Alpargateras, fiestas y misa: el despoblado valle de Roncal salva la memoria de sus vecinos más longevos
El proyecto Borta conecta a distintas generaciones de esta zona de Navarra para recopilar curiosas historias del pasado, como la del hombre sin espejos que se vio por primera vez a sí mismo en una foto
El valle del Roncal, en Navarra, está formado por siete pueblos, todos ellos en riesgo extremo de despoblación, que en conjunto apenas suman 2.000 habitantes. Los años han pasado factura en el censo poblacional, pero los paisajes verdes siguen atrapando a mayores y jóvenes por igual. Generaciones de roncaleses cuyos antepasados han ejercido oficios ya desaparecidos, como el de almadiero o alpargatera. Ahora, el proyecto Borta (puerta, en euskera roncalés) ha tr...
El valle del Roncal, en Navarra, está formado por siete pueblos, todos ellos en riesgo extremo de despoblación, que en conjunto apenas suman 2.000 habitantes. Los años han pasado factura en el censo poblacional, pero los paisajes verdes siguen atrapando a mayores y jóvenes por igual. Generaciones de roncaleses cuyos antepasados han ejercido oficios ya desaparecidos, como el de almadiero o alpargatera. Ahora, el proyecto Borta (puerta, en euskera roncalés) ha tratado de reconstruir la comunicación intergeneracional mediante la memoria de sus habitantes más longevos y la implicación del resto, que han ido casa por casa recopilando sus historias a través de fotografías antiguas del valle y de los álbumes familiares. La iniciativa, financiada por la Junta de Bardenas Reales e impulsada por Labrit Patrimonio, ha culminado en la publicación de un libro y de una web con todos los recuerdos.
El presidente de la Junta General del Valle de Roncal, Eneko Eguiguren, detalla que, entre los bortalaris —entrevistadores— e informantes, se han involucrado en la iniciativa unas 70 personas de todas las edades. La clave del éxito, asegura, está en el formato: “No se trata de hacer una entrevista al uso donde pones una grabadora, recoges ese testimonio y lo plasmas luego en un formato audiovisual o en papel”, explica Eguiguren, “sino que se trataba de interpretar una foto de época”. “Era cada persona quien elegía la imagen. Ha habido fotos familiares, de fiestas de pueblos o de labores del campo”. La coordinación del proyecto recayó en la antropóloga Beatriz Gallego, de Labrit Patrimonio, que añade que “se trata de explicar lo que se ve y también lo que no se ve”: “Más allá, por ejemplo, del retrato de una persona en fiestas, también está todo lo que pueden explicar alrededor de ello, como las costumbres o la mentalidad de una época que no hemos conocido directamente”.
Gallego reconoce que las primeras veces que acudieron a los domicilios a proponerles a los informantes que participaran en la iniciativa, la respuesta mayoritaria fue un “yo qué te voy a contar”. Sin embargo, “luego la gente se dio cuenta de que tiene cosas que contar, se intentó favorecer que fuera un ambiente en el que se sintieran arropadas”. A ello contribuyó enormemente el que los bortalaris fuera gente joven, muchos del propio pueblo, pero también las ganas de enseñar. “Si hay una cosa que nos caracteriza es que siempre queremos transmitir”, señala. Todos “acabaron entrando al trapo de una manera maravillosa porque, al final, es remover recuerdos agradables y sentirse escuchadas”. Esa transición es perceptible en el propio audio de las entrevistas. Se nota cómo cambia la voz desde “el primer contacto y cómo va derivando en complicidad”.
