Las hermanas de derechas que pagaron la sepultura de dos fusilados por el franquismo
Una investigación desvela que Emilia Marroquín, que salvó su vida gracias a la mediación de dos periodistas, sufragó junto a su hermana la escultura que preside la tumba de los represaliados
La tumba de los periodistas Julián Zugazagoitia Mendieta y Francisco Cruz Salido, fusilados por el régimen franquista en 1940, ha guardado durante 80 años uno de los mayores secretos del cementerio de la Almudena, en Madrid. Una tal Sabina Marroquina, nombre que no se sabía si era real o seudónimo, había sufragado en su día una sepultura de granito en forma de libro abierto en la que aparecían los nombres de los dos periodistas, dos condenados a muerte, un hecho nada habitual en la época. La f...
La tumba de los periodistas Julián Zugazagoitia Mendieta y Francisco Cruz Salido, fusilados por el régimen franquista en 1940, ha guardado durante 80 años uno de los mayores secretos del cementerio de la Almudena, en Madrid. Una tal Sabina Marroquina, nombre que no se sabía si era real o seudónimo, había sufragado en su día una sepultura de granito en forma de libro abierto en la que aparecían los nombres de los dos periodistas, dos condenados a muerte, un hecho nada habitual en la época. La familia de Zugazagoitia trató de averiguar mucho después, en 2013, quién era la misteriosa benefactora. Sin éxito. Ocho años más tarde, el misterio ha sido resuelto.
Un investigador de Alicante ha reconstruido la historia: Emilia Marroquín de Pedro había salvado su vida en los años treinta gracias a ambos periodistas, que declararon en su favor en un juicio tras ser encarcelada en una checa de la República, acusada de fascista. Más tarde ellos serían fusilados por el régimen, y Emilia y su hermana Sabina decidieron devolverles de alguna manera el gesto rescatándolos del anonimato de una fosa común y encargando una lápida que los recordara.
El sumario incluye el acta del juicio celebrado entre el 23 de septiembre y el 18 de octubre de 1940 contra seis procesados: el dramaturgo y director de escena Cipriano Rivas Cherif, el periodista y político socialista Francisco Cruz Salido, el ingeniero Carlos Montilla Escudero, el abogado y diplomático, militante de Izquierda Republicana, Miguel Salvador Carreras, Julián Zugazagoitia Mendieta y el político y sindicalista Teodomiro Menéndez Fernández. Todos ellos habían sido detenidos por la Gestapo en Francia y entregados a las autoridades franquistas el verano anterior. Como en otros consejos de guerra, representantes de la sociedad civil de los vencedores de la guerra se mostraron “dispuestos a testimoniar a favor” de los presos, según recoge Ríos en su investigación. En este caso, participaron el periodista Manuel Aznar, los escritores Felipe Ximénez de Sandoval y Wenceslao Fernández Flórez y una “funcionaria y excautiva con carné, Florencia Emilia Marroquín de Pedro”.
Emilia era una joven funcionaria del Ministerio de Obras Públicas, una muchacha “un tanto desgarbada y nerviosa”, en palabras de Rivas Cherif, que declaró “con desmañada ingenuidad” como testigo en favor de los dos periodistas. Además, firmó un escrito que quedó depositado en el sumario, indica Ríos Carratalá. La joven señaló que fue encarcelada durante la guerra bajo la acusación de fascista o falangista, circunstancia que demostró con “el carné de excautiva, que en aquellas fechas era una garantía de adhesión al régimen”, dice Ríos. Su “detallado informe acerca del humanitario comportamiento de los dos periodistas con ella y otros encarcelados en parecidas circunstancias” no influyó en el tribunal, ya que todos los procesados fueron condenados a muerte, salvo Menéndez Fernández, sobre el que recayeron 30 años de prisión.
Tras el juicio, cuenta Rivas Cherif, Emilia visitó a los condenados en la madrileña cárcel de Porlier y en compañía de un cuñado de Cruz Salido, se hizo cargo de los pocos objetos propiedad de los fusilados: “sus maletitas y la ropa de ambos”. Ambos periodistas fueron los únicos que cayeron acribillados en el paredón, a las 6.45 horas del 9 de noviembre de 1940, ya que al resto de sus compañeros de banquillo se les conmutó la pena a 30 años de prisión por mediación del cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer. Ese mismo día, Sabina Marroquina, apellido probablemente alterado sin intención, pagó las dos sepulturas, por un precio total de 760 pesetas, tal como consta en el registro del cementerio, consultado por Villarías, con quien Ríos ya se ha puesto en contacto para comunicarle el hallazgo”.