Aislar a Vox, misión imposible

La estrategia de arrinconar a la extrema derecha, habitual en los grandes países europeos, apenas encuentra eco en España en cualquiera de los bloques políticos

Macarena Olona, dirigente de Vox, en un acto en Sevilla el pasado lunes 28.Raul Caro (EFE)

Lo llamaron cordón sanitario, una metáfora epidemiológica que no gusta ni a muchos de sus partidarios y que ya forma parte de la jerga política europea. En España no se verá tal cosa. La política de aislar a la extrema derecha cerrándole el paso al gobierno de las instituciones, como se practica desde hace años en Francia o ...

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Lo llamaron cordón sanitario, una metáfora epidemiológica que no gusta ni a muchos de sus partidarios y que ya forma parte de la jerga política europea. En España no se verá tal cosa. La política de aislar a la extrema derecha cerrándole el paso al gobierno de las instituciones, como se practica desde hace años en Francia o más recientemente en Alemania, no encuentra grandes partidarios aquí, ni entre la derecha tradicional ni entre la izquierda. En España manda la división de bloques. Por la derecha, no se contempla a Vox como una amenaza más extremista que las fuerzas con que pacta el PSOE. Y en la izquierda dicen que es el PP quien debería dar el primer paso y renunciar al respaldo de la extrema derecha en Andalucía, Madrid y Murcia. Más allá de las razones puramente partidistas, hay voces que consideran que el cordón sería contraproducente y podría dar más aliento al que se quiere repudiar.

El debate se abrió tímidamente tras las elecciones de Castilla y León, donde Vox negocia ya su entrada en un Gobierno encabezado por el PP, y se zanjó muy rápido. Ni el PSOE, fuera de algunas opiniones aisladas, está dispuesto a echar una mano a los populares para no quedar a merced de la extrema derecha, ni el PP se lo ha llegado a pedir. En Unidas Podemos apenas se escuchó a la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, pronunciarse a favor de un “cordón democrático”, sin entrar en más detalles. Pablo Iglesias sostiene que PP y Vox son ya equiparables y no hay cordón que valga. Con un análisis diferente, también lo ha rechazado Íñigo Errejón: “Nada le gustaría más a Vox. Cuando todo el mundo está maldiciendo la política, convertir a alguien en maldito es regalarle la imagen perfecta”. La opinión pública está dividida: el 47% a favor y el 42% en contra, según una encuesta de 40dB. para EL PAÍS.

Las de Errejón son razones “estratégicas”, como las define el consultor y exdirigente socialista Eduardo Madina, decidido partidario de la posición contraria, que justifica en primer lugar por motivos “éticos”: “Vox tiene planteamientos incompatibles con muchas de las formas de vida corrientes en España. Sobre las mujeres, los homosexuales, los inmigrantes... Quieren sacarlos del campo de la igualdad, acabar con sus derechos. Ese es el corazón del ideario de Vox y supone un peligro público de primera magnitud porque atenta contra el elemento fundamental de la democracia, el pluralismo. No solo no hay que dejarlos gobernar, hay que hacer ver que votarles es inútil”. En el otro plano, el estratégico, Madina cree que los ejemplos de Francia o Alemania demuestran que el cordón surte efecto.

Desde otra posición ideológica, José María Lassalle, profesor, liberal y exmilitante del PP, también defiende el aislamiento. “Hay que plantearlo con inteligencia, como una labor de pedagogía política que ponga en evidencia las contradicciones de Vox, las ideas que cuestionan nuestro modelo de convivencia. Pero eso no debe significar condenarlos al ostracismo, ni anatemizarlos, sino visualizar cómo actúan las fuerzas en defensa de la democracia”. Para Lassalle, la “presión autoritaria” que Vladímir Putin ha lanzado sobre Europa y sus conexiones con la extrema derecha occidental urgen a adoptar una solución así.

En la ortodoxia del actual PP, el exministro José Manuel García-Margallo defiende que los pactos con Vox son tan legítimos como los que el PSOE ha suscrito por la izquierda. Con los independentistas y también con Unidas Podemos, una “fuerza claramente antisistema” con posiciones próximas a la “democracia iliberal”. “Mientras el PSOE siga podemizado y no regrese a la socialdemocracia tradicional, no será posible la mejor solución, una gran coalición con el PP que en dos o tres años aborde las reformas institucionales y económicas que el país necesita”. Margallo enumera las posiciones de Vox que ve inaceptables: su negación de la violencia de género, su discurso de “tintes xenófobos” contra la inmigración, su rechazo a las autonomías y a la agenda de desarrollo sostenible de la ONU o su idea de una “Europa de las patrias”. Aun así, cree posible gobernar con ellos al menos en comunidades autónomas, donde la gestión “tiene un componente ideológico mucho menor” y siempre que se elabore “un programa muy detallado que no traspase las líneas rojas” de los postulados del PP.

Madina rebate esa equiparación entre extremismos antagónicos: “Podemos no propone excluir a nadie y Vox quiere hacerlo con el 50% de los españoles”. El historiador Julián Casanova abunda: “No hay una lucha de extremos donde al otro lado está el comunismo, porque el comunismo no es hoy una amenaza en Europa”.

Sobre la eficacia de los cordones, hay ejemplos dispares. Víctor Lapuente, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo, apela al del país donde reside: “Durante muchos años en Suecia hubo un cordón sanitario muy fuerte y funcionó a corto plazo, pero no a largo. Ahora la extrema derecha está más fuerte que en ningún otro país nórdico, con el 20% en algunas encuestas”. Lapuente es de los que se inclinan por considerar perjudicial el aislamiento. Con sus salvedades: “Una cosa es no cerrarles el paso a las instituciones y otra permitirles que recorten derechos civiles y políticos de las minorías”.

El politólogo deja otro apunte, que esta extrema derecha no se puede equiparar al fascismo, compartido por Casanova. “Es una ultraderecha nueva, ya no son los nostálgicos del franquismo de la Transición española ni las fuerzas que después de la I Guerra Mundial se introdujeron a través del sistema electoral para destruirlo”, afirma el catedrático de Historia Contemporánea. Lo que sí hacen grupos como Vox es “romper algunos de los valores de la sociedad europea”. Casanova lo advierte en sus actitudes contra el feminismo o cuando “ponen la`patria y la nación por encima de las personas, excluyendo a las que no pertenecen a ellas”.

Más que tenderle cordones, el historiador aboga por “no normalizarlos”. Y lamenta que en España haya ocurrido lo contrario, “se le ha tratado por buena parte de los medios de comunicación como una fuerza democrática más”. Para Casanova, el núcleo del problema es que el PP debe afrontar una “cuestión de identidad”, si actúa en la “tradición de la derecha democrática” o “piensa que Vox no es ninguna anomalía, que es un partido hermano que nace de ellos”. Los votantes del PP están en esta idea: el 70% cree que hay que tratar a Vox como uno más.

También Ignacio Urquizu, politólogo y alcalde socialista de Alcañiz (Teruel), incide en “las dos caras del PP”. Una es la del partido “racional”, que se centra en las “políticas de gestión” y que encarnaría su futuro líder, Alberto Núñez Feijóo. Y la otra, la que se deja arrastrar por “lo emocional y lo identitario”, características de Vox que, según él, ha “mimetizado” Isabel Díaz Ayuso. Urquizu no se decanta claramente entre las ventajas e inconvenientes del cordón sanitario. Incluso cree que Vox, sin cuadros ni experiencia de gestión, puede pagar su entrada en el Gobierno de Castilla y León, como ya le ha ocurrido a fuerzas semejantes en otros países.

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