata, contra el reloj, de cambiar el relato. Orriols cree que “tiene poco que hacer para marcar la agenda, solo esperar a que se la den si el PP se embarra en los pactos con Vox, que es lo único que está fuera del guion ahora mismo”. Simón señala que el Gobierno de coalición “lleva a la defensiva desde el último trimestre del año pasado con la reforma del delito de malversación, la ley del solo sí es sí.... Si logra equilibrar el terreno y recortar algún punto más con los debates, puede que la derecha quede por debajo de la mayoría absoluta y haya juego”. El 34% de los electores, recuerda Monge, “decidieron su voto durante la campaña del 28-M, así que hay margen para todo. La izquierda necesita sacar a votantes de la abstención, y para eso debería ofrecer propuestas que convenzan. Los acuerdos entre el PP y Vox pueden activarla, pero para romper el marco del antisanchismo hay que plantear una propuesta de futuro creíble”. Quedan 28 días para las elecciones.

Sobre la firma

Más información

Archivado En