A Iñaki Ayerra (Burgi, 47 años), natural de Burgi, le ha tocado entrevistar a personas que ya conocía, al menos de vista. Subraya que los informantes, en muchos casos, “no le dan importancia a sus historias porque para ellos ha sido una vida dura, sacrificada, silenciosa y silenciada también, pero precisamente ahí está el interés, porque son una generación que ha experimentado un cambio tremendo en su forma de vida”. Por eso, insiste, “hay que anotar lo que nos cuentan, porque son pequeñas parcelas de nuestra historia, de nuestro patrimonio”. De la misma opinión es Josune Aznárez (Barañain, 41 años). Su familia paterna es de Burgi y la materna de Isaba, circunstancia que también le impulsó a colaborar: “Es muy enriquecedor porque hay muchas historias que no conocemos y con el modo de vida de hoy, no tenemos relación con esas personas como para conocer sus vivencias”.
Entre las historias recopiladas, subraya, las hay muy divertidas. Sobre todo, teniendo en cuenta que son personas “a las que siempre hemos conocido de mayores porque tienen una edad avanzada”, esgrime. “Es curioso verlos en las fotos, ver que ellos también han vivido lo mismo que nosotros de jóvenes, pero de otra manera”. Aznárez cuenta que una de las personas entrevistadas rememoró cómo eran las antiguas fiestas del pueblo y cómo, en una ocasión, el municipio se organizó para disfrazarse de vuelta ciclista: “Las mujeres iban de enfermeras, otros de coche escoba con un carro, los demás hacían de ciclistas... Me decía el hombre que se lo pasaron muy bien y que no tienen nada que ver la fiestas de antes con las de ahora por lo bien que se llevaba el pueblo, las rondallas, los músicos...”
El proyecto ha permitido sacar a la luz anécdotas como la narrada por Ana María Lacasta, de Burgi, cuya madre y varias de sus tías trabajaron como alpargateras en la fábrica de Mauleón. En la entrevista, realizada por Ayerra, narró que ese empleo las mantenía alejadas de casa durante unos meses. En uno de los últimos trayectos, su madre trajo consigo una máquina de coser de marca Singer con la ayuda de algún familiar que acudió a la frontera con una caballería y que utilizó para poder coser y remendar a su vuelta a casa. Ana María, de la casa Sabina/Barace, murió poco después de haber sido entrevistada a los 89 años.
Bailar y esquivar al cura
Por su parte, Gallego recuerda el testimonio de Dolores Landa (Isaba, 71 años) que escogió una fotografía de su abuelo, Ildefonso Pérez, Lifonso, tomada en el verano del 59. Él posaba vestido con el traje de su boda y sentado en una silla junto a la pared de la iglesia. La imagen fue tomada por un pariente que poco después envió al pueblo la fotografía impresa. Lo curioso fue que Ildefonso, nacido en 1881, no se identificó en ella, puesto que, en una época en la que casi nadie contaba con un espejo, nunca había visto su propia imagen. Eso, asegura, “dice mucho de la época en la que vivía, de los medios con los que contaba e incluso de la poca importancia que le daban a la autopercepción física”.
Los chascarrillos de otras épocas han permitido comprender, por ejemplo, la influencia de la religión en la sociedad. Recuerda en clave de humor el presidente de la junta roncalesa que una mujer llamada Fermina les contó que “cuando eran jóvenes se hacía un baile en las fiestas de Urzainki y en aquel momento bailar pegados no estaba bien visto”: “Ellas se escapaban y bailaban con los mozos, pero luego les daba miedo ir al día siguiente a misa porque el cura, que vivía frente a la plaza y las veía por la ventana, se negaba a darles la comunión. Así que la semana siguiente a las fiestas solían ir a Isaba a que les comulgara otro cura”.
El proyecto Borta ha permitido, entre otras cosas, dice Eguiguren, reflexionar sobre el carácter roncalés, “que es muy cerrado, como la propia geografía, pero que una vez que abres un poco la puerta, te encuentras con auténticas sorpresas, con una hospitalidad y unas historias que, desgraciadamente, se nos están yendo por un sumidero”. Por lo menos, concluye, todo esto queda “en el disco duro del cerebro de los jóvenes, que han recibido ese testimonio directamente de sus mayores”.